En días recientes, en una de esas
conversaciones de café, alguien
aseguraba que uno de los grandes problemas del país era el
cambio de actitud del venezolano; que el venezolano había cambiado mucho en
todo este tiempo y que la pérdida o
confusión de valores era notoria.
Para ilustrar su tesis, decía mi contertulio, que hoy en día, por ejemplo, la gente conocía y hablaba más de los jefes del narcotráfico y del “liderazgo” de los “pranes” en las cárceles venezolanas, reconocido por el propio gobierno, que del jefe de policía, de los bomberos o del director de la escuela donde estudian sus hijos. Añadía, que esto no es nuevo y que el propio Presidente del Estado contribuía a ese clima de desvalorización social cuando daba declaraciones, como las de días pasados, asegurando que cuando la derecha pide “plomo al hampa… cada vez que digan eso es plomo al pueblo”.
Pero, si el hampa y el pueblo son lo mismo, se preguntaba, ¿cómo quedan entonces jerarquizados, los principios y los valores tradicionales de respeto a los demás, al trabajo diario, a la familia, a la autoridad, que han venido guiando desde siempre a la sociedad?
Para ilustrar su tesis, decía mi contertulio, que hoy en día, por ejemplo, la gente conocía y hablaba más de los jefes del narcotráfico y del “liderazgo” de los “pranes” en las cárceles venezolanas, reconocido por el propio gobierno, que del jefe de policía, de los bomberos o del director de la escuela donde estudian sus hijos. Añadía, que esto no es nuevo y que el propio Presidente del Estado contribuía a ese clima de desvalorización social cuando daba declaraciones, como las de días pasados, asegurando que cuando la derecha pide “plomo al hampa… cada vez que digan eso es plomo al pueblo”.
Pero, si el hampa y el pueblo son lo mismo, se preguntaba, ¿cómo quedan entonces jerarquizados, los principios y los valores tradicionales de respeto a los demás, al trabajo diario, a la familia, a la autoridad, que han venido guiando desde siempre a la sociedad?
Mi otro compañero de mesa, le contestó
enseguida, con un no a medias, que si bien
coincidía con lo de la depauperación de valores, fenómeno no solo venezolano, sino mundial, no podía estar de
acuerdo con el supuesto cambio de
actitud o talante de los venezolanos como una de las causas de la crisis que
vive el país. Por el contrario, él creía que el trance y recesión, en todos los
sentidos, no solo el económico, sino moral y político, que vivía el país, se
debía en buena parte a que, precisamente,
el venezolano no había cambiado y
seguía siendo el mismo del siglo pasado y antepasado.
Es decir, ese mismo venezolano con preferencia, quizás por causas socioculturales más que genéticas, a los gobiernos de uniforme, al autoritarismo y al estado-gendarme, pero al mismo tiempo paternal, que sabe recompensar a sus hijos con subsidios y dádivas de todo tipo. Dos siglos de caudillismo pareciera que no han sido bastante, pues hay quienes pretenden continuarlo durante el siglo XXI.
Es decir, ese mismo venezolano con preferencia, quizás por causas socioculturales más que genéticas, a los gobiernos de uniforme, al autoritarismo y al estado-gendarme, pero al mismo tiempo paternal, que sabe recompensar a sus hijos con subsidios y dádivas de todo tipo. Dos siglos de caudillismo pareciera que no han sido bastante, pues hay quienes pretenden continuarlo durante el siglo XXI.
Y nuestro interlocutor siguió diciendo: de
José Antonio Páez para acá, son muchos los caudillos que, con charreteras o sin
ellas, han ocupado la Presidencia de Venezuela. El personalismo de nuestros
gobernantes, mayoritariamente de origen militar, ha estado dirigido casi
siempre, a manipular la Constitución, a desconocer los regímenes establecidos,
y a sobreponer sus propios intereses a los intereses de la sociedad civil.
Revoluciones tampoco nos han faltado, aseveró, y como prueba están la
Libertadora, la Federalista, la de Marzo, la Azul y más recientemente la
Bolivariana, pero siempre con el propósito de haber servido de instrumento
"ideológico" para propiciar un golpe o una revuelta contra el poder establecido de
manera regular o quizás igualmente irregular. Un círculo difícil de cerrar y en
el cual la madeja de más de dos docenas de constituciones ha servido, casi
siempre, de excusa legitimadora.
Pero ¿qué diferencia al venezolano actual del
anterior? se preguntó nuestro amigo a su vez; pues nada, se respondió; le
siguen gustando los regímenes autocráticos y el militarismo, así como también
los regalos y ayudas del “Estado protector”, que lo reconcilian, en el fondo,
con su “benefactor”, sin importar las
largas colas de varias horas para adquirir alimentos o una larga espera de
días, mientras se deshojaba la margarita de si la página de CADIVI seguirá funcionando
para hacer unas compras por internet.
Al final, cuando se termina la cola y se marcha la
persona felizmente a su casa, con un par
de pollos y tres paquetes de harina, o
se le permite el acceso con la tarjeta de crédito al fruto prohibido, el perdón
sigue al castigo, y uno mismo se dice interiormente:” todo está bien no pasa
nada”.
Así que, terminó concluyendo mi amigo, no hay
razones para pensar que el venezolano haya cambiado su comportamiento, sino que
es al revés, sigue siendo el mismo, y eso si es una causa que ayuda a soportar
la situación actual.
xlmlf1@gmail.com
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