El
resultado electoral no variará la dirección por donde el gobierno conduce a la
economía. La irracionalidad de las medidas anunciadas el miércoles obedece a
una visión represiva inherente al modelo ideológico de la revolución. Aunque
todas las señales adviertan sobre el colapso del modelo, “la sucesión”
continuará profundizando los controles, porque estos constituyen una de las
claves principales del esquema de dominación política y social.
Si “el proceso”
recibiera una nueva derrota en las municipales, con seguridad apelará a una
agenda más radical para evitar que el país le perciba débil y sin autoridad. Si
conquistara una victoria, la receta sería la misma, sólo que en ese caso
estaría prescrita por la convicción de que “el proyecto” todavía tendría
capacidad de maniobra para sortear las dificultades y las amenazas. Maduro no
aplicará nada que no conozcamos: tanto él como sus colaboradores están entrampados
en una dinámica que sólo acepta el extremismo en todas sus variantes
Las
pretendidas “soluciones” que “el heredero” presentó como panacea contra la
carestía y la inflación son un reflejo fiel de la tragedia hacia donde nos
dirigimos. El hecho de que la revolución se resista a ponderar el verdadero
origen de nuestros infortunios económicos de hoy, es un pésimo síntoma que nos
anuncia calamidades de mayor dimensión.
Estamos ante un gobierno claramente dispuesto a llevarnos hasta el fondo con tal de alcanzar sus propósitos políticos. La radicalización de los controles económicos es el producto de una noción del poder, en la cual toda mínima cesión constituye una inaceptable expresión de debilidad. El escalamiento que Maduro ha emprendido esculpirá un Estado policial, cuyo objetivo ya no será únicamente el sector privado y la “oligarquía amarilla”, acusados como artífices de la llamada “guerra económica”. La sucesión apunta ahora hacia el ciudadano corriente, culpable de infringir las normas conductuales del “hombre nuevo”.
Estamos ante un gobierno claramente dispuesto a llevarnos hasta el fondo con tal de alcanzar sus propósitos políticos. La radicalización de los controles económicos es el producto de una noción del poder, en la cual toda mínima cesión constituye una inaceptable expresión de debilidad. El escalamiento que Maduro ha emprendido esculpirá un Estado policial, cuyo objetivo ya no será únicamente el sector privado y la “oligarquía amarilla”, acusados como artífices de la llamada “guerra económica”. La sucesión apunta ahora hacia el ciudadano corriente, culpable de infringir las normas conductuales del “hombre nuevo”.
El
fracaso de los controles económicos sólo ha convencido al gobierno de que
éstos, en su próxima etapa, deben abarcar al propio ciudadano de a pie, cuyas
imperdonables “veleidades capitalistas” representan una de las amenazas
principalísimas que el régimen enfrenta. Maduro quisiera que los venezolanos se
le restearan “con hambre y sin empleo”; quisiera que obrara el milagro de la
“conciencia revolucionaria”, sin la cual el modelo de dominación está condenado
a perecer, asfixiado por un absurdo radicalismo represivo que, concebido como
fuente de poder, terminará fracturando letalmente la viabilidad de “la
sucesión”. Es una locura creer que la represión modelará al virtuoso “hombre
nuevo” bolivariano, pero así estamos: en medio del desvarío.
Argelia.rios@gmail.com
Twitter
@Argeliarios
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