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miércoles, 17 de julio de 2013

TEMÍSTOCLES HERNÁNDEZ, LOS VIEJOS NO TENEMOS NINGÚN DERECHO A SENTIR MIEDO

La verdad nos hará libres, y el amor a la libertad nos hará invencibles.

Todas las personas de valor y de valores tenemos el deber de preservar la Libertad a cualquier costo. No importa la edad ni el género. Y los más obligados a dar la cara en este empeño somos los adultos viejos. Estoy seguro de ello. Así lo siento. A nosotros nos corresponde ser ejemplos vivos de ética y civismo y estamos comprometidos por ley natural a velar por las presentes y las futuras generaciones. A nosotros nos compete proteger a nuestra descendencia, a nuestros hijos, nietos y bisnietos, para que jamás ellos permitan ni tengan que aguantar a ningún déspota neurasténico amargado y altanero que irrumpa en sus vidas para ofrecerles descaradamente “patria y dignidad” a cambio de sumisión y bonos de miseria hasta terminar pisoteándoles.

Es más que razonable y natural que un niño o un adolecente tiemble y llore asustado frente a un pelotón de fusilamiento; en cuyo caso estaríamos presenciando un acto de crueldad extrema. Pero si es un viejo el que va a ser ejecutado y éste se acobarda, temblequea y gime ante sus verdugos, entonces estaríamos asistiendo a un episodio de extrema cobardía. Los viejos no tenemos derecho a paralizarnos por miedo; si el miedo llega estamos obligados a transmutarle en audacia, en coraje, para ser los primeros convocantes a la resistencia y los primeros combatientes contra el despotismo. Un viejo amedrentado da lástima, avergüenza.

Sería ingenuo pensar siquiera que los viejos estamos mejor dotados físicamente para fajarnos cuerpo a cuerpo con los policías, militares y matones a sueldo que protegen a los tiranos y hacen posible las dictaduras. No se trata de eso. La presencia de los viejos en las calles y plazas para exigir que se respeten los derechos y libertades individuales tiene otras connotaciones: eleva el espíritu y la dignidad de los pueblos, es el mejor ejemplo de responsabilidad que despierta los más nobles sentimientos y valores humanos y enaltece a las naciones. Acuérdense del “huesos” Mahatma Gandhi, tan escaso de carnes y tan abultado de espíritu que encorajinó a cientos de millones de indios, hizo temblar al imperio inglés y sacudió la consciencia mundial. (SIGUE)

Para que entiendan mejor aquello de que es la ley natural la que nos obliga a los viejos a proteger nuestra descendencia, les voy a contar acerca de un acto heroico, de una actitud maravillosa y ejemplar protagonizado por un rebaño de llamas y alpacas ante el ataque de dos pumas hambrientos.

Desde lo alto de una loma pude divisar cómo en el llano se juntaban los animales tan pronto percibieron el peligro. De todos lados venían corriendo a galope para reconcentrarse formando un solo bloque blindado, una célula compacta e infranqueable. En el centro, en el núcleo, fueron ubicados los bebés lactantes e inmediatamente los adolescentes; luego los jóvenes, las señoritas y gestantes, rodeados de adultos de la segunda edad; y como membrana circular protectora se pusieron los reproductores viejos y los aspirantes a nuevos jefes de la manada, disputándose los primeros puestos de peligro con los capones y las hembras viejas, dispuestos a ofrendar sus vidas para preservar la especie. Los pumas acechaban amenazantes, acercándose lentamente a la manada para intimidarlos primero y dar el salto definitivo en el momento propicio para ejercer su instinto depredador e hincar sus garras y colmillos en el mayor número de víctimas posibles. Y llegó el momento propicio para el fatídico asalto, momento que fue percibido a tiempo por los acosados, de cuyas primeras filas salieron sorpresivamente en veloz carrera dos animales grandes y flacos: una hembra y un macho de los más viejos de la manada. Y se salieron del montón no por miedo, sino en un arrebato de heroísmo para llevarse a los pumas tras ellos y salvar a su familia; a los suyos, a su descendencia. No corrieron por cobardes ¡Se inmolaron! ¡Sí, se inmolaron! ¡Qué ejemplo, por Dios!... Entonces lloré. Seguro que lloré. No me pregunten por qué, pero lloré, y en ese mismo instante le pedí a la existencia, a la totalidad, al cosmos eterno, al Gran Arquitecto del Universo, a Dios, que si el miedo se apodera de mi ante las amenazas de algún déspota, no me paralice, y que más bien se transmute en furor de lucha, que me convierta en un encarnizado insurgente contra cualquier forma de tiranía. Rogué entonces y ruego hoy que la pasividad perpetua no me atrape descuidado, ni que la inercia se convierta en mi vocación. No quiero por voluntad propia llegar a ser un viejo apoltronado y resignado, esperando tranquilo la extremaunción envuelto en frazadas y pañales. ¡Por Dios, eso no! ¡Si no he vivido en vano, tampoco quiero morir en vano!

Si procreamos o no y estamos viejos, no tenemos derecho a retirarnos mientras las pandillas de traidores a la patria y los agentes de ideologías fracasadas y doctrinas decadentes les abren las puertas de nuestro país a que ingresen campantes los tiranos persas y los del Caribe, a imponernos la esclavitud, el obscurantismo y la pobreza como formas de gobierno y de vida. No, no tengo ningún derecho a sentarme y contemplar indolente cómo las jorgas de lacayos rosados panchanatas aborregados entontecidos acechan y arremeten solapadamente para destruir lo que nuestros abuelos, padres y nosotros mismos edificaron y edificamos con amor, esfuerzo y buen humor para nuestros hijos…

¡No, mil veces no: los viejos no tenemos ninguna dispensa para sentir miedo, ni tiempo para esperar sentados mientras terminan de cargarse y cagarse en la Patria!

Temístocles Hernández M.

http://www.semanariolaverdad.com/noticias/los_viejos_no_tenemos_ningun_derecho_a_sentir_miedo.asp

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