Tres
noticias, aparentemente inconexas, tienen que llamar la atención de los más
desprevenidos, sobre todo si se las relaciona como partes de un todo.
I
La
primera la siente la gente en la piel, está en el ambiente, ya nadie la
discute: el nivel de vida de los venezolanos ha seguido cayendo a marcha
acelerada, especialmente desde que Nicolás Maduro asumió el más alto cargo del
país. La consultora DATOS lo canta con la ferocidad de las cifras: el ingreso
real de los estratos D y E, los más pobres, aquellos a quienes supuestamente va
la carga de bienes de la revolución, descendió en 13 y 12% respectivamente
La
segunda es de una contundencia que no me sorprende y sin embargo no esperaba,
cuando menos tan rápidamente. Lo hasta ahora anunciado de los acuerdos
chino-venezolanos deja expuesto en carne viva que el socialismo ya no va más.
El pomposo gobierno revolucionario, aquel que acuñó la frase “hecho en
socialismo” repetida en forma obsesiva por cada buen militante del proceso
bolivariano para diferenciarse del perverso capitalismo; ese, ese mismo
alfa-omega puesto en el cielo por el propio Hugo Chávez en verdad nunca salió
de la gatera.
Antes
de seguir con la tercera noticia, vale la pena ampliar ésta, por decisiva, por
existencial, precisamente cuando estamos en el umbral de las elecciones del
próximo 8 de diciembre. Resulta que el conjunto de los acuerdos firmados por
Maduro y Xi Jinping, incluido un nuevo crédito por $ 5.000 millones, da cuenta
del posicionamiento de empresas chinas en el corazón de la economía venezolana.
Petróleo, minería, empresas básicas, agricultura, tecnología y aspectos
relacionados pondrán a Venezuela a depender casi orgánicamente de la segunda
potencia capitalista del mundo. Es un intento masivo de ingresar a la
globalización, en el marco de un Estado cada vez más autoritario, por el camino
de convertir el territorio en un emporio de empresas trasnacionales, solo que
únicamente chinas. Entrar a la globalización para unirse al flujo mundial de
capitales y tecnologías es una imperiosa necesidad si se sabe guardar la
soberanía. Compitiendo nosotros también, desarrollando centros propios de
investigación y gerencia.
II
Pero
en los muchos acuerdos firmados por Maduro y el gobierno presidido por Xi
Jinping, lo que parece consagrarse es
una de esas formas de anacrónica dependencia que la modernidad había ido
superando en el marco de un realineamiento indetenible de potencias y
sociedades emergentes. Las preguntas saltan a la vista: ¿por qué no atraer las
inversiones y tecnologías cualquiera que sea su origen? ¿Acaso –por ejemplo-
poner la extracción de oro y diamantes de Las Cristinas en manos chinas será
mejor que contratar las claramente superiores empresas canadienses? Y lo mismo
vale para la agricultura, minería, industria. ¿Por qué no abrir opciones,
beneficiarse de la competencia, negociar con ellas reciprocidad, reservarse el
derecho de escoger lo mejor?
Se
va a imponer un vasto monopolio que, como los de antigua prosapia, cobrará una
influencia política determinante en el país.
Durante
el imperio soviético, la Meca del socialismo, la antigua URSS –hoy simplemente
Rusia- exportó su precario modelo económico a los países de Europa del Este.
Con ellos organizó el Tratado de Interayuda Económica o COMECON. De ese sistema
La URSS fue el sol. Ni más ni menos
China
no exportará socialismo a Venezuela. Le exportará capitalismo. Su exitoso y
brillante desarrollo económico tiene sin embargo una marca: carece de libertad
política y sindical. Nadie entendería que el capitalismo francés o el español o
el norteamericano o el brasileño eliminaran la libertad sindical o la enseñanza
libre y plural. Pero en nuestro caso se trata de capitalismo del chino, el
cual, como sus fundadores han dicho con tenacidad, se autodenomina “socialismo de mercado”. Vale decir: sistema
capitalista en la base, dictadura del partido en la cumbre del Estado.
III
La tercera noticia puede ser escandalosa
aunque en apariencia inocua. Con su característica falta de rigor, Maduro
–eufórico por la pila de acuerdos firmados- se dio la libertad de reflexionar
en voz alta. En suma lo que dijo o pareció decir fue algo como esto:
¿capitalismo? ¿socialismo? Más bien, estamos ensayando un tercer camino.
Casi
quince años fatigando tímpanos con la cantinela del socialismo. Tres lustros
diciendo que el hambre o el papel toilette no importan, lo importante es la
patria socialista, como lo pregonan jactanciosamente los llamativos carteles
que brillan en el metro y en todas las esquinas. “Hecho en Socialismo” dicen
sonrisas plenas.
Y
de repente, sin consultarle a la militancia ni a nadie, el hombre se da la lija
de volver con el cuento del Tercer Camino. Es una piadosa mentira porque en
términos de sistema no existe esa opción. Y es igualmente una burla a su
militancia, tan dispuesta siempre a aceptar hasta la muerte el desgaste del
proceso solo porque al final de tanta penuria los esperaba la Ciudad Prometida
del socialismo. ¡Y ahora pareciera que, incluso como vocablo distintivo del
gobierno, el socialismo no irá más! Exagero, claro, porque así como dice eso,
mañana se desdecirá balbuciendo acusaciones de tergiversación.
La
lealtad es un valor estimable. En nombre del socialismo se tragaron uno a uno
los sapos de la corrupción, el escandaloso asalto a los caudales públicos, la
conversión de nuestras urbes en capitales del crimen, la inflación más alta de
América, la sustitución de la democracia interna por la dedocracia que decapitó
las ofrecidas y esperadas primarias
¿Hasta
cuándo jugarán con la paciencia del país? ¿Hasta cuándo vivirán de la candidez
de sus leales?
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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