El
tema de la semana -y el que comenzó hace ya 15 años- es el de la
inseguridad. En cada uno de los últimos años, a los venezolanos se les han
anunciado no menos de dos planes de seguridad cada 12 meses para combatir el
delito. Y ya remonta la increíble cantidad de más de veinte. No obstante, el
delito, la delincuencia y la impunidad siguen campeando descaradamente.
Se
ha jugado con las cifras. El “balance” de cada Plan anunciando generalmente
entre serpentinas y muchos medios de comunicación social, a decir de los
voceros gubernamentales, es que “estamos reduciendo las cifras delictivas”.
Pero al final de cada año, la población que vive y siente la fuerza de la
violencia y del delito, deduce lo contrario: el número de asesinatos se
incrementa en forma alarmante. De hecho, el 2013 cerró con más de veinticuatro
mil personas asesinadas. No obstante, las autoridades aseguran que el año
pasado hubo un descenso en la criminalidad.
Venezuela
es ya, de hecho, uno de los países más peligrosos del mundo. Y hoy lo rubrica
el doloroso e indignante crimen cometido en contra de la muy querida Reina de Belleza y ciudadana ejemplar Mónica
Spear y su esposo Thomas Berry. Es un hecho que se convirtió en noticia más
allá de las fronteras nacionales. Fue reseñado con asombro a nivel mundial.
¿Por
cuánto tiempo más tiene que vivir Venezuela signada por esta situación?.Ya es
hora -e indispensable- que se haga un
drástico detente, un reenfoque en la manera como se que querido atacar el
cuadro delictivo criollo, y plantear nuevas acciones dirigidas a hacerle frente
a este grave problema social que está destruyendo vidas, desintegrando familias
e imponiendo cambios en los hábitos de vida de los venezolanos, a todos los
niveles. Vivir en Venezuela es hacerlo obligado bajo un toque de queda, en
pánico permanente y acariciando la posibilidad de abandonar el país, cuando se
pueda. Y emigrar, lamentablemente, está más asociado al miedo a perder la vida,
antes, inclusive -a pesar de la también gravedad que registra la Nación en ese
campo- que lo económico.
Es
una vergüenza que Venezuela sea conocida por su violencia e impunidad, pero
también por ser el país con las mayores reservas probadas de hidrocarburos a
nivel mundial, y, además, a decir de informes internacionales especializados en
el tema, por estar penetrado por el
narcotráfico, y funcionar como un campo franco en el lavado de dinero.
Adicionalmente, se exhibe ante los países vecinos del Continente con la inflación más alta de la región, uno
de los peores niveles de corrupción, una deuda interna y externa enorme y de
dimensiones inimaginables, no obstante haber recibido durante la última
década ingresos superiores al billón de
dólares, gracias a la venta de su petróleo a valores superiores a 100 (cien)
dólares el barril.
Adicionalmente,
hoy se le cita en el ámbito de los negocios globales por estarse ocupando de
enfrentar el 2014 haciendo maromas operativas para poder importar casi todo lo
que consume su población, ya que tampoco dispone de la cantidad suficiente de
dólares para adquirir los insumos, las materias primas y ciertos bienes de
capital imprescindibles para que las empresas primarias y manufactureras
privadas puedan satisfacer parte de la demanda nacional. Esas empresas, es la
verdad, son las que cuentan, porque las públicas no pasan de ser símbolos de la
ineficiencia gerencial gubernamental, como de la osadía destructora de quienes
insisten en que el Estado lo puede y debe hacer todo.
De
esa misma osadía que ha hecho que sea un lujo poder adquirir papel sanitario,
medicinas y cualquier alimento básico, lo cual ahora sólo es posible a partir
de la obligada dedicación de horas y horas a hacer colas, prolongados
recorridos entre farmacias y, en ciertos casos, someterse a las exigencias en
cuanto a precios promovidos por la
“competencia” que ya han creado los administradores de las mafias
dominantes del mercado negro.
Por
esas múltiples y complejas razones, es por lo que se considera que ha llegado
la hora de hacer un llamado a nivel nacional para que, haciéndose abstracción
de compromisos o fidelidades ideológicas y políticas, se construya un
entendimiento progresivo que concluya en la búsqueda de soluciones. Ya no se
trata de chavistas o de opositores, de revolucionarios o de
contrarrevolucionarios, sino de venezolanos dispuestos a impedir que la marcha
nacional hacia un destino desconocido, pudiera convertirse en una causa
mayor para que emerjan soluciones al
margen de la racionalidad civilizada.
¿Qué
más se puede pretender para llegar a soluciones coyunturales y estructurales de
largo plazo?. ¿Un combate cuerpo a cuerpo?. ¿Una guerra civil?. Luce exagerado,
es verdad, pero, progresivamente, se ha ido imponiendo la convicción en la
ciudadanía de que Venezuela está en el último umbral para tomar una sola y
única determinación: la unidad para salvar al país del colapso.
Sólo
unidos, los venezolanos pueden reconstruir la Patria. Sólo unidos, pueden recuperar el tiempo perdido. Sólo unidos
pueden identificar y ubicar objetivamente que cuentan con todos los elementos
necesarios para reconstruir el tejido social, de salud, educativo y productivo
que ha sido arrasado por torpeza, egoísmo, intereses creados y la ignorancia -o
minimización- del costo de los arrebatos en funciones de liderazgos mal
entendidos y ejercidos.
Los
venezolanos hoy conforman un pueblo
obstinado por la violencia, el eterno
avivamiento del odio, de los insultos y, sin duda alguna, dispuestos a unir
esfuerzos a favor del desarrollo y del
trabajo por el bien de todos y para todos. Es la expresión y sentimiento
de una sociedad que sobrepasa la
capacidad visionaria de su liderazgo, y se resiste a jugar a soluciones
promovidas por tendencias interesadas no necesariamente en lo que ella
requiere.
Es
el momento de construir credibilidad para que esas posibilidades no sean
arrastradas por la incomprensión del instante histórico. Y una manera de
hacerlo pudiera ser a partir de la aceptación de una amnistía, por lo
demás, ya propuesta por casi todas las
instituciones venezolanas más reconocidas; de la liberación de los presos
políticos, como de la apertura de las puertas del país para que puedan regresar
los compatriotas que optaron por el exilio.
Es
el momento de llamar a trabajar a los mejores; de democratizar la Asamblea
Nacional; de la autonomía de los poderes públicos. Pero también de iniciar una
verdadera lucha contra las causas de la violencia, del delito en todas sus variables, y de despartidizar el Poder Judicial.
Hacerlo,
sin duda alguna, haría renacer la determinación de alzar la voz a favor de un
¡Viva Venezuela¡, por encima, inclusive, de quienes hoy, desde sus diversas
trincheras, prefieren medrar en el medio de los sinsabores mayoritarios,
apostar por la caotización incontrolable de las realidades, y jugar a las
superadas salidas históricas del Siglo XIX.
egildolujan@gmail.com
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