La
oportunidad elegida por Alvaro Vargas Llosa es tan magnífica como su libro, que
llega justo en medio de un febril debate en Washington acerca quienes arribaron
más recientemente a los Estados Unidos. Nuestras políticas migratorias actuales
han contribuido a la escasez de mano de obra; creado florecientes mercados de
contrabando humano y falsificación de documentos; y nos dejaron con más de 11
millones de extranjeros ilegales. El proyecto de ley de reforma migratoria del
senador Marco Rubio es el último esfuerzo para reformar el sistema, y sabremos
en las próximas semanas si él es capaz de reunir suficiente apoyo dentro del
Partido Republicano como para tener éxito.
En
estos días, la reforma migratoria es menos una cuestión partidista que una
disputa familiar republicana. Los partidarios del libre mercado sostienen que
los inmigrantes en los Estados Unidos son catalizadores para el crecimiento
económico y la innovación, mientras que los que favorecen restringir la
inmigración afirman que los extranjeros de origen hispano amenazan el sistema
de valores de los Estados Unidos y agobian a un Estado de beneficios sociales
ya al borde de la insolvencia. Lo que hace recomendable a Global Crossings es
que ofrece una crítica reflexiva de los que pretenden restringir la inmigración
desde el punto de vista de un conservador.
“El
argumento de que los inmigrantes son una amenaza para los fundamentos
culturales de un país libre como los Estados Unidos ha sido formulado por
respetados eruditos y es compartido por muchas personas bien intencionadas, que
merecen una concienzuda respuesta”, escribe Vargas Llosa. Él ofrece una en el
libro, el cual explica qué tipo de personas abandonan sus países de origen, por
qué lo hacen y cuál es la mejor forma de evaluar su impacto sobre nuestra
economía, cultura y política.
Para
encontrar su modelo a favor de la inmigración, Vargas Llosa sostiene que el
partido de la derecha no precisa echar un vistazo más allá de Ronald Reagan.
Reagan es hoy tan popular como siempre en el Partido Republicano, excepto
cuando el tema gira en torno a la inmigración. Reagan firmó la amnistía de
1986, se burló de “la preo
cupación
por el extranjero ilegal”, defendió los programas de trabajadores temporales y
no veía con buenos ojos la erección de una barricada a lo largo de la frontera
sur. Vargas Llosa, un veterano periodista y Académico Senior en el Independent
Institute, una institución que defiende el libre mercado, explica por qué el
mismo presidente que ganó la Guerra Fría estaba en lo correcto también acerca
de la inmigración.
Desde
los inicios de la República, aquellos que arribaban primero han sentido
inquietud respecto de los que les seguían. Los ingleses, escoceses, holandeses
y alemanes deseaban impedir la entrada de los irlandeses y más tarde de
aquellos que llegaban de Europa del Sur y del Este. Algunos de los
descendientes de estos grupos desean ahora cerrarle la Puerta Dorada a los
latinos. Thomas Jefferson y Benjamín Franklin expresaron ambos sentimientos
nativistas. John Adams se oponía incluso a los inmigrantes altamente
cualificados, con el argumento de que se debía negar el ingreso al economista
francés Pierre Samuel du Pont de Nemours porque los Estados Unidos “tenían ya
demasiados filósofos franceses”. Du Pont emigró finalmente a Delaware en 1799,
y su hijo, el químico E.I. du Pont, iniciaría una de las dinastías
empresariales más exitosas del mundo.
Contemporáneamente,
la tensión nativista estadounidense se manifestó en 2004 en el 'best-seller' de
Samuel Huntington, “Who Are We?” (“¿Quiénes somos?”). El difunto politólogo de
Harvard actualizó para el siglo 21 el argumento de que “en el pasado los
inmigrantes eran buenos mientras que los inmigrantes actuales son malos”,
escribiendo que los inmigrantes de Europa “modificaron y enriquecieron a los
Estados Unidos” pero que la ola inmigratoria posterior a 1965, que en su
mayoría proviene de América Latina, “plantea un interrogante fundamental:
¿Seguirán siendo los Estados Unidos un país con una lengua nacional única y un
centro de la cultura anglo-protestante?”
Vargas
Llosa no comparte nada de esto, y Global Crossings presenta considerable
evidencia para argumentar en contra de las afirmaciones de que los Estados
Unidos no están absorbiendo a los nuevos inmigrantes como absorbieron a los
antiguos. Los inmigrantes latinos se están asimilando tal como lo hicieron los
grupos anteriores, sostiene, a pesar de que su progreso es a veces difícil de
detectar debido a que la inmigración latina es continúa. Los estudios
longitudinales de asimilación, que consideran el tiempo de permanencia en el
nuevo país, muestran que las siguientes generaciones de inmigrantes latinos
están, de hecho, aprendiendo inglés, aumentando sus niveles de educación y
ascendiendo en la escala socio-económica. Casi todos los niños nacidos en el
país hablan inglés, y sólo alrededor de un tercio de los inmigrantes de la
tercera y cuarta generación puede aún hablar el idioma de sus abuelos. Al igual
que con los grupos anteriores, los inmigrantes de la segunda generación gana
más que sus padres y están mejor educados, de acuerdo con los datos del censo.
Los latinos también se están asimilando a través del matrimonio: Un estudio de
mediados de la década de 1990 halló que mientras sólo alrededor del 8% de las
mujeres latinas de la primera generación se había casado fuera de su grupo, el
número trepa al 26% en la segunda generación y al 33% en el tercera.
Vargas
Llosa se enfoca principalmente en la política inmigratoria de los EE.UU., pero
emplea comparaciones internacionales para demostrar cómo la inmigración ha
beneficiado también a otros países. La literatura está repleta de ejemplos—los
libaneses en África occidental, los chinos en el sudeste de Asia, los
marroquíes en España—de pobres trasladándose hacia una nueva nación y
haciéndola más próspera. “En todas partes, los trabajadores inmigrantes
dispuestos a trabajar por poco dinero ayudan a los nativos a avanzar en la
escala salarial”, escribe. Y al igual que los EE.UU. hoy en día, otros países
contemplan periódicamente amnistiar a un número significativo de residentes
ilegales. Amnistía, afirma, equivale meramente a “la aceptación por parte de
los países anfitriones de su fracaso para que la ley se compadezca con la
realidad, y para establecer políticas que tienen horizontes de largo plazo y no
precisan ser constantemente revisadas”.
Los
inmigrantes son atraídos, antes que nada, por las oportunidades económicas en
los EE.UU., escribe Vargas Llosa. Por lo tanto la cuestión no es si deberíamos
conceder amnistías o hacer cumplir la ley. “El verdadero debate”, afirma, “es
entre aceptar y negar la realidad. La raíz del problema es que demasiados
extranjeros han estado persiguiendo demasiadas pocas visas”. Vargas Llosa
sostiene que nuestros políticos deberían centrarse en mantener los incentivos
adecuados en su lugar a efectos de atraer e integrar a los inmigrantes en lugar
de contener el flujo. “La inmigración no es una amenaza para la cultura, la economía
o la seguridad”, concluye. “Es, simple y llanamente, el derecho a trasladarse,
vivir, trabajar y morir en un lugar diferente a aquel en el que uno nació—la
victoria de la elección sobre el azar”.
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