Suele ocurrir, cuando la realidad
alarga su apariencia de normalidad, que insurja algún analista profesional
rompiendo la quietud. Agarra un rasgo de ella y lo exagera, se hace abogado del
diablo o descarrila conscientemente un razonamiento. Las consecuencias le son
indiferentes porque le importa es cambiar una situación en la que supone que
nada pasa. Juega solamente a trastocar la calma.
El éxito titila cuando el juicio
adquiere eco, especialmente si hay un aparato comunicacional con el interés
suficiente para evitar la caducidad súbita que es también hoy otra
característica de las noticias. La gratificación del analizador es el reflote
pasajero de su nombre.
A esta clase de caligrafías
políticas, acometidas bajo el pretexto de sacudir conciencias, pertenece el
señalamiento sobre un desinflamiento de Capriles, cuando todos los datos
apuntan a que el espiche está ocurriendo en el globo oficialista. Nuestro
analista prefiere no verlo así, porque lo espanta repetir una obviedad del tipo
la tierra es redonda. Se coloca del lado opuesto a los hechos y ayuda a
mantener la confusión alentada por quienes se aferran al poder.
En estos momentos, la gritería
contra Capriles es producto de un diagnóstico pegado a la nariz. Las
investigaciones de opinión conocidas, encuestas y grupos focales, desmienten la
declinación de Capriles. Al contrario,
su liderazgo es más aceptado que el de Maduro y está acompañado de expectativas
favorables, pese al poder del Estado y al ataque sistematico hacia él, la MUD y
la alternativa que representan.
Pudiera decirse que los dos
competidores tienen dificultades, pero lo específico de la situación es que
sólo uno está demostrando dos hechos graves: que no puede salir de ellas y que
su gestión empuja al país hacia mayores retrocesos. Maduro es mal conductor
hasta cuando tiene ventajas.
Es cierto que Capriles y la
oposición no han entrado aún en su zona de óptimo rendimiento, pero van hacia
ella, sobreponiéndose a limitaciones, carencias e incluso errores venales.
Acosar a un liderazgo colectivo que está
prácticamente naciendo, exigiéndole incesantemente pruebas de perfección,
contiene una cierta apariencia de bullying.
No olvidemos que hasta hace poco la
oposición estuvo pagando muy caro la maniobra golpista que confiscó a las
admirables movilizaciones de calle del pueblo venezolano o el error de
abstenerse en las parlamentarias bajo el pretexto de no legitimar al régimen.
En esos días, fueron pocos los analistas que le arrimaron su brasa a la
recuperación.
Se abrió un nuevo ciclo con la
proeza, lograda apenas en seis meses, de
remontar once puntos de diferencia y conquistar unos resultados que llevaron a
cuestionar no sólo las condiciones no democráticas en las que se llevó a cabo
el proceso electoral sino la legitimidad del triunfo proclamado por un CNE
dócil al proyecto neototalitario.
Capriles está de pié ante el
desafío de hacerse un líder de país. Es decir, llenar los requisitos para
convertir el progresismo en una causa de la gente. Ayudemos.
@garciasim.
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