Los
Norteamericanos están conspirando y tramando una guerra económica contra
Venezuela.
El
Expresidente de Colombia Alvaro Uribe está conspirando y tramando una invasión
a Venezuela.
Los
empresarios están boicoteando la producción nacional.
La
oposición y la extrema derecha están preparando un golpe eléctrico.
La
oposición boicoteó las ruedas de la bicicleta del Presidente y provocó una
caída aparatosa del Jefe de Estado.
Aunque, gracias a la gran
habilidad del conductor, éste no sufrió daño alguno.
Y
ahora, Fedecámaras y Consecomercio están boicoteando el proceso económico
Nacional.
¿Qué
finalidad tiene este permanente rosario de acusaciones?. ¿Acaso culpar a quien
sea y lo que sea, para no admitir la responsabilidad directa, casi exclusiva de
graves errores y deficiencias administrativas?.
Los
pueblos siempre administran silenciosamente el beneficio de la duda una vez,
dos veces. Pero "bueno el culantro, pero no tanto".
La
situación general del país está sumamente grave. Y cada día que pasa, el
sentimiento colectivo predominante es que todo está peor. Lo que se aprecia, es
que no se está solucionando nada. Cada día hay más apagones; la inseguridad es
ya insoportable; el índice delictual y de asesinatos proyectan a Venezuela ante
los ojos del mundo como un país de peligro; la situación laboral rebasa la
condición de conflictividad y se ubica al borde de la anarquía; el sistema de
educación pública se debate entre educadores que protestan, colegios que se
caen y muchachos que no pueden estudiar o desertan. La educación en Venezuela,
en resumen, es sinónimo de protestas, escuelas inhabilitadas, destrozadas o
desprovistas de todo. La salud pública en el país es una referencia de centros
hospitalarios infuncionales, de escasez de médicos especializados, medicinas
que no existen y de un indignante maltrato a pacientes y familiares.
¿Más?.
Venezuela es un espacio libre para que los consumidores dediquen horas de su
vida útil a hacer colas y más colas para comprar lo que medio les permita adquirir una moneda destruida y un
abastecimiento apuntalado por las importaciones.
Pero,
además, el país es también campo abierto para que la devaluación de la moneda
siga siendo parte de la rutina monetaria, fiscal y cambiaria, ya que el gasto
público hace rato que perdió los estribos, la sindéresis y la disciplina. Por
supuesto, ante dicha rutina ¿cómo evitar que la inflación haya decidido asumir
nacionalidad venezolana, residenciarse para siempre en el país y ni preocuparse
por la eventualidad de que alguien la lleve a los niveles previos a los de la
década de los ochenta?.
Lo
cierto es que en la Venezuela petrolera desde hace ya más de un siglo, los
ingresos del negocio del crudo no alcanzan para que la caja nacional funcione
con solvencia, los pobres no sean cada vez más pobres y la llamada clase media
trabajadora sea una instancia social en proceso de extinción.
Esa
es, a grandes rasgos, la Venezuela de la dura realidad. La de la realidad que
no se puede silenciar con hegemonía comunicacional pública, y por cuyo cambio
claman seguidores del partido de gobierno y opositores al gobierno.
Ingenuamente, los adulantes de oficio y los recién llegados a los despachos
públicos, insisten en evitar que esto se sepa, cuando no es un problema de que
se sepa o no: es que cada venezolano lo vive a diario y se forma su propia
indignación ante lo que le obligan a vivir.
El
listado, ciertamente, es mayor; puede
continuar creciendo por un añadido de penurias y de problemas que viven todos
los venezolanos, sin excepción. Ahora bien, de la misma manera que resulta
inaceptable el rosario de excusas y de identificación de responsables ajenos a
quienes gobiernan, tampoco hay tiempo para más lamentaciones, culpar a nadie
más. Después de todo, la verdadera historia siempre tendrá a su favor la
posibilidad de describir conductas y perfilar juicios.
El
liderazgo venezolano, en su conjunto, tiene que ponerse a trabajar, comenzando
por hacer un llamado a la reconciliación
nacional. Venezuela no está en guerra contra nadie. Pero los que sí están en
grave peligro, son todos los
venezolanos. Pero también todos los venezolanos tienen que incorporarse al
trabajo de contribuir a resolver lo que les está impidiendo vivir cada día
mejor.
