Pensaba darle millones de gracias al Misterio
de la Felicidad Social por la gran oportunidad que me ha dado para soñar con la
época decembrina, que normalmente comenzaba después del 15 de diciembre cuando
se pagaba un mes de Aguinaldo y, aunque fuera por única vez en el año, poder
comprar dos estrenos de ropa, una para el 24 y otra para el 31.
Igualmente
comer verdaderas hallacas, de las que hacía mi mamá, a las cuales no se les
negaba nada, y de paso algunas las vendía; la ensalada de gallina, de buena
gallina nacida y criada en el corral de la casa y "matada" a fuerza
de darle vueltas y vueltas por el pescuezo, y no esas de ahora que vienen con
una etiqueta en la pata que dice “Made in Taiwan by Cuban ImporHen”, y por
dentro un poco de algodón jediondo a formol; pan de jamón de la panadería del portugués de
la esquina que llevaba más jamón, aceitunas, pasas y carne de primera que pan; dulces de lechoza con clavitos
dulces, varios dulces, si, porque cada vecina hacía y repartía; no podía faltar
la botella de Ponche Crema, único de Eliodoro González. P, inigualable; el
nacimiento, hecho en casa con cajas de cartón de varios tamaños, regaladas en
la bodega, cubiertas con pedazos de telas de sacos embadurnados con engrudo y
pintados de verde, casitas e iglesia hechas de cartulina, bastante aserrín para
simular caminos, vacas, chivos, perro, caballos, gallinas, pavos, y árboles que
los vendían por paquetes en la quincalla, lagunas simuladas con espejo y
cascadas con tiras de papel de aluminio, la pared de fondo pintada de azul
claro para imitar el cielo y en donde se colocaban estrellitas de papel
fosforecentes y las imágenes de San
José, la Virgen y el Niño, los Reyes Magos, la mula y el buey y, algún coleado,
colocadas en la parte superior del imaginado cerro y en una casita hecha con
bambú y palmitas como techo.
No puedo olvidar las Misas de Aguinaldo, a
las que para asistir y disfrutar había que levantarse, sin temor, a las cuatro
de la mañana, se encasquetaba uno sus patines Winchester, se montaba en su
bicicleta Raleigh o en su carrito madera hecho en casa, un sweater o doble
camisa para soporte del frío y …..pa’ la Iglesia, acompañando a la novia y
amigas del momento. Después, casi dos horas de patinar, comer orejitas dulces,
tomar chocolate o café bien caliente, que terminaban cuando el grupo, sentados
en el suelo, en los escalones o en los bancos de la plaza, comenzaban a echarse
cuentos, a beber un roncito embolsillao, a reírse y a seguir disfrutando la
felicidad de aquellas navidades.
En este pasaje de las navidades de ayer, no
podemos olvidar los intercambios de regalos sencillos, baratos y con mucho
amor; la llegada del niño Jesús a
finales de la noche del 24 o en la madrugada del 25, cuando los niños recibían
lo que habían pedido en sus cartas al Niño Jesús, o la piadosa mentira para
justificar el no poderlo complacer.
Y por último, el 31, fin de año, mezcla de
alegrías y tristezas, Radio Rumbos anunciándonos la hora y los minutos que
faltaban para las 12:00. La familia reunida, recordando la ausencia de alguno a
quien Dios le adelantó la partida o al que tuvo que partir al exterior por el
delito de no pensar igual. Todos, presentes y ausentes, en una sola comunión de
valores, agarrados de las manos con un puñito de las arvejas de la felicidad,
gritando con su pensamiento los deseos más íntimos, le van dando volumen a la
radio en la que suena la canción que recuerdo decía: “me dejó una chiva, una
burra negra, una yegua blanca y una buena suegra” y, al “Pájaro Choguí” Néstor Zavarce, cantando su éxito ”Faltan
cinco pá las doce el año va a terminar…..”. No faltaba algún tío que insistiera
en recitar “Las Doce Uvas del Tiempo”, del inigualable, Andrés Eloy Blanco
De repente la individual angustia, se reparte
y se convierte en coro para pronunciar: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro, tres, dos ……UNO: abrazos,
lagrimas, tarugos en el guarguero, sonrisas y risas, deseos y más deseos,
promesas y más promesas, convierten el espacio y el tiempo en lo que ha debido
ser todo el tiempo y el espacio que vivimos y ocupamos durante los trescientos
sesenta y cinco días del año.
“Que salgan los mesoneros” gritaba el abuelo,
y las esposas, tías, cuñadas, novias y amigas, siempre han sido ellas, venían
con bandejas y copas llenas del criollo champán que, poco a poco, rompiendo
hielos van calmando los ánimos y limando asperezas.
Convencido como lo estoy, permítanme decirles
que la felicidad no se decreta, ni se compra ni se vende, sino que se recibe
por merecimiento y se da por amor o agradecimiento. La felicidad no está
individualizada, es necesario que esté generalizada para poder disfrutarla. El
refranero popular nos dice que “El pájaro no canta porque es feliz, sino que es
feliz porque canta”. Muchos creen que hay que tener felicidad para actuar, por
el contrario, la felicidad aparece cuando empezamos a actuar. Así es en la sociedad, y nosotros
obligatoriamente somos parte de ella. Un pueblo es feliz porque “Antes de
rezar, antes de comer y antes de reír, mira a su alrededor por si tuviera que
compartir su oración, su pan y su sonrisa”.
Si deseamos FELICIDAD para todos, no sólo en navidad sino durante todo el año, hagamos el pequeño esfuerzo de levantarnos temprano el próximo domingo 8 de diciembre, y antes de cumplir con el deber de conciencia y de patria, antes de VOTAR, pidámosle: a Dios, guía para vivir como cristianos y a nuestro Libertador, voluntad y sacrificio para servirle a nuestra Patria. Es hora de actuar. Seremos felices y podremos disfrutar de la paz navideña durante muchos años.
Daniel chalbaud lange
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