En
Venezuela la gente no acostumbra a preguntar: ¿leíste la novela?, sino lo
contrario: ¿viste la novela? Es decir, confunde -o asocia- novela con
telenovela. Página por pantalla. La razón: la percepción del venezolano ha sido
formada, fundamentalmente, como espectador de telenovelas y no como lector de
novelas. La telenovela hace uso de temas que representan lo explícito de la
realidad; sus personajes corresponden a una predeterminada tipología social.
La
estructura narrativa de una telenovela, sucumbe a la intriga pautada por
el raiting, y no a la creación original del escritor de la misma.
En la novela,
la composición estructural devuelve a la realidad su primera vez. Apuesta a
redimir el detalle extraviado, a restituir el tiempo y el espacio donde los
ensueños de los vivos y los muertos, conviven. En su trama, pueden hallarse
ocultas pulsiones que movilizan a una sociedad vencida, más allá de las
caracterizaciones sociopolíticas impotentes. Una novela puede prefigurar salidas y estrategias que la realidad ciega
no atina en la trama de su desventura.
Los diálogos en una telenovela, terminan
por ser un ruido infame que pervierte la esencia resonante de las palabras; en
cambio, en una novela como Pedro Páramo, de Juan Rulfo, el habla coloquial es
tan magistral y deslumbrante, que abisma a la realidad y a la propia ficción.
El
venezolano tiende a manejar la tragedia, el dolor y la desesperanza con libros
de autoayuda, arrebatos místicos o con consultas a psiquiatras, que hacen de su
malestar psíquico y existencial, una jugosa mercancía. Unos sueñan con ir a la
India, pero no al fondo de sí mismos.
Quizá lo más dramático del carácter
venezolano, es esa capacidad borreguil de convertir su tragedia, por
inconsciencia o indiferencia, en una resignada costumbre. O confundir arrebato
con rebelión. Por eso es capaz de morir
aplastado en una cola por conseguir un producto básico para su sobrevivencia
–racionado éste por gobierno–, y no
atreverse a asaltar el palacio de lo imposible.
Llama la atención que las
editoriales venezolanas, después de cierto tiempo, al saber que los libros que
acumulan sus depósitos no han podido venderse, prefieren destruirlos en el
fuego de los hornos, y no regalarlos o donarlos a las pocas bibliotecas
públicas funcionales.
Imagen terrible que recuerda a escritores quemados en
hogueras medievales.
El venezolano lee muy poco o casi nada. Es devoto del
formato de noticias que presenta o crea, por igual, la ilusión de resoluciones
inmediatas a sus conflictos más hondos.
El hallazgo de las redes sociales como
instrumento de comunicación y movilización, no ha sido usado con suficiente
contenido eficaz, para crear una trama de liberación. Al no ser lector
sustantivo, el venezolano ha condenado su existencia al desconocimiento de su
verdadero fluir narrativo.
Eso explica por qué los sorpresivos acontecimientos
de la realidad, rebasan a la clase política, privándola de ser visionaria.
La
Revolución Francesa estuvo precedida por los enciclopedistas de la filosofía
del Siglo de las Luces, y superada por la consagración de la novela como género
literario definitivo. La prensa del siglo diecinueve acostumbraba a publicar en
serie, capítulos de aquellas novelas que daban testimonio de la historia de la
psiquis y del alma. Así los novelistas fueron patrocinantes estelares de la
prensa escrita. La novela fue venciendo el analfabetismo, porque era demasiado
fascinante lo que los lectores comentaban de ellas. Los ignorantes no podían
creer, que con palabras, se edificara
una realidad con levedad perdurable, donde la memoria no tenía vacíos. Honorato
de Balzac exploró en cada una de sus novelas, el perfil psicológico de la nueva
clase social que emergía con el ocaso de la aristocracia. El mismo Carlos Marx
se vio obligado a leer novelas para comprender la historia de las clases
sociales, sus inflexiones e impredecibles tránsitos; comprendió que cada época
tiene su narrativa y su lector. Aunque su diagnóstico supuso sustituir a la
burguesía como clase emergente, igualmente como se había hecho con la
aristocracia, a través de una revolución.
Sin
embargo, en medio de esta larga oscuridad que secuestró a la propia noche,
algunos novelistas en Venezuela escriben con el fulgor de la tenacidad insomne.
Edifican obras monumentales que no podrán ser conocidas –ni comprendidas– en
este tiempo de tragedia y analfabetismo político. No habrá editoriales que los
publiquen. El Estado publicará a los suyos, porque el gobierno tiene la virtud
de fabricar novelistas baratos a la par de su ideología, como en el pasado se
produjeron telenovelas. Nadie los leerá, pero no importa, están al acecho como
los lobos orgullosos y solitarios. En esta hora de la ceguera, en la que no hay
lectores para sus magníficas páginas, los novelistas verdaderos escriben con el
fervor y el desvelo de un Franz Kafka o un William Faulkner.
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