Se está convirtiendo en una inquietud dominante el asunto de cuándo va a
producirse un cambio en la situación que vive el país. Preocupación que
justifica extender la pregunta hacia las condiciones que se requieren para
producirlo. El paso de uno a otro asunto es aparentemente simple, pero no
existen evidencias de que tengamos las preguntas pertinentes y, en
consecuencia, pudieran estar faltando las respuestas convenientes.
En los últimos quince años resalta la instalación sostenida de un modelo
opresivo de sociedad. Aunque se conserven formalmente aspectos democráticos, lo
dominante ha sido la transformación y el manejo del Estado en órgano de dominio
directo cuya función es ejercer una hegemonía excluyente.
Pero también es relevante que el aplastante desempeño del Estado como
principal sujeto político, con toda su variada capacidad de intervención, no ha
logrado doblegar a las fuerzas democráticas. La existencia de esta tensión, en
condiciones de extrema desigualdad, ha contribuido a mantener espacios de
convivencia, a la subsistencia de determinados derechos y a mantener abierto el
camino para construir una mayoría social, plural y ciudadana que sobrepase las
bases populares del régimen.
Por ser demasiado obvio es necesario recalcar que la velocidad del
cambio depende de conquistar establemente esa mayoría que necesariamente tendrá
que contener un apreciable sector del lado oficialista y una fracción de los
que por distintas razones se han colocado fuera
del debate y el combate sobre el país que queremos.
Para favorecer esa atracción, la relación de antagonismo con el régimen
debe tener formas distintas según se enfrente a la cúpula autoritaria o se
confronte a sus seguidores de a pié, por conciencia, por gratitud o por
aprovechadores. Hay que tener un discurso efectivo y una presencia afectiva
donde es alta la influencia del poder dominante, porque por allí donde deberían
comenzar todos los avances.
El desplazamiento se ha producido y puede incrementarse porque el
régimen está parado en un piso muy lleno de contradicciones, lo que propicia,
entre otras razones, que acentúe sus propósitos de hostigamiento,
desmoralización y reducción de todo lo que se le opone. Pero la existencia de
ese dato no debe hacernos creer en espejismos sobre golpes o sustituciones como
insurrecciones de la calle, episodios que pueden conllevar a resultados
catastróficos y sobre todo contrario a los fines y principios que guían las
luchas de los demócratas.
Los partidos son una esperanza, pero deben comprometerse con una línea
de renovación y relegitimación social. Otra expectativa positiva es la
existencia de un nuevo liderazgo, pero debe ser capaz de canalizar la
competencia solidaria para dotar a la oposición de una condición alternativa.
La MUD, que debería mantenerse como un centro para acordar iniciativas conjuntas, podría ocuparse ahora de mejorar la autoestima y la organización de los millones de venezolanos que han seguido sus orientaciones electorales y abrir con ellos un debate nacional sobre los elementos de una estrategia que nos devuelva la confianza en que si es posible acelerar el cambio.
@garciasim
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