¿Quién
te ha creado?
Dios me ha creado
¿Y
para qué te ha creado Dios?
Para darle la vida y recibir las cenizas de mis hijos cuando mueran.
“Es la
ceniza de los muertos la que crea la Patria”. Soy Madre y soy Patria.
¿Qué es la Patria?.
Es una mezcla de nuestros sentimientos con las
grandes obras de Dios.:
• “La
Patria es el conjunto sagrado de la tierra, la vida presente, y las grandes
aspiraciones del país y del pueblo al que unen el nacimiento o la sangre de los
padres……” (Cabanellas)
• “La
Patria es el amor… es la tierra…, son las costumbres…es el idioma…es el
sentimiento religioso. La Patria en fin, son los artistas, los pensadores y lo
héroes….. (Gonzalo Picón Febres)
• La
Patria tiene cuerpo y tiene alma. El alma de la Patria anda por allí flotando
entre los acordes del sagrado himno….. El alma de la Patria anda por allí,
entre las palabras armoniosas de la lengua en que el hombre dice en la mañana
de la vida “te amo” y por la noche “Padre Nuestro que estás por los cielos”
(Monseñor Ramón Lizardi)
• “El
cuerpo de la Patria es el territorio… El alma de la Patria está constituida por
el acervo común de recuerdos, de sentimientos, de ideas y de voluntades….el
verdadero patriotismo es el amor…. Al alma de la Patria pertenecen el hombre de
campo, el maestro de escuela, la hermana de la caridad, el humilde periodista,
el sacerdote, el estudiante y la Madre, que le da ciudadanos y pone en sus
labios las primeras palabras y en sus corazones las primeras semillas de virtud
y les enseña a balbucear los nombre de Venezuela y de Bolívar, a amar la
Bandera y a preludiar las vibrantes notas marciales de nuestro Himno
Nacional” (Cardenal José Humberto
Quintero)
• “
La Patria es un pedazo de tierra bajo un pedazo de cielo: la tierra en que
nacimos y el cielo bajo el cual queremos morir..…La Patria es el pecho de la
Madre que nos alimenta, y el brazo del padre que nos sostiene y que nos
guía…” (Carlos Borges)
Ahora podrás entender el
por qué soy Madre y soy Patria
¿Cuándo naciste?
Al sexto día de la creación. Dios fue muy
bondadoso conmigo. Me dio mares, lagos, ríos, flora, fauna, montañas, llanuras,
médanos, selvas y todo lo necesario para que yo pudiera comenzar a parir a los
hijos de mi tierra. Sólo me faltaban los hijos. Y fueron llegando y
multiplicándose, por decenas, centenas, miles y millones e, igualmente, con el
paso de los años, se fueron convirtiendo en cenizas que fertilizaban tierras y
aguas.
¿Y tú
espacio?
Lo fueron delimitando mis hijos. Por cierto,
diferentes unos de otros, como los dedos de las manos.
¿Cuándo se celebra tu día?
Para
mí, todos los días. Para mis hijos, los días que se acuerdan o se alejan de mí.
¿Cómo
te llamas?
Por siglos y siglos no tuve nombre. Yo era
una Madre en cualquier lugar que, deambulando, ocupara uno de mis hijos. En el
año de 1498 llegaron en grandes barcos muchos seres parecidos a mis hijos, más
blancos, hablaban y no los entendíamos. Con los años fueron llegando más y más
y se fueron apoderando de mí y de mis hijos. Poco a poco fuimos entendiéndolos
y supe que primero me llamaron “Tierra de Gracia” y más tarde “Venezuela”. En
verdad, no me importaba cómo me llamaran sino cómo me trataban.
¿Y tus hijos, qué hacían?
De todo. Pelaban y morían por defender a su
Madre, otros, simplemente me abandonaron, a otros se los llevaron y, a los más
los esclavizaron para que los ayudaran a violarme. Cuando mis hijos, a los
cuales llamaban “indios”, no les eran suficientes, trajeron por montones, de no
sé dónde, miles y miles de otros seres humanos, también parecidos a mis hijos y
a los blancos, pero de oscuro color, y añado yo “pero de alma blanca”.
Aquellos blancos llegados de otros mundos, se
adueñaron de todo y cuanto Dios me otorgó para que bien criara a mis hijos. Me
fijaron límites dentro de lo que yo misma no sabía que era mío. Y lo que
hicieron conmigo, también lo hicieron con otras Madres quienes me decían que
eran mis hermanas. Esos mismos, que también violaron a mis hermanas, me fueron
arrancando por la fuerza tierras y aguas con la que alimentaba a mis hijos y me
fueron achicando como piel de zapa.
Como era lógico que sucediera, se tocó la
fibra de la identidad y de la defensa de lo “mío”, y comenzó la lucha, en todas
sus formas, hasta la más sangrienta, entre el coloniaje y la conquista por
apoderarse de tierras, vidas y riquezas en contra de los auténticos dueños de
su propio destino. Lamentablemente, en esa inicial y desigual lucha, perdí
cientos de miles de mis hijos naturales y de los adoptados. Al fin, después de
años de lucha, casi toda fratricida, se impuso el valor de David contra Goliat.
No pasó mucho tiempo para que la avaricia y
el reclamo por el “valor” de lo que, pensaba yo, gratuitamente se entregó por
la conquista de la independencia y libertad, se reflejara en luchas intestinas,
lamentablemente entre mis propios hijos, por todo el espacio de mi cuerpo y por
los bienes que en un principio eran de todos por igual. A mis hijos indios los
asimilaban a los animales, pero algunos de mis hijos blancos y mestizos,
dejaban de ser “humanos” para convertirse en animales. Qué Madre puede soportar
tanta maldad entre sus hijos.
