“Fue este sentido de la diferencia lo que hizo a Jasón decir quesentía hambre cuando no era un tirano, significando que no podía resistir vivir en una estación privada.” Aristóteles
Que
el trabajador “en su teatro disfrute como un entretenimiento los terribles
trabajos de nunca acabar que sirven para sostenerle, junto con los terrores de
su incesante transformación. Aquí, déjenlo producirse a sí mismo de la manera
más fácil, porque la forma más fácil de la existencia está en el arte”.
Así se
expresó el Brecht de la madurez. Claramente, si el espectador está disfrutando
de la representación de terrores, aun en el uso extensivo de la palabra
“disfrutar”, no se está preparando para alterarlos, y acepta mucho más la
prospectiva del cambio continuo que no tiene un propósito último. Y en estas
palabras finales de El Pequeño Organon para el Teatro, Brecht se revierte a la
actitud similar ya expresada en Baal, el todo aceptador deleite amoral por lo
temeroso y en las más obviamente placenteras consecuencias del estar vivo.
Pero
Brecht, en sus obras más importantes de la madurez, no es exactamente poco
marxista ni antimarxista. De hecho, un disfrute rapsódico del “ciclo eterno” de
la materia se encuentra igualmente en los principales exponentes de la
filosofía marxista. Escribe Engels: “Tenemos la certeza de que la materia
permanece eternamente la misma en todas sus transformaciones, de que ninguno de
sus atributos se pierde jamás, y por lo tanto, también, aquello con la misma
necesidad de hierro con que otra vez extermina en la tierra su más alta
creación, la mente pensante, debe en otra parte y en otro tiempo engendrarla.”
Esta bienvenida al mundo cambiante, con su extraño paralelo con la doctrina
nietzscheana de Recurrencia Eterna, es paradójicamente tan parte del marxismo
como su escatológica visión de una sociedad sin clases. Brecht no hace más que
perseguir las paradojas de su amor.
La
teoría posterior, entonces, aunque aun incluye un propósito político, combina
en ella una actitud estética sin intentar reconciliar una con la otra. Más aun,
de las dos tendencias, la estética recibe más énfasis, tanto que no sorprende
encontrar, en muchas de sus obras de teatro posteriores, una mera ostentación
de la solución comunista para los problemas sociales planteados.
Quizás
el rechazo de Brecht del género de la tragedia impidió una mayor profundización
o utilización más efectiva de la creatividad estética. Fue su completa
irrelevancia hacia la tragedia –alta forma del arte, que eludió- el punto más
débil de sus obras. Brecht llegó muy bien hasta hablar de las catástrofes
siendo disfrutadas por la sociedad en toda su gloria, mientras estuvieran bajo
control de la sociedad. Pero la historia está llena de catástrofes que no
pueden ser controladas, sean individuales o nacionales, y la tragedia ha sido
la que las ha confrontado implacablemente, agarrándose de lo peor y resistiendo
el pesimismo o la resignación. Al no tener Brecht lugar para esta forma del
arte dramático, en teoría al menos, sus personajes son sufrientes extraviados
del pasado, de quienes pueden sacarle una lección, y/o son jubilosos hombres y
mujeres regodeándose en las contradicciones de un momento presente.
Sin
embargo, para millones de personas que hemos visto y vemos la amenaza de
desastres finales –como es el caso frente al castrocomunismo- queda fuera del
espíritu y la fe, porque en Brecht –exceptuando La Buena Mujer de Setzuan- no
hay nada que ofrecer.
En
las obras propagandistas, en Baal particularmente, Brecht enfrentó la
descomposición como una orgiástica metamorfosis de la naturaleza, aislando al
protagonista en su disfrute. La necesidad de ajustar cuentas con una realidad
social áspera y caótica llevó a Brecht a una falsedad que se muestra en la
historia de Santa Juana y en la ingeniería inhumana de Las Medidas Tomadas.
Emergiendo del aislamiento con una desesperación urgente para corregir los
males sociales que veía, Brecht cayó en la trampa que espera a todos los que
tenemos consciencia moral: perdió su integridad y se hizo un fanático. Pero la
franqueza, que es una de las principales virtudes de Baal, permaneció, y es
refrescante ver cómo fue reivindicada en sus obras posteriores.
Alberto
Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com
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