En
América Latina hemos recibido la buena noticia del reciente encuentro del papa
Francisco con los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud en
la bellísima playa de Copacabana, en Río de Janeiro. El escenario no podía ser
más paradisíaco. La convocatoria rebasó con creces las estimaciones de los
organizadores. Se calcula que en la misa de clausura del evento participaron
unos 3 millones de personas.
El
Papa fue el centro, desde su salida de Roma hasta el último momento de su
despedida copó la escena. Sus gestos cálidos y sencillos, su cercanía a la
gente, su palabra clara, directa y contundente, siguen impresionándonos a
todos. Creo que la razón última de todo ello es su capacidad de empatía, su
profunda cercanía y horizontalidad, su sinceridad y bondad.
Este
Papa ha logrado transmitir ese deseo genuino de la Iglesia por estar en el
corazón de los problemas de la humanidad, codo a codo con los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y las mujeres de hoy.
Es hombre del Concilio Vaticano II cuyo énfasis está en su preocupación
pastoral: como el mensaje del Evangelio se trasmite hoy para la gente de hoy,
al estilo de Jesús de Nazaret, desde la sencillez del Dios que se hace hombre
en medio de los hombres.
En
su encuentro con el equipo coordinador de la Conferencia Episcopal
Latinoamericana, habló de las tentaciones que debe superar la Iglesia católica
para ser fiel a su misión de servicio. Allí insistió en que no debemos reducir el
cristianismo a una ideología sociológica, subordinando a ella la fe y sus
expresiones religiosas. El autentico servicio a la humanidad de un cristiano
implica que el Evangelio siempre ha de conservarse como un absoluto desde el
cual se juzgan las interpretaciones de la realidad y los proyecto s políticos.
Esa libertad de los hijos de Dios no se puede hipotecar bajo ningún concepto.
El
Papa también señaló ante los obispos del Celam otras tres tentaciones muy
frecuentes en la Iglesia: reducir la practica pastoral al ejercicio de métodos
de autoconocimiento y autoayuda, hacer de la Iglesia y su servicio una suerte
de ONG, asumiéndose como una empresa de diversos servicios sociales y, la más
común, la enfermedad del clericalismo: la Iglesia es de los curas y su ámbito
de actuación no va más allá del templo y la sacristía.
Solo
superando sus tentaciones la Iglesia puede ser una auténtica comunidad al
servicio de la gente, especialmente de los pobres. Su método es la
misericordia: como lo enseña el Evangelio según San Lucas, salir al encuentro
del otro, haciendo de ese otro nuestro prójimo. Esta actitud de fondo es la que
la convierte en interlocutora del mundo actual.
fjvirtuoso@ucab.edu.ve
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