“En las democracias el pueblo es lo supremo, pero en las oligarquías, los pocos; y, por lo tanto, decimos que estas dos formas de gobierno también son diferentes.” Aristóteles
La
sociedad venezolana ha logrado sobrevivir a duras penas –sin caer en la
desgracia de la sumisión castrocomunista- porque ha sido menos dependiente del
gobierno, porque logró consolidar en la democracia otros centros de poder
independientes de él, y que no se dejan aplastar. Antes del castrochavismo,
Venezuela venía encaminada hacia el pluralismo, tanto en la sociedad como en el
cuerpo político. Un pluralismo de organizaciones que buscaba concentrarse más
en las funciones únicas de cada sector: negocios, escuelas, salud, valores,
hábitos. Ya habíamos comenzado a “separarlas” de la política, como debe ser en
los tiempos modernos.
El
castrofascismo, inspirado en el pasado de fracasos todopoderosos del comunismo,
lo ha querido concentrar todo en sus manos, al estilo “que nadie respire
mientras pienso en qué hacer”, al estilo feudal. Su verdad única ha venido
frenando la expansión coherente que exige el mundo actual: pluralismo de grupos
dedicados a sus causas sectoriales específicas. Veníamos en el camino de la
descentralización deseada, acorde con el desarrollo que plantea el siglo 21, y
donde ninguna de las verrugas era tan desastrosa como el acaparamiento de la
verruga única del castrochavismo. Creyéndose “expertos del todo”, como el
totalitarismo fracasado en todas partes, recaen en el error de siempre querer
centralizarlo todo: el hogar, la crianza, la educación, los negocios, los
sindicatos, los medios, la salud... Todo lo cual hacían mejor las familias
solas hace 100 años, al igual que las instituciones de un solo propósito, con
una autonomía que no era oficial o política.
El
castromadurismo no ha sabido manejar el negocio de la evolución contemporánea,
y siguen la línea absolutista y monopólica que en Rusia, Alemania y Cuba
demostraron ya su ineficiencia, en su afán por absorberlo todo, triturando la
libertad de acción autonómica y aboliendo los avances descentralizadores. Al
afincarse en la subordinación de toda la sociedad, de todas las instituciones y
de todas las funciones sociales, el totalitarismo de izquierda o de derecha
fracasa, y no solamente en cuanto a crear una nueva sociedad viable sino
también en sus intentos de someter las más convenientes realidades del
pluralismo. Ahí donde comunistas, nazis y fascistas lograron salir del “hueco”
inútil, fue porque se retractaron –con una pequeña ayuda de los amigos- y
devolvieron la autonomía. Y en todo ello, como lo evidencia el castrocomunismo,
tanto de Chávez como de Maduro, el único éxito bien logrado ha sido la destrucción.
En
el pluralismo, cada institución cumple una función específica, limitadas con un
estrecho propósito que es lo que les da fortaleza. El castrofascismo, como
pesadilla totalitaria, pierde eficacia al salirse de la órbita específica que
le corresponde a un gobierno moderno. Al
perseguir el pasaje gratis que los lleve al control de todo, su poder se
disuelve como la sal en el agua; porque la politización exacerbada olvida que
en un pluralismo social lo que importa es la función, y las funciones por sector
no son políticas –casi que son apolíticas-, haciendo que la efectividad social
se mida por el poder de contratar, colocar, trasladar, distribuir y fijar
tareas y normas de nuevas instituciones pluralistas, cosa que es algo muy
diferente al viejo absolutismo.
Lo
que el madurismo castrocomunista impide, deteniendo el desarrollo integral, es
que los sectores activos de la sociedad venezolana multipliquen las maneras de
ganarse la vida, se seguir una profesión o oficio, de contribuir, de ser
productivos. La querencia de sirvientes sumisos hace que el castrofascismo
regrese a lo que Marx –hace más de 120 años- escribió respecto a que el
proletario trabajaba más para un amo que para una organización. Hoy el problema
no son los proletarios explotados; hoy las personas en su mayoría trabajan para
organizaciones, y no como sirvientes; hoy los trabajadores son más que obreros,
sin amos, pese a los esfuerzos que hace el castrocomunismo.
Lo
que hoy pasa no es igual a hace 100 años, cuando los objetivos políticos eran
la abolición de la autonomía dentro de la sociedad y la concentración de todo
en un gobierno central. Eso “peló bola” olímpicamente hace rato. La “soberanía”
no está ahí. El castromadurismo se mueve en una magnífica carroza de lujo, pero
es una carroza fúnebre. Buscando el poder ilimitado superan a Stalin y llegan
hasta el zarismo ruso de sangre azul, cuando esa circulaba abstractamente. Y
los “negocios” ya ni siquiera son como los pintados por Henry James, Dickens o
Balzac. Porque el mundo siguió andando;
llegando a un pluralismo de acción por función que no admite vuelta atrás. Hoy negocio es administración, algo que
debería ser bueno para todos en la medida en que se ajusten a una función
social específica.
Cuando
el castromadurismo infla una burocracia colocando en nómina a sólo sus panteras
rosas y eliminando a todo lo que se le oponga, creyendo que eso es “poder”,
actúa como en el orden monárquico: el rey por encima del duque, el duque por
encima del conde, el conde por encima del caballero y el caballero por encima
del aldeano. Es decir: con un pluralismo a la antigua, sostenido por una banda
hamponil asesina...
La
resistencia venezolana, que hoy está en una carrera decisiva para impedir el
atraso crítico que representa el castromadurismo, cuenta hoy con una gran
fuerza representada por la diversidad de organizaciones pluralistas existentes
y sobrevivientes en la sociedad. Este es un valioso ejército para actuar en
base a las funciones por sector que requieren los venezolanos con urgencia.
Pero hay que diferenciar entre sus integrantes genuinos y los bichitos que
siempre merodean como sádicos. Una organización pluralista no se interesa en el
gobierno ni en gobernar. No es un todo. Es un órgano de la sociedad cuyos
resultados se generan “por fuera”. Su “producto” es un venezolano satisfecho,
un venezolano defendido y seguro para desarrollar sus quehaceres sociales
multidisciplinarios, un venezolano con hospitales y pacientes curados, un
venezolano con centros educativos que le permitan poner en práctica la
diversidad de saberes que aprende...
En
ningún caso se trata del derecho divino a que aspira la enfermedad degenerativa
que es el castrocomunismo.
Alberto
Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com
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