Un
desencajado, compungido y hasta frío Nelson Merentes compareció esta semana por
ante la Asamblea Nacional para, como Ministro de Finanzas y en representación
del Poder Ejecutivo, presentar a consideración de los parlamentarios el
proyecto de Presupuesto de Ingresos y Gastos de la nación para el 2014.
A
no ser porque su recurrencia a cifras, porcentajes, proyecciones y similares
obligaba a recordar lo que su Despacho dijo el año pasado que sucedería durante
el que aún está en curso, y que no hay un solo resultado que haga suponer que
en aquella ocasión no se mintió, Merentes habría pasado imperceptible, ausente,
irrelevante. Porque para congresistas y ciudadanía, es verdad, esa presentación
en Venezuela no supera la calificación de simple formalidad.
Y
es así, debido a que desde hace casi diez años, los Ministros de Finanzas no se
acogen a la obligación Constitucional de presentar una relación de ingresos y
egresos supeditada la condicionalidad de lo serio. Ni tampoco hay un
conglomerado ministerial y un Jefe de Estado que rindan cuentas ciertas de cómo
es que se conduce la hacienda pública, muchos menos un Congreso y una
institución Contralora que eviten la supervivencia del prolongado reinado de la
desestimación de tener presente lo obvio: nadie allí administra dinero propio;
nadie allí puede actuar considerándose con autonomía para hacer y deshacer, sin
que semejante proceder no entre a colidir con las normas contra la malversación
de fondos públicos, el enriquecimiento ilícito, la corrupción y hasta el fraude
a la confianza ciudadana.
Nelson
Merentes, en fin, el mismo que hace apenas poco más de doscientos días sembró
en el espíritu de propios y extraños al Gobierno del que forma parte, la
sensación de que, convertido en Jefe del Gabinete Económico, haría posible el
milagro del entendimiento entre el equipo comandado por Nicolás Maduro Moros y
los que se dedican a producir bienes y servicios en el país, o a importarlos
cuando no se puedan producir, se hizo presente en el Hemiciclo para tratar de
hacer lo mismo que lideró en abril pasado.
Pero
no lo logró. Y no solamente por la comunicación corporal que arropó su verbo,
cuando anunció que el gasto previsto para el venidero año estará por el orden
de los 552 millardos de bolívares y que el endeudamiento estimado será de otros
141 millardos, sino también porque esa disparidad comunicacional sólo sirvió
para aromatizar el ambiente, aún más, al verse obligado a comunicar aquello
que, quizás, él hubiera preferido no citar. Y es que los ingresos de la
petrolera Venezuela, no serán tan abundantes como para atender eficientemente
la erogación programada, por lo que la diferencia tendrá que ser sacada del
bolsillo de los casi 30 millones de personas que plenan el suelo venezolano, y
que en el 2013, se han visto obligados a financiar una inflación cercana al
60%, cuota de empobrecimiento forzoso que, por cierto, se radicó en el país
hace ya tres décadas, sin que durante ese período haya habido un solo gobierno
interesado en evitar que eso ocurra.
Por
supuesto, ante esa inobjetable realidad, lo más grave, es que tampoco hoy
abunden las propuestas políticas que hagan suponer que, ante la eventualidad de
un cambio en la actual conducción del Gobierno, no se seguirá dependiendo de la
misma norma rectora hoy cuestionada.
Pero
si para Merentes no debe haber sido cómodo estar allí, sabiéndose obligado a no
referirse a esa respuesta que todos los días demandan millones de venezolanos,
cuando indagan en soledad “¿en dónde están los dólares que ingresaron al país
desde hace catorce años, en el mayor volumen de toda la historia republicana?”,
peor tiene que haberse sentido en sus adentros al no admitir que con un Banco
Central convertido en otro despacho ministerial, no es posible evitar la
impresión de dinero inorgánico para financiar el gasto desenfrenado promovido
por un Gobierno huérfano de visión de futuro. Y más si tal impresión en esas
condiciones comenzó a tomar cuerpo cuando él, Merentes, presidía al ente
emisor.
En
todo caso, en el medio de malestares, decepciones, frustraciones, equívocos,
estadísticas de feo rostro y curiosa conformación técnica, la impresión
relacionada con los denodados esfuerzos que hacen las autoridades para que del
proyecto presupuestario, se pase a la credibilidad parlamentaria y de la propia
sociedad, emergen dos serias inquietudes que superan las suspicacias bien
fundadas sobre la insinceridad de lo presentado en la ociosa Asamblea Nacional.
Y
se refieren a si, hasta que esa institución apruebe el proyecto, es decir,
antes de que se produzca la culminación de sesiones en diciembre próximo, y se
conozcan los resultados electorales municipales del 8 de diciembre, finalmente,
el Gobierno dará el gran paso de impedir que la economía continúe su rumbo
desenfrenado hacia la hiperinflación, como lo han demostrado, con cifras y las
evidencias extraídas de los cálculos, economistas como Alexander Guerrero.
Porque,
definitivamente, el problema de la economía venezolana no se circunscribe a las
“perturbaciones” que describió el Ministro Merentes: inflación, escasez y
sistema cambiario. Sino a la concepción ideológica que los padres de dichas
perturbaciones insisten en seguir empleando para continuar conduciendo la
economía, animados y convencidos de que en el medio de barrotes, restricciones,
controles y amenazas contra quienes reclaman libertad para financiar, producir,
comercializar y disponer de una renta lícita, habrá suprema felicidad social.
Tales
perturbadores, desde luego, engendraron las causas exacerbadas de los
“enemigos” de la economía que identificó el representante del Poder Ejecutivo
cuando quiso justificar lo injustificable en la Asamblea.
Tales
perturbadores son dueños políticos y poderosos de voz y voto entre cuatro
décadas de ministros que también alzan la voz para avalar, respaldar y
fortalecer la creencia de que, gracias a los pasos dados en materia económica desde hace ya casi
quince años, el 9 de diciembre, con resultados políticos satisfactorios –o no-
en el bolsillo, será posible dictar más y más radicales decisiones que
consagren la conquista de la gran meta en el 2019.
Y
no importa que eso sea en el medio de apagones, mala vialidad, disfuncionalidad
del sistema de salud pública, carencias de inmuebles y de maestros y profesores
en el de educación, inseguridad, desempleo y desabastecimiento de alimentos y
otros bienes. Porque, después de todo, para tales perturbadores, también esa
constituye una variable consagradora de
victoria política: la del ciudadano dependiente de un Estado (Gobierno) que ya lidera el 52%
de la conformación del Producto Interno Bruto nacional, sin que, por el
momento, haya capacidad sustitutiva de parte de la ciudadanía emprendedora
nacional y la fuerza corporativa internacional.
Si
no se cree que eso es así, bastaría con evaluar los resultados de la última
encuesta de la empresa Ivad, cuyo elemento más sobresaliente es que los amantes
seguidores del bien mercadeado proyecto “revolucionario”, en casi un 50% está
convencido de que la economía venezolana no da tumbos entre improvisaciones y
equívocos, tampoco entre 5 y diez protestas sociales diarias en todo el país.
Sino que, por el contrario, es un producto final apropiado para que,
finalmente, el actual Ministro de Planificación, Jorge Giordani, no siga siendo
calificado el peor ministro en su tipo
en todo el Continente, amén de padre formal del modelo por el que se rige la
economía venezolana. Es que si las cosas son así, el “Monje” hasta pudiera
terminar alzándose alguna vez con un Premio Nóbel de economía. ¿Por qué no?.
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