Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas
negras;
que no vengan todos a pasar la noche
rumiando pesares, mientras tú me
lloras;
que no esté la sala con los cuatro
cirios
y yo en una urna, mirando hacia
arriba;
que no estén las mesas llenas de
remedios,
que no esté el pañuelo cubriéndome el
rostro,
que no venga el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen las flores de los
candelabros
ni estén mis hermanas llorando en la
sala,
ni estés tú sentada, con tu ropa
nueva.
Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas
negras.
Lléname la casa de hombres y mujeres
que cuenten el último amor de su vida;
que ardan en la sala flores
impetuosas,
que en dos grandes copas quemen
melaleuca,
que toquen violines el sueño de
Schuman;
los frascos rebosen de vino y
perfumes;
que me miren todos, que se digan todos
que tengo una cara de soldado muerto.
Lléname la casa
de flores regaladas, como en una
selva.
Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama;
con mis cuatro hermanas, hagamos
consejo;
tenme de la mano, tenme de los labios,
como aquella noche de mi padre muerto,
y al cabo, dormidos iremos quedando,
uno con su muerte y otro con su sueño.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los
entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno.
Que si traen caballos, traigan dos
potrillos
finos de cabeza, delgados de remos,
que vayan saltando con claros
relinchos,
como si apostaran cuál llega primero.
Que parezca, madre,
que voy a salirme de la caja negra
y a saltar al lomo del mejor caballo
y a volver al fuego.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los
entierros.
Madres, si me matan,
y muero en los bosques o en mitad del
llano,
pide a los soldados que te den tu
muerto;
que los labradores y las labradoras
y tú y mis hermanas, derramando
flores,
hasta un pueblo manso se lleven mi
cuerpo;
que con unos juncos hagan angarillas,
que pongan mastranto y hojas y cayenas
y que así me lleven hasta un
cementerio
con cerca de alambres y enredaderas.
Y cuando pasen los años
tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto
y allí, que me pongan donde a ti te
pongan,
en tu misma fosa y a tu lado
izquierdo.
Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu
muerto.
Madre, si me matan, no me entierres
todo,
de la herida abierta sácame una gota,
de la honda melena sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi
brasa;
cuando no respires, suelta mi
tormenta.
Madre, si me matan, no me entierres
todo.
Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún
pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me
muero.
Llora en un pañuelo que no tenga
encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por las despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino
muerto.
Si vienen mujeres, diles, sin
sollozos:
-¡Si hablara, qué lindas cosas te
diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos...
Y una palabra: JUSTICIA
escriban sobre la tumba
Y un domingo, con sol afuera,
vengan la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de
agua
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos cantos de
victoria,
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