Los gobiernos comunistas son incompatibles con una prensa crítica que exprese con libertad sus juicios sobre las políticas que ponen en marcha los jerarcas.
Antes de que el Muro de Berlín fuese
derribado por los brazos de los alemanes cansados de ese oprobio y de que la
Unión Soviética se desplomara por el peso de la incapacidad y corrupción de su
burocracia, la prensa privada simplemente no existía en los países tras la
Cortina de Hierro. Uno de los primeros decretos de Lenin, una vez instalado
junto al resto de los bolcheviques en el Palacio de Invierno, fue redactado
para acabar con los periódicos de la era zarista, numerosos y variados, a pesar
de la dura represión existente. Lo mismo hizo Fidel Castro, quien cerró a la
famosa Bohemia, la revista más importante de América Latina a finales de la
década de los años sesenta.
La escasez de ese insumo que afronta la mayoría
de los periódicos nacionales y de provincia, debido a la imposibilidad de
acceder a los dólares oficiales para importar, los ha llevado al cierre o a
reducir drásticamente su volumen. El
Nacional, por ejemplo, parece un diario escolar. Este atropello tiene que ser motivo de preocupación para todos los
venezolanos que no concebimos vivir en un mundo sin libertades. Las denuncias y
advertencias las han enunciado con toda claridad los dueños de los medios
impresos, los trabajadores, el Colegio Nacional de Periodistas, la Conferencia
Episcopal y diversas organizaciones políticas con representación en la Asamblea
Nacional. El país se ha puesto alerta.
La
falta de insumos no puede ser interpretada como un hecho casual y aislado, pues
forma parte del cerco intencional a la propiedad privada, la inducción a la
autocensura y la hegemonía comunicacional, metas trazadas como estrategia por
el Gobierno hace varios años. La finalidad ha sido homogeneizar el país en
torno a un pensamiento único que reconozca y exalte los valores promovidos por
el régimen. La última finalidad consiste en lograr que el país acepte el Plan
de la Patria, engendró socialista que, para ser aceptado, necesita que todo el
aparato comunicacional público y privado lo exalte y lo convierta en el
desiderátum. Tras la búsqueda de este propósito, el régimen asumió el control
de una amplia cantidad de medios radio eléctricos e impresos. Los medios
oficialistas no padecen las penurias de los privados. A las televisoras y
radios gobierneras, se les aprueban o renuevan las licencias sin dificultad. A
los periódicos oficialistas, que se regalan en las estaciones del Metro de
Caracas y otros espacios públicos, les sobra papel y no confrontan dificultades
financieras porque los subvenciona el Estado, es decir, los venezolanos. En
cambio, a los medios privados el Gobierno los presiona y chantajea de
diferentes maneras. Una de ellas es negándoles la posibilidad de obtener papel
a precios accesibles y competitivos.
La
libertad de expresión e información constituyen derechos humanos inviolables,
que el Estado tiene la obligación de garantizar. La protección de ese derecho
implica la existencia de medios plurales que reflejen la diversidad de visiones
y opiniones existentes en una sociedad. La conquista de la prensa libre de
presiones se logró luego de incontables refriegas con los gobiernos
dictatoriales que negaron su existencia.
La
dupla conformada por los Castro y Maduro, a pesar de que lo intente con todos
los recursos que posee, no podrá imponerle a país una prensa monocolor y una
forma de pensar basada en la unanimidad de criterios. Volverán a fracasar. Los
rojos siempre han sido unos tigres de papel.
@trinomarquezc
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