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sábado, 2 de noviembre de 2013

PEDRO CORZO, MADURO Y SU MUNDO FELIZ

La decisión del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro de crear una instancia gubernamental dedicada a la búsqueda y consecución de la Suprema Felicidad,  conduce al libro 1984 de George Orwell, en el que el Gran Hermano contaba con ministerios claves como el de la Verdad y el Amor, y el régimen se sostenía sobre consignas como “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia la fuerza”.

Estas consignas se ajustan perfectamente al modelo político que Hugo Chávez impuso en Venezuela, que hasta el momento reproduce algunos aspectos del régimen cubano, y según promesas del desaparecido mandatario tiene como objetivo llegar al mar de la felicidad de los hermanos Castro, del que el presidente Maduro ha demostrado ser un apasionado devoto.

De que la Guerra es la Paz para el mandatario venezolano se aprecia con la cantidad de armas que su país ha adquirido en los últimos años, que la Libertad es la Esclavitud se evidencia, entre otros condicionantes en las restricciones y sanciones impuestas a los medios de comunicación y la Ignorancia la Fuerza, la personifica el propio presidente con las visiones que dice haber tenido, o por la barrabasadas que no cesa de pronunciar como cuando dijo “Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez”.

En consecuencia en la búsqueda de la felicidad para todos,  Maduro que creó un vice ministerio para lograr la felicidad de cada ciudadano, no duda en  amenazar con llevar a prisión a los periodistas que denuncian la escasez, confiscar los bienes de quienes considera acaparadores o simplemente amenazar o encarcelar, a los dirigentes políticos de la oposición.

La ficción política de Orwell, como el Mundo Feliz del también británico Aldous Huxley,  o Tierra de Extraños del escritor cubano José Antonio Albertini, al igual que otras obras de diferentes autores que abordan este género, describen un mundo en el que los poderes del estado tienen la autoridad para determinar la conducta del ciudadano, sus sentimientos y hasta sus relaciones sexuales.

Ese poder absoluto es la aspiración de todo  dictador. El pasado siglo XX  contó con déspotas que con el objetivo de hacer feliz al género humano, destruyeron cientos de millones de vidas y afectaron el desarrollo de los pueblos que llegaron a dirigir.

Huxley, Orwell y Albertini,  describen una sociedad en la que el líder justifica el uso de la fuerza con el subterfugio de  que la humanidad para sobrevivir debe ser sometida a las restricciones y regulaciones que él Conductor considere necesarias.

Hay que admitir que Maduro no está solo. Han sido muchos los dirigentes políticos y religiosos,  que han prometido el paraíso en la tierra y simplemente han adelantado el infierno para aquellos que están bajo su influencia.

Casos como los de James Warren Jones, alias Jim Jones, que fundó la secta Templo del Pueblo y provocó un suicidio masivo en Jonestown, Guyana, causando la muerte de 913 personas, incluidos 270 niños, o el de Waco, donde David Koresh, contribuyó a la muerte de 168 personas, hasta los ataques suicidas de los extremistas islámicos a los que se les promete un mundo de leche y mielcon tal de que asesinen inocentes.

Hay muchos más ejemplos  y no está de más recordarlos. La pureza de la raza de Adolfo Hitler, el Paraíso de los Trabajadores de Lenin y Stalin, la Revolución Cultural de Mao Tse Tung, el edén que conquistó el pueblo camboyano como consecuencia del pensamiento mágico de los Kmer Rouge, hasta el Pan con Libertad de Fidel Castro, sin olvidar el hombre nuevo de Ernesto Guevara.

La mayoría de los líderes usan las promesas para alcanzar el poder y conservarlo sin perder el sentido común, pero cuando imaginan que han tocado el cielo con las manos, el delirio se acentúa y la destrucción total del país está asegurada.

Maduro pudo haber empezado a jugar con palabras y promesas como estrategia, pero tal parece que ha sido encantado por su propia hechicería,  por lo que la situación es muy seria ya que cuenta  con la capacidad represiva para imponer su voluntad.

Sin embargo el iluminismo del mandatario venezolano no es lo peor y es que tanto a él como a sus homólogos mencionados y omitidos, no les han faltado seguidores. Aparentemente hay un sector de la humanidad que gusta del cuento, compra las promesas más absurdas y mata o se deja matar por ellas.

Ahí está el problema, sino quedaran ciudadanos con mentalidad de siervos, estos esclavistas serian rápidamente desenmascarados y expulsados del poder.

Pedro Corzo 

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