A
Roberto Giusti
Me encuentro entre quienes pensaron que la
cercanía de los empresarios que compraron Globovisión con el Gobierno, y
especialmente con Diosdado Cabello, no propiciaría un giro radical de su
programación y línea editorial en el corto plazo. Imaginé que el criterio
comercial prevalecería sobre las afinidades políticas y que sus propietarios no
renunciarían a su audiencia natural, sectores de las clases medias urbanas que
fueron ganados por la señal del canal a partir de diciembre de 1994 cuando
comenzaron sus transmisiones.
Me equivoqué. En ese momento no capté la densidad
del entramado de intereses, más allá de lo económico, existente entre ese sector
de la boliburguesía y el gobierno. La salida en avalancha de sus anclas y
fundadores, y las razones que esgrimen para renunciar, colocan la situación en
un nuevo plano. Los dueños optaron por alinearse con la hegemonía
comunicacional del orden existente. La audiencia no importa.
Ahora será muy difícil para los comunicadores
que permanezcan allí sostener la tesis de la “defensa de los espacios”. Algún
periodista en su propio feudo podrá intentar preservar la pluralidad y
autonomía de su perfil. Pero, la independencia ya no forma parte de la estrategia del canal. Domina la subordinación al grupo gobernante.
Los cambios tan abruptos que se han desencadenado están asociados a los
cuestionamientos expresados por Nicolás Maduro, y a ese pacto tenso e inestable
existente entre el Presidente y su sombra, el teniente Cabello.
La
Globovisión erizada y combativa, caja de resonancia de la oposición, fue
tolerada por Hugo Chávez, caudillo con una autoestima muy inflada. Le aplicó multas, la amenazó y
acosó, pero nunca la cerró. Habría sido una muestra de debilidad inaceptable
para un líder que se creía ungido por los dioses y con proyección universal.
Al
final se impuso la estrategia de
convertirla en un negocio condenado a la quiebra, con una sola vía de escape: la
venta. La operación no podía autorizársele a cualquier sujeto anónimo que
tocase las puertas de Conatel solicitando permiso para realizar la transacción.
Podía caer en manos de un grupo aún más crítico del Gobierno. El trato tenía
que darse con integrantes del entorno gubernamental o al menos de una de sus
facciones más poderosas. Esto fue lo que sucedió. Al principio convenía
maquillar la compra. Mostrar que Globo se mantendría dentro de su línea
crítica, atenuando los vértices más filosos. Sin embargo, Maduro no acepta
ningún género de críticas que le lleguen al país a través de los monitores de
televisión. Su enorme inseguridad, los graves problemas que lo asedian, la
corrupción de su círculo, la ineptitud de su equipo, no le dan espacio para la
tolerancia. No fue capaz de admitir ni siquiera la leve crítica que Alberto
Nolia le formuló a su política de seguridad. Su atrevimiento lo llevó a salir
eyectado de VTV. Si esto ocurrió con un personaje incondicional como ese,
encargado del trabajo sucio del régimen, menos podía tolerarse que un medio
comprado con la anuencia de los jerarcas del gobierno, sirviese de tribuna para
continuar denunciando y criticando los desafueros y errores de los herederos. A
sus recientes dueños había que recordarles que este es un gobierno que no se
lleva bien con la democracia, que la acepta a medias y de mala gana porque no
le queda otro remedio. La legislación internacional obliga a mantener una
cierta compostura, incluso a los tiranos cubanos, refractarios a todo cambio, por
inocuos que sean.
Maduro se encargó de refrescarles la memoria a los
propietarios del canal de La Florida. Comenzó por acusarlos de conspiradores,
denuncia que explotó como un misil en el canal. Solo había que esperar que los
grados de tolerancia de la emisora se redujeran. Y fue lo que ocurrió.
@trinomarquezc
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