La inercia que nos consume tiene que empezar
a transformarse en la construcción de espacios comunes
Al referirnos a las instancias que hacen
posible la tolerancia, inevitablemente tenemos que hacer alusión a los credos
religiosos. Ellos han sido y son fuentes de intolerancia o caminos hacia ella.
El primer obstáculo que encontramos es el fundamentalismo, sea en su expresión
de descrédito o desvalorización del aporte de un sistema de valores y
creencias, delimitando la fe a lo individual y subjetivo en la esfera de lo
"espiritual", o sea en la utilización de la fe como sistema de
Estado. Ambos extremos se alejan de lo que realmente es la fe del creyente. Un
fundamentalista no necesita creer, solo obedecer y repetir.
Hace cincuenta años, en una situación de
exclusión valorada como normal y hasta legal, un pastor cristiano se atrevió a
"soñar" y, así, Martin Luther King con su sueño despertó la
conciencia de muchos. En Sudáfrica, cuando se le preguntaba al obispo anglicano
Desmond Tutu sobre la esperanza en la reconciliación en su país, comentaba, en
las horas más difíciles: "siempre veo el océano, y recuerdo que su
inmensidad está formada por pequeñas gotas de agua". Ningún esfuerzo o
iniciativa grupal o privada es vana para construir la tolerancia. Recientemente
el papa Francisco ha reafirmado el valor de la "cultura de encuentro y del
diálogo" como único camino hacia la paz. El tiempo y la historia nos han
demostrado que el odio, la venganza, la crueldad y la arrogancia solo tienen
una victoria efímera y pasajera. La tolerancia desde la verdad y la justicia es
el "medio bondadoso" que permite la tutela y promueve la paz.
A veces la realidad nos lleva a dudar de la
eficacia y la oportunidad de estos medios "bondadosos". Pero el papa
Francisco nos recuerda: "la fe no es decorar la vida con un poco de
religión (... ) la verdadera fuerza del cristiano son la verdad y el amor, la
fe y la violencia son incompatibles, el cristiano no es violento, pero es
fuerte".
La tolerancia es la forma concreta e
histórica en que el cristianismo logra expresar el mandamiento del amor. No se
puede amar al prójimo si en la práctica se le excluye o se le niega su espacio.
La reconciliación en la Iglesia no es una prerrogativa o una concesión
conferida a la misma. La reconciliación es el desarrollo de su misión en el
mundo, de manera tal que ella no debe esperar a ser llamada a ningún proceso de
reconciliación, ella tiene la obligación de emprenderlo en coherencia con su
naturaleza y su misión en el mundo. La Iglesia es el espacio privilegiado para
empezar el reconocimiento entre los hermanos fuera del ámbito de la
confrontación partidista. Y debe no solo llamar a la reconciliación nacional
sino hacerla posible desde sus bases.
La inercia que nos consume tiene que empezar
a transformarse en la construcción de espacios comunes; la desesperanza debe
encontrar cauces para convertirse en esperanza por una tolerancia que cree en
la verdad y la justicia.
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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