LA PRADERA ESTABA SECA Y ALGUIEN LE PRENDIÓ FUEGO DELIBERADAMENTE
Entonces
la protesta legítima dio paso al incendio en el reciente conflicto colombiano.
Pero tiene que quedar claro que el vandalismo del jueves no fue espontáneo ni
de origen campesino.
Por todo lo que se sabe está conectado con las Farc a
través de la Marcha Patriótica, así espontáneos enardecidos se hayan sumado al
jaleo. Los pirómanos niegan esta conexión con vehemencia y atribuyen los
desmanes a la Policía, fieles a la tradición de mendacidad casi cincuentenaria
de las Farc. Todavía hay incautos que les creen.
Uno
no entiende bien lo que pasa por las fosilizadas y calenturientas cabezas de
los dirigentes de las Farc. Si lo que están negociando en La Habana es la paz,
¿qué sentido tiene que sigan recurriendo a métodos de guerra? Dice el leninismo
que hay que agudizar las contradicciones porque un obrero o un campesino
enardecido es un revolucionario potencial, mientras que otro satisfecho es un
aspirante a pequeñoburgués. Las cosas, según esta óptica, tienen que empeorar
primero para “mejorar” después. La violencia, y ellos lo saben, nunca tuvo
efectos ecualizadores; por el contrario, empobrece a la gente y agudiza la
desigualdad. Esto, en vez de preocuparles, les parece ideal.
La
pregunta del millón es: si el vandalismo ya no les conviene a las Farc ahora
que quieren salir a hacer política, ¿por qué lo ejercen? Hay varias respuestas
posibles. La primera es que crean que sí les conviene porque de ese modo van a
ablandar las posiciones del Gobierno en La Habana, sin entender que es al
revés, que en la medida en que el vandalismo fortalece a la derecha, el
Gobierno tendrá que virar a la derecha en la mesa. La segunda es que así dan
contentillo a las fracciones radicales y que el recurso a la violencia sirve
para mantener la unidad. Puede ser, pero ¿qué van a hacer estos encapuchados
cuando no exista un norte de lucha armada y no puedan presionar como antes
porque no tendrán armas ni verdaderos instrumentos de coacción? No van a servir
para nada. La última posibilidad, quizás la más lamentable, es que a estos
señores no les guste la lucha pacífica porque se acostumbraron a la violencia y
no quieren dejar de ejercerla, pase lo que pase, y que, en caso de que terminen
por firmar algo y entregar las armas, será a regañadientes y dando patadas
hasta el final. Peligrosa actitud.
En
todo caso, los campesinos se vieron obligados a ceder en los bloqueos al día
siguiente de los desmanes. Siempre es así, a menos que la revolución esté ad
portas de triunfar. De ahí que en tiempos normales episodios como los del
jueves debiliten la protesta social, ya que la gente se asusta y deja solos a
los violentos. Los encapuchados son un bumerán: un día parecen mandar la parada
y al siguiente te hacen perder las elecciones.
Habrá
que repetirlo una y mil veces: si no desterramos la violencia, quedaremos
atascados por mucho tiempo más en el barro sangriento de la guerra. No soy de
los que dicen que ésta no se puede ganar. Se puede, aunque a un costo colosal.
Si el conflicto, según estimativos conservadores, cuesta el 1% del PIB al año y
dura diez años más, su costo total llegaría a 80 billones de pesos de hoy. En
vidas humanas tan sólo de la Fuerza Pública, la prolongación de diez años
produciría 3.700 muertos y 23.000 heridos, para extrapolar las cifras de 2012.
Las cifras de la guerrilla serían más del doble. Terrible perspectiva.
andreshoyos@elmalpensante.com
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