Ya
no más acusaciones de apátridas, escuálidos o traidores. No más acusaciones de
enchufados incompetentes, ladrones o ineptos. No más confrontaciones inútiles,
erosionadoras de la hermandad venezolana.
Sí
a trabajar en reunir toda la fuerza y el
talento venezolano para los venezolanos. Sí a revisar y a cortar por lo sano con lo de los regalos a
otros países. Ahogado no puede salvar vidas. Al contrario, a Venezuela le ha
llegado la hora de pedir ayuda y comprensión en el proceso inevitable al que
tendrá que acudir, como es el cobrar las deudas.
Sí
a reprogramar el potencial productivo nacional. A respaldar a los productores.
¡No más gasto de dinero para comprar en el exterior lo que se puede producir
aquí¡. ¿Qué sentido tiene seguir trayendo productos que compiten deslealmente
con los productos nacionales, y
comprándolos con dólares subsidiados y propiciando negocios fraudulentos?.
Sí
a llamar a los empresarios venezolanos y permitirles hacer lo que saben hacer: producir, crear
empleos dignos y pagar salarios justos, y no temerle a los retos que implica
alcanzar el desarrollo integral del país.
El
momento impone que se llame a un gobierno de conciliación nacional, para unir
esfuerzos y trabajar juntos. A todos siempre se les hará siempre más viable, la
adopción de medidas correctivas drásticas. Si las decisiones trascendentales
que demanda y necesita el país, se siguen supeditando a la administración de
costos políticos, jamás se adoptarán las medidas que se necesitan.
Los
fetiches de la sinceración de las tarifas de los servicios públicos se tienen
que destruir, pero también la irresponsable creencia de que cada ente público
es una parcela privada del partido de gobierno para su alimentación clientelar.
Sí
a la disciplina administrativa pública. No más Estado macrocefálico,
ineficiente y debilitado por su carencia de soportes gerenciales morales.
Hay
que sincerar la nómina pública. Se tiene
que reducir el número de Ministerios y organismos o institutos autónomos. La
venta de las empresas improductivas administradas por el Gobierno, es tan
necesaria, como el regreso de las
expropiadas y despojadas a sus legítimos dueños, y que aún estén en
posibilidades de ser recuperadas.
La
recuperación productiva de la industria petrolera, definitivamente, tiene que
ser el gran reto y compromiso de un Gobierno de conciliación nacional. Mientras
esta industria no se recupere y el país diversifique su economía, predominará
la ingenua creencia de que el control de
cambio es una necesidad de vida o muerte para la economía. El acceso a las
divisas tiene que ser adecuado a una
economía dispuesta y decidida a crecer de manera sustentable, creciente, y no
sometida a un régimen de estrangulamiento discrecional.
Y,
por supuesto, hay que asumir como necesidad histórica la recuperación de la
producción de alimentos en el país. Sí a promover un gran plan de producción
agroalimentaria, a partir de la participación de los productores nacionales,
las autoridades gubernamentales competentes y los gremios empresariales, con la
consigna " Seguridad Alimentaria e importación cero".
Obviamente,
de lo que se trata con un cambio en la forma de gobernar, no es de imponer un
plan de la nación justificado por la emergencia. Sí de alertar, reconocer y
admitir que son muchas las cosas por hacer, que sí se pueden hacer, y que a
partir de su decidida y seria puesta en marcha con la participación de quienes
entienden de qué se trata este cambio, es posible conducir al país hacia
derroteros de progreso y de bienestar.
Sin
duda alguna, hoy el compromiso de este gran paso se lo plantea la historia de
Venezuela a su Presidente, Nicolás Maduro Moros. Las cartas están servidas
y están al alcance de las manos de quien
conduce al país. Ahora ¿cómo quiere figurar el Presidente en la historia? Es
cuestión de pensarlo y de entender que, al final del camino, todos los
venezolanos son vino tinto y quieren jugar en el mismo equipo: VENEZUELA.
Aunque debe recordarse que sin un buen Director Técnico, los mejores equipos de
la especialización que sean, están
condenados a convertir sus esfuerzos en un fracaso permanente. Y no todos los
venezolanos están ganados para ser eternos perdedores.
Egildo
Luján Nava,
Enviado
a nuestros correos por
Edecio
Brito Escobar
ebritoe@gmail.com
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