Ser indiferente ante la
violación de la dignidad del otro ha llevado a las naciones a la pérdida total
de sus derechos humanos.
Hasta los 90 el venezolano
se caracterizó por ser solidario, libre, por acoger a los extranjeros como
connacionales, por tratarse como igual sin distingo de raza clase social,
filiación política, religión, ni algún otro.
Luego la antipolítica y la
izquierda aspirante al poder crearon un clima de anomia, con sus discursos
descalificadores de las instituciones, que dio entrada a la anarquía que
vivimos hoy.
Los 14 años en el poder de los totalitarios comunistas terminaron
por consolidar un cambio en las actitudes de un gran sector de la nación
mediante la promoción de la lucha entre clases y su división entre
“socialistas” y “capitalistas-burgueses-imperialistas-apátridas”.
Hasta que llegó este
régimen era impensable que una protesta pudiera ser reprimida con saña con
cuerpos armados oficiales y paramilitares como ha venido ocurriendo, prohibido
olvidar el 11-04-02 y el 27-02-04; o que un gobierno propiciara la muerte de un
ciudadano en huelga de hambre, como lo ha hecho el régimen con Franklin Brito o
que una persona inocente pudiera ser encarcelada, torturada-enfermada y
asesinada lentamente mediante la negación sistemática de la medida humanitaria
que le corresponde, como viene haciendo el régimen con Iván Simonovis o que
opositores fueran descalificados como “enemigos de la patria” al extremo de
colocar carteles con los rostros de algunos de ellos llamándolos: “trilogía del
mal”, como se está haciendo con María C. Machado, Leopoldo López y Henrique
Capriles, entre otros hechos inhumanos y despreciables, que han sido
presenciados con indiferencia por un buen sector de la sociedad y considerados
como justificados por los oficialistas, debido, entre otros factores, a la
propaganda sistemática del régimen, de mentira y odio, para preparar
psicológicamente un clima de exterminio del contrario, del “enemigo objetivo”,
que viene siendo culpado por éste de todos los males: inseguridad, inflación,
escasez, deficiencia de los servicios públicos, deterioro de la
infraestructura, otros; males que en verdad, son consecuencia de la política de
control-sometimiento del propio régimen.
Mientras más se agrave la
situación mayor será la infusión de odio para justificar la aniquilación del
contrario, contexto que, como ha demostrado la historia, puede desencadenar en
hechos terribles que han arruinado a las naciones que, por no ser solidarias en
la defensa de la dignidad de la persona humana de los perseguidos, han perdido
todos sus derechos humanos que la garantizan, quedando al arbitrio del poder
totalitario que controla y reprime sin piedad con la colaboración de la misma
sociedad que por inmoral, fanatismo o miedo termina integrándose al sistema
perverso de espionaje-sapeo-represión.
Ante esta realidad quienes
creemos en Dios estamos obligados a recordar: que desde el principio el mensaje
del Padre ha sido que nos amemos los unos a los otros (1 Juan 3:11) y que “todo
aquel que aborrece a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida tiene
vida eterna permanente en él (1 Juan 3:15).
Para no ser considerados
por Dios como homicidas, demostremos el amor al prójimo rechazando todo acto
que vulnere la dignidad de la persona humana.
@elinormontes
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