Cuando
el poder obnubila, el deslumbramiento se expande como ventolera sin control,
para que después el despotismo congénito se encargue de terminar con todas esa
manías. Nicolae Ceausescu - llamado “El Danubio azul del socialismo” - fue un
dictador que se instaló en el poder en Rumania en el año 1967 hasta su
destitución en 1989.
Su final fue trágico. Siendo secretario
general de Partico Comunista de su país asumió el gobierno, y su primer período
estuvo marcado por una sorprendente apertura con Europa Occidental y USA,
apartándose del Pacto de Varsovia. Así se convirtió en una persona admirada
gracias a su solemne populismo y a su política soberana “que entrampó a los
rumanos”. Incluso llegó a desafiar la influencia del comunismo ruso dentro de
su territorio. Pero en la segunda parte de su administración las cosas
cambiaron, su régimen se hizo cada vez más violento y represivo. Implantó un
maniático culto a su personalidad “y se aferró a sus discursos por la cadena
oficial” exaltando un excesivo y tenebroso sistema nacionalista, ahora similar
a la ex Unión Soviética, y un enorme deterioro de las relaciones externas.
Comenzó otro Ceaucescu: un implacable
dictador, que con el tiempo aplicó “un enérgico y total control sobre la
libertad de expresión y los medios de comunicación independientes”, e ignoró
por completo el dialogo; para él “la oposición no existía”. Influenciado por la
arrogancia de su esposa Elena, hizo construir un castillo exclusivamente para
saciar las locuras de esa mujer, “y solo escuchó a un grupo reducido de
siniestros colaboradores”.
Aplicó un cerrojo despiadado sobre la
economía y se negó terminantemente a poner en práctica la apertura de mercados.
Con el tiempo el sistema comenzó a desbastarse. Promulgó en forma unilateral un
programa de sistematización edilicia (casas para todos) como una forma de
construir una sociedad “justa y socialista” (populista).
El programa de construcción y reubicación de
viviendas se extendió rápidamente en toda Rumania, para concluir con el intento
de remodelar completamente la capital. Construyó además el colosal Palacio de
Bucarest que actualmente ocupa el parlamento, siendo en esa época el edificio
más grande del mundo, después del Pentágono.
Luego, para pagar semejante deuda acumulada,
producto de estos gigantescos despilfarros en supuestas mega obras
innecesarias, en derroches y subsidios de toda clase - llamado
industrialización (década ganada) - recurrió sin piedad a las fuentes de
ingreso del sector agropecuario aplicando fuertes impuestos distorsivos a la
actividad y ordenando la exportación (¿hoy soja?) de los principales productos
agrícolas e industriales del país. Los resultados no se hicieron esperar,
apareció de inmediato el ahogo al sector rural, y como contrapartida la escasez
de alimentos (¿trigo?); también la falta de medicamentos, el fuerte aumento
inflacionario, y una pavorosa escasez de energía que hicieron estragos.
Esto provocó un gran malestar en la sociedad
que comenzó a expresar su furia, ya que la vida pasó a ser una lucha diaria por
la subsistencia. (Hoy Venezuela, ¿mañana Argentina?). Afloraron en esa nación
toda clase de protestas contra las “decisiones descabelladas” de Ceausescu, que
agitaban un clima de violencia y disconformidad traducido en grandes
manifestaciones de descontento, hasta que un día en la ciudad de Timisoara
surgió un fuerte estallido social (¿.?). Exasperado, éste ordenó al ejército y
la “Securitate” (cuerpo policial del régimen) reprimir violentamente con armas
de fuego ese levantamiento. La rebelión se extendió en muchas localidades y no
tardó en llegar a la Capital Bucarest, donde finalmente las fuerzas de
seguridad, también apremiadas por la crisis, se avinieron a los manifestantes.
El mismo martirio de los ciudadanos comunes era su propio calvario.
Ese día Ceausescu, su esposa y dos
colaboradores huyeron en un helicóptero desde la Capital hasta su residencia en
Snagov. Desde ahí volvieron a partir en esa misma aeronave para fugarse
definitivamente, pero la policía secreta los obligó a aterrizar forzosamente ya
que las fuerzas armadas habían restringido los vuelos en todo el espacio aéreo.
Era su final. Después de ejercer a su antojo
el poder absoluto durante más de 24 años, esa anarquía siniestra se precipitó
definitivamente. Ceausescu y su esposa fueron juzgados. En el banquillo
“estaban incómodos y visiblemente derrotados”, sentados uno al lado del otro
esperando el veredicto. En la Navidad del año 1989 fueron condenados en un
juicio sumarísimo bajo los cargos de genocidio, daños a la economía (¿nacional
y popular?), crecimiento injustificado de su patrimonio (¿1000 % en 10 años?),
y uso del poder en beneficio propio (¿Justicia legítima?) Así terminaba aquel
suplicio Rumano.
Para calmar la furia de la población, algunas
escenas de ese acontecimiento judicial fueron emitidas por la cadena de la
televisión oficial, que rápidamente se puso del lado de la rebelión ciudadana,
ofreciendo sus estudios para difundir con entusiasmo los nuevos pregones de
libertad en pos de una nueva Nación. “Los mismos periodistas obsecuentes”
(¿678?) que defendían al dictador y su gobierno, ahora anunciaban su abatido
final. Rumania estaba saturada de las locuras de un déspota que se creyó un Rey
intocable. Sus demencias desataron la ira de una sociedad hastiada de tanta
corrupción, opresión y tanta barbarie. Hay una dolorosa similitud entre la
infame tradición de esos tiranos, con demasiadas actitudes hostiles y arbitrarias
del actual gobierno argentino que se creyó invencible, y que se reflejan en el
espejo de la dolorosa historia Rumana. Solo basta hacer la fatídica
comparación. Después de una larga década, la administración de Cristina
Kirchner no tiene rumbo. Este descalabro que construyó, con corruptos,
bandidos, represores, delincuentes “y demás actores destacados que integran el
staff del modelo exitoso”, nos deja expuestos a un temible caos, que se hace
necesario y urgente solucionar para que Argentina no termine como aquella
Rumania. La caldera está en ebullición y es más que necesario enfriarla. Las
tarifas para todos, el futbol para todos, y todas las estupideces creadas para
todos, ahora harán eclosión en todos. Los cortes de luz de todos los días y la
inflación incontrolable agitan aún más esa hoguera. Entre tantas cosas
conflictivas, la década perdida, “para ellos ganada”, ha multiplicado la
pobreza y deja la economía en un estado de desastre. Los Kirchner no son
Ceausescu, pero su forma de proceder se asemeja bastante.
Raúl R. Zorzón
rzorzon@malabrigo.com
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