Muchos
consideran que un gobierno es capaz de alterar el tipo de cambio real. Esta
variable es, según la define el economista Arnold Harberger, la principal
fuerza equilibradora de los pagos y el comercio de un país. Harberger agrega
que “Cuando la moneda extranjera es abundante…, el mercado fija un precio real
bajo a la divisa extranjera.
En el caso opuesto… el mercado fija un precio real
alto para la divisa extranjera”. En su ensayo “Lecciones de la economía
monetaria y del tipo de cambio real”1, Harberger da ejemplos que demuestran que
no obstante los esfuerzos de gobiernos alrededor del mundo, es la gente la que
últimamente determina la oferta real del dinero. Esto sucede tanto en países
con moneda propia como en aquellos que no la tienen.
Aquí
es palpable la nostalgia que sienten muchas de nuestras autoridades por
aquellos tiempos en que el Banco Central del Ecuador (BCE) ejercía una política
monetaria. En Argentina, donde los políticos nunca han renunciado realmente a
esta capacidad, aún así no han logrado imponerse ante las decisiones
individuales de argentinos que por décadas han luchado para defender su ingreso
real del apetito voraz de sus gobiernos, que recurrentemente han buscado
financiar un gasto público excesivo emitiendo moneda.
A
los políticos y otros grupos de interés que añoran aquellas épocas en que el
BCE era capaz de devaluar la moneda, les convendría conocer ejemplos de
intentos fallidos de manipular el tipo de cambio real en otros países. Por
ejemplo, conforme el precio del petróleo comenzó a subir desde 1998, las
autoridades rusas se dedicaron a comprar cantidades masivas de dólares
intentando detener la apreciación del rublo, pero no lo lograron. Para 2008, el
nivel de precios de Rusia se había casi duplicado, reflejando una apreciación
del tipo de cambio real. Harberger concluye que “el gobierno junto con el banco
central determinaron el tipo de cambio nominal y la oferta monetaria nominal,
pero al final el mercado determinó tanto el tipo de cambio real como la oferta
real del dinero”. Cuando las autoridades monetarias se proponen intervenir en
el mercado cambiario con el objetivo de lograr un determinado tipo de cambio
real, lo único que logran es obstaculizar el ajuste natural y automático que se
daría en ausencia de su intervención.
Esta
obstaculización acarrea costos. Consideremos el caso de Chile después de 1990,
donde las autoridades pretendían llegar a un determinado tipo de cambio real
acumulando deuda en casa y activos en el extranjero. El problema fue que mientras
que el gobierno tenía que pagar un interés de 7 por ciento en casa a los
tenedores domésticos de la deuda chilena, sus activos en el extranjero solo
rendían un interés de 3 por ciento. La tozudez de las autoridades chilenas en
su esfuerzo fútil de llegar a un determinado tipo de cambio real solo cedió
cuando las reservas llegaron a más de $18.000 millones y las pérdidas del banco
central se acercaron a $500 millones al año.
Mientras
tanto en Ecuador, tenemos la buena fortuna de utilizar el dólar, la moneda más
universal. Esto nos permite estar automáticamente apegados a un tipo de cambio
real, estando así vacunados en contra de las costosas torpezas de nuestros
políticos que se creen capaces de manipular las decisiones de los individuos.
1.- Harberger, Arnold.
“Lessons from Monetary and Real Exchange Rate Economics”. Cato Journal, Vol. 28
(2). 2008.
Gabriela Calderón
gcalderon@cato.org
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