“La obediencia que sólo nace del miedo de la fuerza debe transformarse en otra que surja del corazón del hombre…” . Erich Fromm
Las encuestas de expectativas de los ciudadanos y los indicadores de la evolución futura del país en general, puestos en panorámica, confirman fatiga y desá-nimo. La inflación, que es la dinámica de los precios y el nivel que ha alcanzado el costo de vida, refleja un cuadro de dificultades crecientes y expectativas declinantes, en amplias porciones de la población... Aquí es donde lo psicosocial hace su entrada pues al no haber estabilidad, no puede haber seguridad, luego la inseguridad se transforma en desconfianza... Desconfianza ante lo nuevo que llega viejo.
Y por otro lado, una aquiescencia que va de la pasividad al conformismo ante la realidad que nos rodea, en la cual se vislumbra una total negación de cualquier capacidad de transformación de tal situación por parte de la ciudadanía...
Es más que un retrato, una bofetada ante la negación de la condición del hombre como ser social y político, dotado de conciencia.
Es la actitud permisiva y hasta despreocupada de cuantos no creen en la existencia de causas gregarias, para quienes el significado de valores como justicia, verdad, igualdad o libertad no significa sino frases vacías o retazos de discursos desgastados o en desuso.
Es la radiografía del individuo que acepta sin discusiones la actitud de derrota ante la vida misma, que se plantea estoicamente “así son las cosas, qué le vamos a hacer”.
El proceso al cual se nos va llevando como nación de borregos se centra, primordialmente, en modificar las conductas de los sujetos eliminando o aminorando a su mínima expresión el juicio y la capacidad crítica en los ciudadanos, tanto en lo individual como en lo colectivo. No nos cansaremos de repetirlo, unos en pos de unos dólares, los otros... tras la Harina Pan. Resuelto el cupo, cuadrado el Sicad... luego veremos. Con 10 paquetes... ya estamos hechos.
Y todo esto es una fase más de la puesta en marcha de un imaginario acerca de la irreversibilidad e invencibilidad del régimen -en ello le va la vida a Cuba- lo que nos hace ver que cualquier opción de cambio está totalmente cerrada. La maquinaria informativa del régimen ha presentado al socialismo como el sistema social victorioso, controlado y manejado por el “soberano”... y no por una Nomenklatura que nos llevó a tal marasmo.
La riqueza de un país no solo se mide en tanto logre acomodar tantos miles de barriles de petróleo, y menos aún por la repartidera de plata como si fuese de quienes gestionan la cosa pública, como tampoco por unas irónicas expresiones socialistoides desfasadas y demagógicas, nada más lejos de la realidad; la verdadera riqueza de un país se mide en el fortalecimiento de una institucionalidad y una educación cívica que implante en todos sus ciudadanos el ejercicio de los valores que realmente le hacen soberano, a saber: las libertades, los credos, los derechos y las capacidades de autonomía del individuo y su comunidad.
Esa apatía en lo pertinente a la toma de posiciones respecto más que a la política, a los asuntos públicos, en la que vivimos atrapados millones de ciudadanos, es probablemente reflejo de una actitud cotidiana de desinterés, o de temor ante las embestidas intolerantes del régimen y del escepticismo relativo a cualquier tipo de proceso electoral.
En “La desobediencia como problema psicológico y moral”, escribió Erich Fromm: “La historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia”.
En muchas ocasiones, la acción de los ciudadanos no será posible si no a partir de un acto de desobediencia. Se sabe que en la política, el desánimo silencioso no suma. Como tampoco suma el solo denunciar los males de la inseguridad y la inflación, la violencia incontrolables y la corrupción.
La gente espera algo más. Si queremos romper los paradigmas vigentes en nuestro país, tenemos que empezar por cambiar nuestra actitud de una vez por todas y dejar de lado la presunción de imposibilidad ante las realidades que tenemos ante nosotros. En muchas ocasiones, para abrir espacios a la participación hay que empezar por negarse a aceptar lo que moralmente resulta inaceptable.
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