Los
“Estados Forajidos”, son definidos como aquellos que tienen gobiernos fracasados, que permiten la violación de los
DDHH al igual que la violación del imperio de la ley y son incapaces de sostener el orden legal interno, de
suministrar eficientes servicios públicos, manipulan la administración de
justicia, impiden la cohesión social, carecen de legitimidad democrática y rendición de cuentas y tienen debilidad económica, política y social para mantener la gobernabilidad, actúan bajo la égida del “derecho de policía” y
aplicación del terrorismo de estado, quedando inmersos en la corrupción y el
crimen organizado.
Cuando
un gobierno apela al uso indiscriminado
de la violencia para imponer su hegemonía está dando claras muestras de su
decadencia. No es un hecho desconocido que detrás de todo gobierno forajido, hay
un gobierno de facto que convierte la capacidad de maniobra política en un simple
remedo de presidencial; en una especie de tutela presidencial,
donde la majestad de la presidencia de la república pierde su razón de ser por
causa de la pérdida de liderazgo.
Los gobiernos forajidos temen a las
libertades ciudadanas y a los DDHH. Temen a las ideas, a la prosperidad del
país, pero sobre todo tiemblan ante la inteligencia de los ciudadanos; quieren
crear sociedades que piensen y actúen como ellos, leales a ellos, por eso
reprimen y exterminan a los que piensan diferente. Ante esos temores, los
gobiernos forajidos pierden la perspectiva de la conducción del estado, se
llenan de enfermizas mitomanías y no pasan de hacer el ridículo. En el fondo, el sentido de poder eterno crea una
cobardía manifiesta y lo peor que hacen es agravar la crispación social y la inestabilidad
política.
Generalmente
los ciudadanos en un estado forajido no percibe la magnitud y profundidad del
proceso de corrupción gubernamental, ni el
grado de deterioro moral de la cúpula gobernante y la responsabilidad presidencial
en esta peligrosa y alarmante situación, donde al igual que en las
organizaciones gansteriles, los cogollos corrompidos se dividen entre sí el
país y las actividades ilícitas llamadas a reportarles a ellos y a sus socios
grandes sumas de dinero.
En este contexto, con gobiernos forajidos, no hay presente ni futuro para el país y las crisis tienden a tornarse insoportables y explosivas. El desarrollo sustentable no se alcanza pensando en llegar a acuerdos con los responsables de tantas atrocidades contra los derechos del pueblo y contra el patrimonio de la nación. Se requieren instituciones, realmente democráticas, honestas, guiadas por el bien común.
En
definitiva, el régimen nacido de la infortunada sucesión está muerto y todavía
no se ha enterado, por ello siempre se refiere a un país que ya no existe en
la realidad. La calidad de las instituciones es lo que
realmente hace que las naciones tengan éxito o fracasen. Lo más lamentable es
que la capacidad de aguante lo de los venezolanos es infinita y quienes nos
gobiernan lo saben. El prócer cubano José Martí, amante hasta la muerte de las
libertades públicas y los DDHH, dijo: “No hay espectáculo, en verdad más
odioso, que el de los talentos serviles.”
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