Infinidad
de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades
económicas que vemos a diario. Por qué Moreno patotea a los empresarios, cierra
la economía y otras torpezas más. Por qué desde el BCRA destrozan la moneda. En
fin, ¿cuál es la razón de esta política económica destructiva?
Responder
a este interrogante no es tan sencillo. Algunos lo explicarán desde la
ignorancia y otros por cuestiones de resentimiento. Es posible que haya una
mezcla de estos dos factores, pero, aunque parezca mentira, creo que en el
fondo hay un problema de razonar la economía. El kircherismo-cristinismo ven el
proceso económico como una lucha por la distribución del ingreso. Creen que si
un sector tiene ganancias es porque otros salen perdiendo. No entienden que en
economía todos pueden salir ganando sin que el Estado se meta a hacer las
burradas que hacen ellos todos los días.
Esta
visión de la economía como si fuera una guerra queda en evidencia en los
discursos oficiales. Nos quieren invadir con productos importados. Tenemos que
defender la producción nacional. Los empresarios tienen que moderar sus
ganancias. Todo el discurso es en un tono de conflicto, el cual solo es
solucionado por la “sabiduría”, “bondad” y “ecuanimidad” de la presidente. Es
decir, si algo bueno pasa en la economía es porque ellos son los iluminados que
hacen justicia con sus políticas, no porque la gente sea eficiente y competitiva.
Sin duda que parte de este discurso puede obedecer al populismo que trata de
captar votos diciendo: “gracias a mí, Uds. los marginados, tienen un ingreso
mejor”. Y cuando el populismo se complica por falta de recursos para mantener
la fiesta de consumo, jamás se va a aceptar los groseros errores cometidos.
Todo se limita a denunciar conspiraciones ocultas que vienen a destruir la
construcción de un proyecto bondadoso encarnado en una sola persona. Eso es
parte del discurso político populista que vaya uno a saber que fundamentos
psicológicos tiene.
En
rigor la economía no es una guerra donde unos ganan y otros pierden. Sí hay
competencia entre empresas para ganarse el favor del consumidor. Esa
competencia consiste en invertir para vender los mejores productos a los
precios más convenientes para ganarse el favor del consumidor. Para ello se
requiere inversión, capacidad de gestión y agregar valor. En ese proceso de
inversiones se crean nuevos puestos de trabajo que aumentan la demanda de mano
de obra y fuerzan los salarios al alza.
Al
mismo tiempo, mientras más se invierte, más unidades se producen (aumenta la
productividad), lo cual hace bajar los costos fijos por unidad producida, los
bienes y servicios son más abundantes y baratos y mejora el nivel de ingreso de
la gente. Pero no porque las empresas ganen menos. Las empresas ganan más
porque venden más, a precios más bajos y mejores calidades. Su ganancia está en
el volumen. El ejemplo que podemos dar es el de las computadoras. Cada vez
tienen mejores procesadores, más capacidad de almacenaje de datos, etc. y los
precios bajan o se mantienen. Con la telefonía celular ocurre algo similar.
Obviamente estoy hablando del resto del mundo, no de Argentina donde gracias al
modelo de sustitución de importaciones los “empresarios”, que en rigor en su
mayoría son cortesanos del poder de turno, obtienen privilegios para no
competir y perjudicar a los consumidores vendiéndoles productos de baja calidad
y a precios más altos que en el resto del mundo. Basta con hacer una simple
recorrida por los portales de internet para advertir las notebooks que se
venden en EE.UU. y en Argentina, comparando precios y calidades.
Pero
el gobierno no ve la competencia como un proceso por el cual los empresarios
deben invertir y competir para ganarse el favor del consumidor. Por el
contrario, consideran que la competencia no funciona y la producción, los
precios de venta, los salarios y lo que tiene que producirse depende de una
mente iluminada para ser exitosa. Hoy es Moreno el supuesto “iluminado” como en
otro momento, con otros modales, fueron Grinspun, Gelbard y tantos otros
ministros de economía que consideraban que solo la “bondad” de los gobernantes
lograba mejorar el ingreso de la gente frente a la avaricia de los empresarios,
al tiempo que esa “avaricia” empresaria es alimentada cerrando la competencia a
los bienes importados. Una razonamiento realmente para psiquiatras.
Dentro
de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de
iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no hay lugar
para entender que la competencia es un proceso de descubrimiento. Descubrir qué
demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué
calidades exige. Por eso el populismo económico inhibe la capacidad de
innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayorista,
simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus
influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo
deja de ser ineficiente para transformarse en esencialmente inmoral porque los
beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente,
sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y como para esquilmarlos
necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se
transforma enorme corrupción donde la riqueza surge de expoliar a la gente
mediante pactos corruptos.
Pero
como los populistas no son tontos, entonces empiezan a redistribuir ingresos en
forma forzada para tratar de calmar a las masas tirándoles migajas de aumentos
de sueldos para calmarlas, mientras funcionarios y pseudo empresarios pesan
bolsos de dinero.
Desde
el punto de vista estrictamente económico la tan denostada economía de mercado
es más eficiente que el populismo y el intervencionismo porque para poder
progresar el sistema exige que inevitablemente el empresario tenga que hacer
progresar a los trabajadores con mejores sueldos y condiciones laborales, al
tiempo que también hacen progresar a los consumidores porque éstos solo les
compraran si producen algún bien de buena calidad y a precio competitivo. No es
por benevolencia que ganan plata los empresarios en una economía de mercado,
sino por esforzarse para obtener el favor de los consumidores. A diferencia del
intervencionismo populista en que se acumulan fortunas sin invertir y
expoliando a consumidores y trabajadores, conformándolos con migajas que
“bondadosamente” les otorga el autócrata de turno.
Pero
además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el
intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie
se apropia de lo que no le corresponde. No se usa al Estado y a sus
funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a
trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de
construcción política en que las voluntades se compran.
Por
eso, y para ir finalizando, el drama de los pueblos es que cuando se instala el
populismo, se van cambiando los valores de la sociedad, donde la cooperación
pacífica y voluntaria entre las personas es dejada de lado y se impone la
prepotencia, el robo legalizado, la corrupción y el vivir a costa de otra como
forma de vida.
Como
se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de
capitalismo versus populismo. Estamos diciendo que la economía de mercado es un
imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado
que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la
honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no
son la esencia del populismo. Por eso el populismo no solo es ineficiente como
organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su
funcionamiento así lo requiere.
@RCachanosky
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