Socorro, auxilio, ahí viene el lobo!,
gritaba el pastorcito Pedro para llamar la atención de los aldeanos. Se repitió
tanto la mentirosa escena que cuando en verdad vino el lobo, nadie le creyó. El
lobo comió ovejas a sus anchas y Pedro aprendió así a no mentir, so pena que el
lobo se lo comiese en verdad a él".
Cuento
sinfónico del compositor ruso Sergei Prokofiev, 1936.
Demasiado
cuesta arriba creer los cuentos de magnicidio o de sabotajes cuando se tienen
problemas domésticos tan importantes como la inseguridad que se lleva decenas
de miles de vidas, la falta de electricidad que paraliza todas las actividades,
la inflación que devora el cada vez más exiguo ingreso o el desabastecimiento
que obliga a peregrinaciones de mercados.
Y
esos son los problemas generales porque si vamos a los particulares nos
encontramos que estamos plagados de inconvenientes que obstaculizan el normal
desenvolvimiento de una vida medianamente feliz, próspera y saludable. En
Venezuela es un problema desde sacar un documento hasta cambiar un cheque en un
banco, salir a compartir con la pareja o amigos, estudiar o emprender un
negocio. El cerro de dificultades nos habla de un país bloqueado en su espíritu
de trabajo, que ha perdido en el camino los reales valores de la familia, de la
honestidad, de la superación personal.
Los
problemas no son solo ocasionados por un Gobierno a todas luces incapaz (que
debe serlo pues su objetivo no es la eficiencia sino la ideologización), sino
también por un pueblo cómodo, que se resigna a someterse para no buscar
problemas, que se refugia en su burbuja de confort, la cual se hace cada vez
más pequeña, antes que arriesgar algo o todo por cambiar las cosas.
En
cualquier país del primer o del quinto mundo, se hubiese armado una sampablera
por un apagón masivo de 3 horas cuyo origen es totalmente atribuible a la
manifiesta negligencia de unos gobernantes que dicen al pueblo "no hay
luz, pero hay patria". A estas alturas, a la mayoría de los venezolanos,
la patria le sabe a casabe. Lo trágico es que todo le sabe a casabe y pareciera
no estar dispuesto a luchar por nada que no sea su supervivencia inmediata.
Aquí
es donde un Gobierno totalitario, inepto y mentiroso sale ganando. Grita
"el lobo, el lobo!" y nadie le cree, pero tampoco se lo dicen ni se
rebelan ante la mentira.
Los
periodistas estamos haciendo nuestro trabajo de informar por la vía que sea de
esta insana situación, de esta relación que revela un peligroso síndrome de
Estocolmo, que ha tenido sus sacudidas de rebelión pero duramente sofocadas por
un Gobierno que como Pedro, cree tener controladas a las ovejas y a los
aldeanos.
No
sabemos si es manía persecutoria, obsesión policial, paranoia del que debe y la
teme, pero las historias de conspiraciones ya cansan. Solo las creen los muy
fanáticos y por supuesto, quien las esgrime como único argumento para
justificar sus bárbaros avances contra quienes se le oponen. Pero ellos se auto
sabotean con su ineficiencia y ésa, y no un magnicidio ni una conspiración,
será la real causa de su final.
Sin
el látigo del finado en las costillas ordenándoles silencio, los que saben la
torta que han puesto, asoman tímidamente salidas para evitar el desastre final
que se avecina. El ministro Merentes reconociendo el éxito social pero el
fracaso económico del chavismo; Giordani intentando aflojar las espitas para
que escape el vapor de una economía a punto de explosión; la tímida apertura de
funcionarios gubernamentales a productores y profesionales del sector privado,
son señales de que algunos en el Gobierno saben que necesitan conciliar y
buscar salidas gerenciales que pudieran estar alejadas del espíritu radical de
la revolución.
El
repetitivo discurso presidencial de "burguesía apátrida, derecha fascista,
lacayos imperialistas", son solo sandeces: Quien susurra en el oído del
mandatario suele darle informaciones enloquecidas que lo mantienen aterrado por
su propia seguridad, mientras que la realidad indica que nadie quiere
"magnificarlo" sino sencillamente hacerle entender que tiene
obligaciones que cumplir con unos venezolanos hartos del discurso
revolucionario y ansiosos de que les solucionen sus problemas.
Ya
todos sabemos cómo termina el cuento del lobo y esperamos el capítulo final,
ese que resuelve todo y deja la moraleja: Nunca mientas ni amenaces a quienes
te pueden salvar del lobo.
Charitorojas2010@hotmail.com
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