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domingo, 15 de diciembre de 2013

ALBERTO RODRIGUEZ BARRERA, COMUNISMO Y CAPITALISMO EN BRECHT (1), LA TRAGEDIA PERDIDA,

“Fue este sentido de la diferencia lo que hizo a Jasón decir que
sentía hambre cuando no era un tirano, significando que no podía resistir vivir en una estación privada.” Aristóteles
Que el trabajador “en su teatro disfrute como un entretenimiento los terribles trabajos de nunca acabar que sirven para sostenerle, junto con los terrores de su incesante transformación. Aquí, déjenlo producirse a sí mismo de la manera más fácil, porque la forma más fácil de la existencia está en el arte”. 



Así se expresó el Brecht de la madurez. Claramente, si el espectador está disfrutando de la representación de terrores, aun en el uso extensivo de la palabra “disfrutar”, no se está preparando para alterarlos, y acepta mucho más la prospectiva del cambio continuo que no tiene un propósito último. Y en estas palabras finales de El Pequeño Organon para el Teatro, Brecht se revierte a la actitud similar ya expresada en Baal, el todo aceptador deleite amoral por lo temeroso y en las más obviamente placenteras consecuencias del estar vivo.

Pero Brecht, en sus obras más importantes de la madurez, no es exactamente poco marxista ni antimarxista. De hecho, un disfrute rapsódico del “ciclo eterno” de la materia se encuentra igualmente en los principales exponentes de la filosofía marxista. Escribe Engels: “Tenemos la certeza de que la materia permanece eternamente la misma en todas sus transformaciones, de que ninguno de sus atributos se pierde jamás, y por lo tanto, también, aquello con la misma necesidad de hierro con que otra vez extermina en la tierra su más alta creación, la mente pensante, debe en otra parte y en otro tiempo engendrarla.” 

Esta bienvenida al mundo cambiante, con su extraño paralelo con la doctrina nietzscheana de Recurrencia Eterna, es paradójicamente tan parte del marxismo como su escatológica visión de una sociedad sin clases. Brecht no hace más que perseguir las  paradojas de su amor.

La teoría posterior, entonces, aunque aun incluye un propósito político, combina en ella una actitud estética sin intentar reconciliar una con la otra. Más aun, de las dos tendencias, la estética recibe más énfasis, tanto que no sorprende encontrar, en muchas de sus obras de teatro posteriores, una mera ostentación de la solución comunista para los problemas sociales planteados.

Quizás el rechazo de Brecht del género de la tragedia impidió una mayor profundización o utilización más efectiva de la creatividad estética. Fue su completa irrelevancia hacia la tragedia –alta forma del arte, que eludió- el punto más débil de sus obras. Brecht llegó muy bien hasta hablar de las catástrofes siendo disfrutadas por la sociedad en toda su gloria, mientras estuvieran bajo control de la sociedad. Pero la historia está llena de catástrofes que no pueden ser controladas, sean individuales o nacionales, y la tragedia ha sido la que las ha confrontado implacablemente, agarrándose de lo peor y resistiendo el pesimismo o la resignación. Al no tener Brecht lugar para esta forma del arte dramático, en teoría al menos, sus personajes son sufrientes extraviados del pasado, de quienes pueden sacarle una lección, y/o son jubilosos hombres y mujeres regodeándose en las contradicciones de un momento presente.

Sin embargo, para millones de personas que hemos visto y vemos la amenaza de desastres finales –como es el caso frente al castrocomunismo- queda fuera del espíritu y la fe, porque en Brecht –exceptuando La Buena Mujer de Setzuan- no hay nada que ofrecer.

En las obras propagandistas, en Baal particularmente, Brecht enfrentó la descomposición como una orgiástica metamorfosis de la naturaleza, aislando al protagonista en su disfrute. La necesidad de ajustar cuentas con una realidad social áspera y caótica llevó a Brecht a una falsedad que se muestra en la historia de Santa Juana y en la ingeniería inhumana de Las Medidas Tomadas. Emergiendo del aislamiento con una desesperación urgente para corregir los males sociales que veía, Brecht cayó en la trampa que espera a todos los que tenemos consciencia moral: perdió su integridad y se hizo un fanático. Pero la franqueza, que es una de las principales virtudes de Baal, permaneció, y es refrescante ver cómo fue reivindicada en sus obras posteriores.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com

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