La confianza es la seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro individuo o de algo. Cuando se pierde la confianza la relación con el otro se resquebraja y la incertidumbre se apodera de uno, dificultando el clima de convivencia necesario para desarrollar cualquier iniciativa. Toda persona tiene que habérselas con la vida y con sus peligros. Necesita apoyos para perseverar en medio de las pruebas y llegar a la meta.
Una de las virtudes que está en quiebra en nuestra sociedad es la confianza. Cuando desde el poder se abusa del mismo para tergiversar los hechos, la propaganda para mostrar bondades que no existen, la amenaza para no tener noticia cierta de lo que acontece, o la desigualdad cuando se aplican leyes y normas de manera desigual, según las conveniencias, el componente emocional de la confianza desaparece y el desasosiego se apodera del colectivo.
Achacar la escasez al acaparamiento cuando la producción está por el suelo y todo hay que importarlo. Cuando órganos como el Banco Central afirma que la economía crece gracias al empleo y planes de desarrollo, choca esta afirmación con la dura realidad. Afirmar que todo el que busca sobrevivir en medio de la crisis usando de un derecho, como la adquisición de dólares viajeros, y se califica de ilícito su conducta. Cuando se tilda de corrupto a buena parte de la sociedad y se amenaza con aplicarle todo el peso de la ley, y se observa que no se procesan las denuncias cuando se trata de peces gordos enquistados en el poder, la confianza se vuelve escozor que corroe una cualidad indispensable para la convivencia social.
Una primera reacción es inhibirse, dejarse arropar por el miedo a ser criminalizado; o huir, buscando mejores oportunidades y tranquilidad en el exterior; o hacer desaparecer la solidaridad porque la ley es sálvese quien pueda, vamos por mal camino. La virtud de la perseverancia, de la constancia, del coraje, del actuar responsablemente buscando el bien común y no sólo el interés individual, debe apoderarse del tejido social para que no nos resbalemos por el precipicio de una sociedad irregular e injusta.
Necesitamos desarrollar el humano valor de la confianza y la virtud creyente que nos impulsa a no desconocer la acción de los malos poderes que pretenden dominarlo, y menos aún olvidar que uno también es pecador. No podemos dejar que nos roben lo más bello y noble que nos ha permitido durante mucho tiempo vivir en paz, querer al prójimo a pesar de las diferencias y desarraigar todo lo que nos lleve al odio, la violencia y la muerte. Es tarea urgente ante tanta mentira que pulula como bacteria dañina a nuestro alrededor.
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