CATO Institute - 09-Jul-13 - Opinión
El miedo al mercado
por Macario Schettino *
Los humanos tenemos
tres únicos intereses básicos: comer, que no nos coman, y reproducirnos.
De ellos, el segundo es el más fuerte, porque comer y reproducirse puede
hacerse varias veces. En cambio, si nos comen, sólo será una vez. Así, los
humanos somos miedosos, porque es una forma de mantenernos vivos.
El miedo, especialmente el miedo a morir, es una sensación muy fuerte, porque
así ha convenido en nuestro camino evolutivo. Los más valientes murieron sin
dejar descendencia, quedamos los demás. Si no quiere sentir feo, digamos que
quedamos los prudentes.
El miedo es importante en nuestro análisis de por qué no tenemos el país que
queremos porque el mercado es una fuente de miedo. El mercado, el mecanismo que
permite que compremos lo que nos gusta y vendamos lo que se pueda, es
inclemente. Joseph Schumpeter, economista austriaco de la primera mitad del
siglo XX lo llamaba “destrucción creativa”. El mercado premia a los creativos,
pero destruye a los demás. Y si usted fue creativo, pero llega alguien más
creativo que usted, lo va a destruir.
Y nosotros preferimos el “más vale malo por conocido”. Si podemos mantenernos
ahí más o menos en una economía rentista, como para qué querríamos arriesgarnos
en una economía de mercado, donde cada día corremos el riesgo de que llegue
alguien más creativo que nosotros y nos destruya.
Y aquí viene la parte complicada. El éxito del mercado depende de la capacidad
que tengan las personas de asumir riesgos y de entenderse como participantes
individuales de esa competencia. Por eso es tan complicado, porque exige una
visión del mundo que no es natural para los humanos. Nosotros, para reducir el
riesgo de que nos coman, nos asumimos como parte de una comunidad que nos ayuda
a defendernos. Es natural para los seres humanos entenderse como parte de una
comunidad. No lo es entenderse como individuos. El individualismo se aprende,
el colectivismo viene de nacimiento.
Por eso es más difícil impulsar acciones que dependen del individualismo, y por
eso el proceso exige generaciones enteras. Uno no pasa del rentismo al
capitalismo de un día para otro. El proceso de transformación en la forma de
pensar es largo. Es precisamente lo que Deirdre McCloskey llama la dignidad
burguesa, que tarda en construirse un par de siglos, pero que va a sostener un
crecimiento exponencial en la generación de riqueza de los seres humanos. Es el
capitalismo, pues, es el mercado, en el sentido de la destrucción creativa.
Pero eso es precisamente lo que el colectivismo rechaza. Descalificamos este
proceso argumentando que se trata de “capitalismo salvaje”, de “cada quien se
rasca con sus uñas”, que es una visión utilitarista propia del protestante
anglosajón. Y entonces las visiones colectivistas nos sirven de defensa, sea el
conservadurismo católico, o el colectivismo izquierdista. El caso es que
tenemos miedo.
Si queremos que haya generación de riqueza, y que cada uno tenga una
oportunidad igual de participar en ella, entonces tenemos que abandonar
nuestras defensas colectivas. Más claramente, necesitamos que las empresas
puedan quebrar sin que nadie las ayude; necesitamos que las personas paguen sus
deudas, o sean castigadas por no hacerlo; necesitamos entender que se puede
ganar y se puede perder, y que eso es justo, no el empate obligado, la prórroga
recurrente, el repechaje.
Nos es muy difícil entender esto. La historia explica por qué, pero no queremos
escuchar razones: lo que tenemos es miedo. Y el miedo no se quita con razones.
Y de ese miedo viven los rentistas: mejor que no se acaben los sindicatos,
porque si no, quién me defiende; mejor que no lleguen los extranjeros, porque
van a abusar de nosotros; mejor ni le muevas, pues.
La creación de riqueza ocurre porque hay personas que tienen ideas que
convierten en realidad, en bienes y servicios que ofrecen a los demás. Cuando
los demás compran, se generó riqueza. Cuando no, ni modo. Las personas que
hacen esto se llaman emprendedores, y son el motor del crecimiento económico.
Si no existen, no hay generación de riqueza. Hay, si acaso, redistribución. De
unos a otros. De usted a los rentistas, por ejemplo.
Cuando en un país no hay emprendedores (o hay muy pocos), ese país no genera
riqueza. La que hay se redistribuye. El que tiene poder, obtiene más riqueza.
Los que no tienen poder, aportan riqueza para el que sí tiene. Esos son los
rentistas que viven de usted.
Pero un emprendedor es alguien que corre riesgos. Puede ganar mucho, o puede
perder muchas veces. Si los jóvenes imaginan su futuro sólo siendo empleados, o
consiguiendo un poco de poder para vivir de rentas, sea como político o como
criminal, pues ese país está condenado al fracaso.
Más claramente, si usted piensa que México debe crecer más y que debemos
distribuir mejor la riqueza que producimos, entonces la respuesta está muy
clara: lo que necesitamos son más emprendedores y menos políticos. Más
empresarios de los que generan riqueza y menos de los que viven de extraernos
rentas.
* Profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de
Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El
Universal (México).
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