Hay males que, arrastrándose hacia
una silenciosa posesión de nuestra cotidianidad, vienen desplazando atributos que antes nos
distinguían. La amabilidad, la actitud generosa, la propensión para ayudar a
otros están retrociendo hacia poblaciones pequeñas. En las ciudades, como si
expresarlas estuviera prohibido, están pasando a ser comportamientos de
minorías.
Aunque ocuparnos de la convivencia
sea importante, estamos obligados a prestarle mayor atención a los problemas
que afectan radicalmente nuestra seguridad, que encarecen lo que compramos
diariamente o que reducen nuestros derechos a la libre información o a una
educación sin cascos ideológicos. La situación nos impone luchar para
subsistir.
Una causa de estas diversas
tribulaciones radica en el régimen que se le ha impuesto a nuestra sociedad y
cuya instalación están intentando completar en estos momentos, para asegurarse
un poder que se eternice por varias décadas.
La revolución encarnada en el
Estado y éste concentrado en una sola persona es fin y valor supremo, a la cual
debe subordinarse la Constitución y el pueblo. Por eso la violación a las leyes
no puede ser visto como asunto puntual sino como una carácterística del modelo que se importó de Cuba. También
por eso la misión prinicipal del gobierno no es resolver problemas sino
ocuparse de crear las condiciones para perpetuar en el poder a una cúpula de
compinches, muchos de los cuales sólo pueden explicar sus enriquecimientos por
vía de la corrupción y el narcotráfico.
Este modelo y los que están
enchufados a sus privilegios, son el primer obstáculo no sólo para lograr el
desarrollo general del país, sino para que cada persona y cada familia pueda
vivir mejor. El principal enfrentamiento no es entre gobierno y oposición, sino
entre un Estado neototalitario y una sociedad que sigue reclamando justicia
social y libertad.
El dilema actual entre progreso o
retroceso social, entre democracia o autoritarismo, entre bienestar social o
empobrecimiento, entre pasado o futuro se sintetiza en definirse a favor o
contra del cambio. El continuismo prtende que todos nos subordinemos al Estado,
el cambio nos sitúa al lado de todos los agredidos por una gestión que en el
fondo es la más antipopular que hemos tenido en mucho tiempo.
Venezuela está abusadoramente
polarizada y sometida a una feroz guerra política por la hegemonía oficialista
en todos los órdenes. El gobierno no admite
neutralidades. Todos, incluidos sus seguidores, estamos propensos a ser
declarados enemigos a conveniencia de cualquiera de los mandamás de esta
inexistente revolución. Es decir, parias sin derechos como se pretende tratar a
la nueva mayoría plural conformada en torno a Capriles.
Esa nueva mayoría requiere que
Capriles le explique al país no sólo las definiciones generales de la
estrategia que él promueve, sino sus objetivos a mediano y largo plazo, su
esquema de combinación de formas de lucha, su idea sobre las alianzas y su
sueño país. Son aspectos que deben tomar la escena pública para que la gente
contribuya a hacer más corta la ruta de su éxito y pueda mantener el rumbo que
ella supone.
Es el momento para empoderar a la
gente y acompañar sus luchas, movilizar y proteger a la mayoria para que
adquiera confianza en sus propias fuerzas. Es la oportunidad para convocar al
país para que juntos, ciudadadanos y partidos, definan con que se come la
opción progresista.
Ojalá que se sigan dando los pasos
que dejan atrás la respuesta reactiva y se llenen los vacios que permitan
convertir al progresismo en una causa. Ojalá que la gente convierta en suya una
estrategia sin ribetes heroicos, pero eficaz para hacer victoriosa la
alternativa para vivir mejor.
@garciasim
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