La glorificación de la nación-Estado como el clímax histórico de una comunidad nacional, como lo único en cuyo nombre está permitido matar o por lo que vale la pena morir, está desapareciendo. Generaciones de demócratas y el horror de dos guerras mundiales, así como la caída del muro de Berlín y la lucha contra las dictaduras nos ha hecho comprender que un ser humano es más importante que el Estado.
En Venezuela, lamentablemente el ser humano por razones políticas, sociales y económicas, está siendo perseguido por el Estado en manos de una camarilla que falsea la verdad esencial de una República y se burla de la voluntad popular. Sin embargo, a pesar de ello, millones de venezolanos siguen valorando la lucha democrática y el voto; no dejan la suerte de los comicios en manos de la misma, sería dejar de avanzar hacia una sociedad justa y libre; de actuar decisivamente para encontrar una salida pacífica a la situación creada con la excesiva rigidez del régimen imperante.
En el presente siglo, la mayoría de los Estados están empezando a dejar de ser objetos de culto, cargados de un contenido emocional para transformarse en unidades administrativas civiles más simples, integradas a una organización planetaria. Ese cambio debería borrar el concepto de no intervención, la idea de que lo que acontece en otro Estado no nos atañe.
Si la humanidad resiste todos los peligros que ella misma se está creando, en el siglo XXI la cooperación mundial será cada vez más estrecha. Para hacer posible ese mundo, las entidades, culturas o esferas de civilización individuales deben reconocer claramente sus identidades, comprender en que difieren de las otras y aceptar el hecho de que esa alteridad no es una desventaja, sino un aporte a la riqueza global de la raza humana. Desde luego, también, deben admitirlo quienes, por el contrario, tienden a ver en su alteridad una razón para sentirse superiores.
Si bien, el Estado como tal, es una institución. La existencia real de un valor está por encima del Estado. Ese valor es la humanidad. El Estado sirve al pueblo, y no a la inversa. Si una persona sirve a su Estado, sólo debería hacerlo hasta donde fuere necesario para que el Estado preste un buen servicio a todos sus ciudadanos. Los derechos humanos están por encima de los derechos estatales. En el derecho internacional, las disposiciones que protegen a la persona humana deberían tener precedencia sobre las que protegen al Estado.
Por lo tanto en Venezuela, los derechos humanos deberían anteponerse a los derechos estatales y no ocurre así, si no lo contrario. El Estado debería actuar por respeto a una ley superior a la protección a la soberanía estatal: por respeto a los derechos de la humanidad, tal como lo expresan nuestra conciencia y otros instrumentos del derecho internacional.
En esto hay un precedente importante. Se ha declarado abiertamente que no es lícito matar gente, expulsarla de sus hogares, maltratarla y despojarla de sus bienes. Se ha demostrado que los derechos humanos son indivisibles: la injusticia cometida contra algunos nos afecta a todos. Tenemos que decir: en el mundo debe reinar una paz justa y los intereses de la República de Venezuela deben subordinarse a eso.
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