Yo estoy supeditada a lo que mis hijos hagan
y deseen para mí. En principio yo les garantizaba abundante y variada
alimentación, poniendo a su disposición tierras fértiles y aptas para el
cultivo y la cría de gran variedad de especies. Casi todo eso fue desapareciendo
y comenzó, por supuesto, la aparición de enfermedades que coadyuvaron a diezmar
la población.
Poco a poco, algunos de mis hijos se fueron
imponiendo y también, poco a poco, los demás fueron aprendiendo que unidos se
vive mejor. Nuevamente los campos comenzaron a dar sus frutos en alimentos y en
cada conuco no faltaba la siembra de frijol, maíz, topocho, yuca, ñame, ocumo,
auyama, papas, tomates, etc. y la cría de ganado para la obtención de la blanca
leche con que se ayudaba a amamantar a los hijos de los hijos. Yo seguí siendo
la Madre de todos los venezolanos, como llamaban a mis hijos.
No todo es perfecto y la dicha no es eterna.
De repente, del mismo suelo de donde brotaba el agua para la vida, comenzó a
brotar una “negra leche”, en varias partes de mi cuerpo y que poco se sabía lo
que era y mucho menos que hacer con ella. Fue tanto el alboroto que se formó,
que la noticia pasó a otras Madres,
allende los mares, y sus hijos, capacitados en ordeñar suelos para extraer
leche negra, vinieron por miles - técnicos, máquinas y conocimientos- y
comenzaron a ordeñar mi leche negra y a llevársela para sus tierras. Esa actividad, para su época, requería de
mucha mano de obra, la cual, con salarios muy por encima de lo que un hijo
ganaba en el campo, motivó el desplazamiento de muchos de mis hijos, del
oriente, del llano, y de los Andes para ayudar, en el occidente, a seguir
perforándome el vientre. A la vuelta de pocos años, nuestros campos quedaron
abandonados y la agricultura y la cría casi desaparecieron. Nuestras
exportaciones no eran el café y el cacao, sino la negra leche que se convertía
en dólares y que nos permitía comprarle a otras Madres el café y el cacao que
necesitamos, amén de muchos otros productos.
Y yo, como la Madre Venezuela y con la
previsiva intuición que tiene todas las Madres, le hacía ver a mis hijos el
oscuro futuro que nuevamente nos esperaba y, algunos de ellos, oyéndome, fueron
mi voz para todos y uno gritó: “sembremos la negra leche en la tierra de mi
madre” y otro, recorrió parte del mundo para hablar con otras Madres quienes
tenían el mismo problema, para la defensa conjunta del valor y de las reservas.
El grito y el resultado de los viajes, en parte dieron su fruto y, un poco más
que menos, comenzó el proceso de sembrar la leche negra con la construcción de
vías de comunicación, institutos educacionales, fabricas industriales,
aeropuertos, hoteles, centros de salud, adquisición de tecnologías, interacción
entre mis hijos, atracción para miles de hijos de otras Madres en tierras lejanas
para la explotación agrícola y pecuaria, que, en un todo, le dieron calor a mi
hogar.
Nuevamente mis hijos hacían y deshacían, y en
ese vaivén, como péndulo de reloj, desunidos, regresaban a las antiguas luchas,
quizás no tan sangrientas, pero que requerían la presencia de un mal necesario,
el Gendarme. Cuando ya no soportaban el látigo que suprimía lo más sagrado que
tiene un ser humano, su libertad, volvían a luchar y triunfaban. No más de
cuarenta años duró la última hermandad, hasta que, animados como en fiesta de
carnaval, se plegaron al nuevo Dios Momo, quién con su carisma se ganó a la
gran mayoría y lo colocaron en un pedestal.
Poco a poco, el Dios Momo, se fue quitando la
careta, hasta que, siendo, como todos, MI HIJO, sin decirlo, me enteré que tenía
una Madre adoptiva. Desde entonces, ya
no le importé y tampoco a algunos de sus hermanos..
Trataba de comprender la actitud de mis hijos
de finales del siglo XIX, cuando luchaban y morían entre ellos por las tetas de
su Madre, verdaderamente, ahora si lo comprendo; lo que no puedo aceptar como
Madre de todos los venezolanos, es que unos hijos, de quienes parece que su
padrino es Mandinga, y que Dios me perdone por referirme a ellos así, le estén
entregando parte de mi cuerpo, como si fuera un trofeo, a otras Madres.
Recuerden, aunque “ …¡son iguales la madre de Cristo y la madre de Judas,
porque ambas están hechas de pulpa milagrosa”(A.E.B.), me llamo VENEZUELA y la
madrina de todos es LA VIRGEN DE COROMOTO.
Por sus hijos y, por los hijos de sus hijos:
HAGAN LO QUE DEBEN HACER para evitar la desagradable vivencia de Andrés Eloy
Blanco, expresada en este recuerdo a su Madre Patria en donde “el hijo vil se
le eterniza adentro y el hijo grande se le muere afuera”. El mejor regalo que
me pueden ofrecer, en cualquier día del año, es verlos a todos unidos, como el
puño de una mano, para devolverme la salud y repetir con alegría:
¡HIJOS, he aquí a su MADRE!
Daniel Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
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