Sería
necesario analizar las carencias de la alternativa democrática. Quien piense
que puede conducir mejor que ella, debería asumir el reto, en pasos muy
sencillos: ganarse la gente, conquistar el triunfo y recibir el agradecimiento
eterno.
Pero hasta la llegada de los superhéroes de Kriptón, la oposición real que remontó hasta 50% por lo menos, que desafía poderes económico, político e institucional tan monstruosos, merece una evaluación positiva. Encajó una estrategia y un lenguaje que sacó la esperanza de las catacumbas donde el radicalismo y la insensatez quieren devolverla. Se le puede ubicar en la centro izquierda democrática, modernizadora y popular. Pero le falta pimienta.
Que el
PSUV se edifica sobre abusos, corrupción y clientelismo, es una explicación
necesaria, pero no suficiente. Su fortaleza descansa también en que sus
seguidores se sienten protagonistas de un “proceso histórico”, una
“revolución”, tal como ocurre en todas los totalitarismos y populismos.
El
gobierno se puede equivocar, pero “la revolución”, “la causa”, “la patria”,
están por encima de los errores. Algunos hablan de una “etapa plebeya” del
comunismo y el fascismo. Después el “pueblo” despierta en la peor de las
pesadillas: una gerontocracia criminal y la sociedad envilecida por la
chivatería y la prostitución inevitables.
Pero
para derrotar una ilusión hay que crear otra. Lejos del “fin de las
ideologías”, la democracia venezolana sucumbió por tener unos defensores
manetos, pero también frente una ideología revolucionaria, marcada por el
igualitarismo populista, el odio social que Rómulo Betancourt aplastó en los
60, porque compitió con el castrismo con una plataforma que tenía misma
potencia simbólica e ideológica (¡venezolano siempre, comunista nunca!)
Betancourt:
ideología victoriosa
Entre
1958-1998, la democracia fue para los venezolanos esa gran causa. Una ideología
poderosa en la que se imbricaban la libertad, el progreso y la modernización,
con los necesarios ingredientes emocionales que permitían la movilización popular.
Por eso el gran rival del comunismo fueron siempre la socialdemocracia que
Betancourt logró separar claramente del comunismo, y el social- cristianismo,
-incluso a escala mundial-, y nunca los liberales, conservadores o “progres”.
A
diferencia de lo que ocurre hoy, cuando expulsan a Honduras y Paraguay, hizo
expulsar a Cuba de la OEA. A diferencia de lo que pasa en Venezuela, la
democracia del siglo XXI es democracia social o no es nada. Es la que existe en
el planeta, libertad y cambios sociales. Algunos sectores identifican todavía
lo social con populismo, demagogia, estatismo, confiscaciones,
“antiimperialismo”, violencia, improductividad, control de cambios y precios,
miseria.
Ideólogos
confundidos se encargan de inventar oposiciones entre fantasmas: capitalismo
vs. socialismo, reformismo vs. revolución, libertad vs. justicia, incluso
izquierda y derecha, y demás tonterías subsidiarias. Los progresistas por mucho
tiempo eran los “rosados” que se colocaban entre la socialdemocracia y el
comunismo, a los que Lenin llamó la charca, “tontos útiles” de la revolución.
Por eso el olor a Perón, Castro, Velasco, Ortega, Torres, Torrijos y toda clase
de badulaques, terminators, e inútiles, como los dinosaurios de Venezuela,
Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
El
progresismo tendría que identificarse claramente con la democracia social y
contrastar el cementerio de cadáveres ideológicos. A partir de los 80 se
produjo una transubstanciación esencial para la política contemporánea. Felipe
González, Clinton y Blair, Mitterrand, Cardoso y Lula, Fernández, Carlos Andrés
Pérez, Sánchez de Losada, Bachelet, hasta llegar a Torrijos (hijo) y Alan
García,aggiornaron la idea de democracia social.
Globalización
y democracia social
La
izquierda rompió con el colectivismo y ahora sus componentes inseparables son
democracia representativa, globalización, superación efectiva de la pobreza joint
venture entre Estado e inversión de capital, propiedad, descentralización,
cambio tecnológico y reforma educativa. Romper con viejos mitos del
welfarestate le permitió a Clinton ser el mejor presidente de EEUU en el siglo
XX. Colocó su país (ya Reagan había dado el empuje inicial) a la cabeza del
mundo. Creó 20 millones de empleos y nace en su gobierno la Sociedad de la
Información. González hizo el equivalente, e incorpora España a Europa. Esa
renovación se frenó porque Zapatero, Papandreu, Soares, Obama (¿) y otros no
hicieron los cambios necesarios, convirtieron al mundo en un trastorno, y los
tres primeros son auténticas desgracias.
Con
ellos la socialdemocracia y la democracia cristiana permitieron que los
problemas se amontonaran hasta llegar a las lamentables circunstancias en que
tiene que resolvérselos Merkel. Las grandes referencias pasaron ahora a
Latinoamérica: Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, y demuestran que ser de
izquierda no debe implicar automáticamente ser tarado, pese a los esfuerzos
para demostrar lo contrario desde Venezuela y el ALBA.
El progresismo consiste
en entrar al Siglo XXI, retomar el carril de la historia del que lo sacaron en
estas dos décadas. Conquistar la democracia social.
@carlosraulher
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