Quince años de desastre en la gestión gubernamental, y el chavismo sigue culpando del fracaso a otros: la derecha, el imperialismo. Nada de autocrítica. Maduro quiere decretar "un hombre nuevo".
Todos los medios de comunicación internacionales independientes seguimos día a día la situación venezolana. Situación desesperada en lo económico, turbulenta en lo político y social y directamente calamitosa en lo institucional.
Hay desabastecimiento de productos básicos de la canasta familiar. Y no por mucho que lo niegue el gobierno, hace que aparezcan los bienes de consumo en los estantes vacíos de los supermercados.
Y desde allí mismo se reporta, por parte de los medios que aún resisten el acoso por cumplir su deber democrático de informar, que el desorden y la ausencia de autoridad legítima en los centros urbanos es alarmante. Entre milicias bolivarianas y grupos de moteros que aplican sus particulares leyes de la selva, la ciudadanía se encuentra acorralada entre unos gobernantes vociferantes y sin rumbo, esa escasez de productos básicos y una corrupción desmedida. Esta sí, fuera de todas las "justas proporciones".
El martes pasado, el presidente Nicolás Maduro solicitó a la Asamblea Nacional que le concediera poderes habilitantes para ejercer, durante un año, la facultad legislativa extraordinaria que le permita expedir decretos ejecutivos con fuerza de ley, sin necesidad de pasar por el Congreso.
Maduro carga con el peso de una herencia caudillista de un líder carismático -Hugo Chávez -, a quien no iguala ni siquiera en lo malo; de un sistema económico que no funciona; de una falta de capacidades para gobernar que avergüenza incluso a cierta izquierda crítica; y de una dispersión del poder que lo mantiene en permanente zozobra, al vaivén de las apetencias de su principal rival, Diosdado Cabello, y de los militares "boliburgueses" que no lo respetan.
Y el denominado heredero de Chávez considera que con poderes normativos excepcionales podrá contener por lo menos dos de los descomunales problemas (corrupción y crisis económica) que tienen a la República Bolivariana en estado de postración moral y financiera.
En uno de los párrafos de su macondiano discurso ante la Asamblea Nacional, Maduro sostuvo que "si la corrupción sigue reproduciéndose y perpetuando su lógica capitalista de destrucción, aquí no habrá socialismo, el socialismo nunca podrá afianzarse plenamente en su dinámica profundamente humana entre nosotros, en medio de los antivalores de la corrupción".
La corrupción, dijo, es derivada del sistema capitalista, de sus desórdenes y de su equivocada concepción del hombre. No es, en el caso de su país, resultado de 15 años de un mismo régimen, ni de la consolidación de camarillas de discurso socialista, pero de bolsillos sin fondo para atiborrarse de recursos públicos.
Igual con la economía. El desabastecimiento es producto de un bloqueo de la derecha fascista y de enemigos externos, que no permiten que los bienes lleguen al ordenado sistema de planificación estatal. La cadena productiva murió no por arbitrariedades gubernamentales, expropiaciones y falta de gestión. No: no funciona porque hay un complot de la derecha, que no deja producir bienes y servicios.
El discurso de Maduro podría indicar una patología política ya irremediable, de buscar cambiar la realidad con ruidosas arengas revolucionarias, o acabar la corrupción gubernamental no sancionando a quien incurre en ella, sino acorralando a la oposición. La farsa, en fin, de crear un hombre nuevo con políticas fracasadas y sin futuro.
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Muy acertada observación, la demagogia de la retorica dizque socialista de estos politiqueros de oficio es patética
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