"Llama la atención que en las grandes
ciudades es donde perdimos las elecciones. Pudiéramos hacer una reflexión: en
las grandes ciudades es donde se concentra la mayor alienación de la gente
porque la gente se relaciona menos, comparte menos, es menos solidaria, menos
colaboradora, menos cooperativa, tiene menos conciencia del deber social porque
vive como más aislado, vive solo".
No hace falta ser un erudito en ideologías de
ultra-derecha para identificar en esas palabras el más primitivo pensamiento
reaccionario, fundado en el odio hacia lo urbano y el desprecio por la
modernidad.
El culto a la ruralidad, al hombre
supuestamente puro del campo, libre de las contaminaciones perversas de la vida
ciudadana por su cercanía con el mundo natural y animal, se desprende en buena
medida de las tesis del pensador suizo del siglo 18 J. J. Rousseau, de cuyo
pensamiento abrevaron diversas corrientes de la modernidad y luego, en no poca
medida, el fascismo y el nazismo.
No así el marxismo, cuyo principal exponente
Karl Marx lo combatió acremente, pues entre otras cosas Marx era un feroz
partidario de la industrialización y urbanización de la sociedad y un crítico
implacable de la ingenua fe en las bondades de la vida campesina. En su
enaltecimiento del obrero, Marx despreciaba al campesino al igual que al lumpen
proletariat, otro de los tótems de los que se nutre el psuvismo. No digo esto
último por ser yo partidario de Marx, que no lo soy en absoluto, sino para
poner de relieve la profunda impostura e ignorancia de estas representantes de
una casta política que se auto-define socialista y marxista cuando su verdadera
vocación y vecindad política se encuentran en el nazi-fascismo.
Es famosa la costumbre practicada por las
juventudes hitlerianas -promovida por el propio Fürher y sus acólitos Himmler y
Goebbels- de irse a los campos de Alemania para insuflarse de la pureza de sus
pobladores y asimilar las atávicas tradiciones germanas que habrían de
alimentar el nacimiento del "hombre nuevo ario". De allí saldrían los
más acerados cuadros de las SS y la Gestapo, conocidos pocos años después como
criminales de guerra.
Más recientemente, es conocida la raigambre
ruralista y antiurbana del Tea Party norteamericano, tendencia en la que
despertaron los más opacos ancestros ultramontanos que se creían desterrados de
esa dinámica sociedad y que hoy amenazan con cancelar muchos de los avances
civilizatorios por ella alcanzados. El cultivo del resentimiento del campo
hacia la ciudad, ese que hoy se percibe y crece en el puritano centro agrícola
de los EEUU contra las “pervertidas” Nueva York y California, coincide
textualmente con lo dicho ayer por la ministra Hanson.
Como si no fuese suficiente la flagrante
confesión fascista de la primera cita comentada, añadió la señora Hanson,
refiréndose a quienes votamos por la oposición:
“… les
trituraron el alma… cuatro millones que no son oligarcas, que no son burgueses,
pero que a ellos sí les trituraron el alma porque les faltó conciencia para
saber cómo queremos estar".
No me detendré en la alusión demoníaca que
hace al identificar al adversario político como una entidad que atenta contra
el alma humana, sino en la última afirmación, la más miserable de todas: a
quienes votaron por la oposición“… les faltó conciencia para saber cómo
queremos estar”. En esta frase queda expuesta la esencia de todos los totalitarismos,
y en este caso tambien el comunismo: “quienes no están con nosotros no
comprenden la bondad suprema de nuestro proyecto, de nuestro partido y nuestro
líder. No han cobrado conciencia de todo el bien que queremos para ellos”.
Por supuesto, hay que hacérselos entender, y
ya sabemos cuáles son los métodos que emplea el totalitarismo para enseñarnos
lo que nos conviene para alcanzar la mayor suma de felicidad posible.
Todo esto sería ya grave si hubiese dicho por
la inefable Fosforito, ministro a cargo de las cárceles y los “privados de
libertad”. Pero dicho por la encargada (¿lo será realmente?) de la educación de
nuestros niños, sencillamente nos pone los pelos de punta”. Aunque se quede
dormida en la alocuciones presidenciales.
Thaelman I. Urgelles D.
turgelles2@gmail.com
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