El apóstol Juan en su primera epístola nos da
una disertación maravillosa sobre el amor. Entre todas sus palabras son estas
las que hacen vibrar mi corazón:
"En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor" (1 Juan 4:18).
Traigo estas palabras a mi mente, las convierto en una oración, entonces siento
que mi ser entero experimenta un abrazo de Dios; siento que al venir ante Él
todos mis miedos se desvanecen, y en cada lágrima que brota de mis ojos al ser
bendecida con su presencia siento que los miedos salen de mi alma como la
oscuridad se desvanece cuando la aurora baña con su luz un nuevo día.
Solo el corazón conoce sus propios miedos;
las angustias del alma son muchas veces solitarias. Nadie alardea de sus
temores, nadie cuenta cómo la angustia le despierta en medio de la noche; cómo
le quita el sueño, le resta las fuerzas y le hace sentir la noche inmensa y el
silencio más profundo que nos hunde en un grito mudo de desesperación. Nadie
nos cuenta su soledad, la tristeza del amanecer que no nos deja levantarnos de
la cama sino después de un gran esfuerzo.
Eso solo lo platicamos con nosotros mismos.
El miedo es un ladrón, un usurpador que
desplaza las alegrías del alma, las encarcela y con opresión las anula. El
miedo va minando nuestro ser, ocupando lugares que un día tuvieron el color de
una flor, la salud de un niño carcajeándose en un parque, la serenidad de un
abuelo que ha vivido con dignidad. El miedo nos roba la esperanza, nos nubla el
horizonte, nos hace renunciar al futuro. El miedo hiere al corazón con una
herida de muerte que se rehusa a todas las curas, sangrando constantemente.
Solo hasta que la mano de Dios la venda. Como dice en Isaías, Dios es quien
venda a los quebrantados de corazón y el que da libertad a los cautivos.
Estamos llamados a vivir cada día de nuestras
vidas bendecidos por la plenitud de su amor que puede librarnos de todo el mal.
Pasamos la vida entera aprendiendo miles de cosas, ejercitándonos en distintas
disciplinas pero no nos ejercitamos en la fe; vamos por la vida como raquíticos
espirituales mientras el océano de Dios yace a nuestro lado pleno de verdades
que pueden liberar nuestras almas de la angustia; pleno del amor más sublime y
excelso que enaltece nuestro ser convirtiéndonos en verdaderos hijos que pueden
sentarse en su regazo, recostar la cabeza sobre su pecho, y luego de un rato
pararnos y continuar el camino con la cabeza erguida y la mirada en alto.
Un nuevo tiempo de gracia está llegando, un
nuevo amanecer trae la luz radiante del sol a nuestras ventanas. Si tienes la
valentía de creer en medio de un mundo que le ha dado la espalda a Dios. Si
puedes creer que en la cruz de Jesús el miedo fue traspasado y vencido. Si
puedes traer tus miedos ante esa cruz, el Señor que murió en ella te llevará de
la mano en medio de la angustia. Levántate y cree con la confianza de un niño.
Extiende tu mano y deja que tu Padre celestial te lleve por el camino del amor
que echa fuera todo temor.
"Hermanos venezolanos no temáis, tened fuerzas, Dios tiene cosas grandes para su país... de lo malo Él hará algo bueno", Francisco I.
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