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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

martes, 13 de agosto de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, SALDANDO DEUDAS A EXPENSAS DEL PAIS

Los miles de relatos que se han escrito sobre la historia de Venezuela, no   lo han    incorporado    con la    libertad    descriptiva que debería haberse hecho, al menos para  que   cada sucesiva generación supiera exactamente a qué atenerse y evaluar sus obligaciones como deudora de sus antecesores.
Pero lo cierto es que, a la par de sacrificios, dedicaciones, aportes, luchas, conquistas y similares –que es como lo califica cada  presuntamente desinteresado venezolano por sus “servicios a la Patria” - también está lo otro, es decir, una deuda consolidada y cada vez más voluminosa, por la que cada hijo del país tiene que “dar la cara”.

Es, en fin, una deuda incuantificable, infinita, que, desde luego, cobran aquellos que  se autocalifican legítimos herederos de su representado luchador, abnegado dispensador de sudores y sacrificios. Y, por supuesto, especie de ícono referencial en cuyo nombre y por su pensamiento, además, mañana hay que guardar sepulcral silencio cuando se trata de honrar semejante figura ejemplar, porque no existe permisividad alguna si, por casualidad, existen casos que ensombrecen la llamarada moral de esa excelsa personalidad.

Los casos abundan. Los nombres, como la deuda histórica, son también incuantificables. Y en lo que se traduce esa especie de valoración sublime en un supuesto paraíso político, es en que, además de que amigos, allegados y familiares tienen derecho asegurado a gozar de puerta franca cuando se trata de poder acercarse al punto donde se dispensan los perfumes gratos del ejercicio del poder, también existe el aventurerismo tropical signado por su habilidad para la viveza circunstancial. Pero, además, capaz de sacarle, muchas veces, mayor beneficio y provecho a lo que se acerca sin miramientos éticos, por lo que tampoco guarda reparo cuando se trata de saltar de un grupo a otro, de un partido a otro, claro en que su objetivo allí es cobrar.

La historia más reciente se ubica en los eventos  políticos de comienzos de los noventa. Y los que cobran, muchos de ellos engendrados y criados al amparo de la clandestinidad, tan claros están en su razón de ser y el porqué de su relación con el ejercicio del poder, que hoy optan por permanecer detrás de una caja registradora digitalizada (¿con o sin memoria fiscal?), a la vez que desarrollan formatos  y propuestas dirigidas más a justificar su presencia en los puestos de mando, que a ofrecerle a quienes dicen gobernar, respuestas concretas y palpables para que superen el estatus de vida que ayer impulsó la hoy difusa cacareada actitud combativa. Basta, después de todo, con saber vender la especie de que no es pecaminoso y muchos menos cuestionable desde el punto de vista político, como es que ayer la lucha te ubicó en el bando de los que decían ser víctimas, y hoy las circunstancias te permiten ser victimario y te obligan a olvidar los postulados del pasado reciente.

Es decir, ya no cuentan las pasantías por La Rotunda, tampoco las que se dieron por los sótanos de la Seguridad Nacional, mucho menos las de Guasina, es decir, esa especie de certificado de conducta política con derecho al cobro.

Lo que predomina es el justiprecio de la presencia en los calabozos de la Digepol, del Cuartel San Carlos y de Yare. Todas cargadas con derechos de avanzada cuando se trata de reclamar el beneficio por el “sacrificio” dispensado, y la legitimidad para imponer un formato de cobro lo suficientemente ambicioso, al extremo de convertirlo en el motivo medular de un colectivismo grupal, empeñado en actuar de espaldas a la cuantificación de costos políticos, a la valoración objetiva de los verdaderos efectos sociales que semejante accionar está provocando en todo el país y a innumerables generaciones de venezolanos.

Tres lustros no han sido suficientes en la cobranza histórica a los venezolanos. Pero para los venezolanos, en cambio, tres lustros han terminado por convertirse  en la causa para construir una visión distinta de la política que se pregona y practica en Venezuela actualmente. Y es ese aprendizaje el que, sin duda alguna, sirve hoy de vara plural para medir los efectos negativos de todo orden, de una forma de conducir a Venezuela y a los venezolanos hacia metas fantasmagóricas, propósitos eventuales y una cuestionable subestimación del valor del individuo en funciones creativas, proactivas y comprometidas con su necesaria identidad de ser un actor determinante en el desarrollo de su capacidad productiva, y en la conquista de su bienestar a partir del ejercicio de su libre esfuerzo.

Hoy cada venezolano, indistintamente de su inclinación ideológica, es un ciudadano a merced de la incertidumbre, de la  inquietud permanente relacionada con la manera como puede convertir sus esperanzas en hechos concretos. Y, mientras tanto, aquellos que ayer optaron por ser los servidores públicos del momento para liderar los cambios, las innovaciones, las necesarias transformaciones, hoy naufragan entre galimatías  conceptuales  y rebuscamientos apresurados de justificaciones por los fracasos que se insiste en convertir en victorias, a la vez que perseveran en sus costosos equívocos.

Ni ayer ni hoy, aun habiendo abundantes motivos para fijar una preclara opinión sobre la vigencia de una multiplicidad de fragilidades estratégicas y gerenciales en el desempeño gubernamental, se  ha apostado a que la administración en funciones operativas fracase. Cada vez que fracasa un Gobierno, fracasa el país y lo financian los ciudadanos con miseria y empobrecimiento. Pero resulta inconcebible mantener quietud, indiferencia, silencio cómplice, cuando lo que está planteado, por disposición de los llamados a evitarlo permanentemente, es insistir en transitar por el mismo camino que no está conduciendo a ninguna parte de provecho, paz y justicia.

Venezuela, una vez más, paga con creces facturas de alto monto político y de alarmantes consecuencias económicas, sociales y morales. Y no se trata de transigir ingenuamente ante la voluntad de quienes se resisten a revisar enfoques, replantear decisiones y negarse al reencuentro entre los liderazgos, como una forma de evitar males mayores. Sí de ratificar exhortos para que, de una vez por todas, se incrementen los esfuerzos de parte de quienes prefieren mantenerse al margen de lo que sucede, para que sumen llamados a la sindéresis, a la fraternidad verdadera  y al acercamiento auténtico que anule tantas desesperaciones convertidas en pasto seco, en el medio de una sabana en donde hasta el sol exhibe libremente su vigor incendiario.

egildolujan@gmail.com

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