Hay quienes piensan que los países
políticamente organizados no tienen mucho que que aprender de otros en donde
las religiones ocupan el lugar de los partidos, el fanatismo acucia en cada
esquina y el odio inunda las plazas. No es mucho en verdad, pero es importante:
Es tan poco y es tan importante que puede resumirse en una frase: "Nunca,
pero nunca, hay que apoyar una iniciativa golpista. Venga de donde venga”.
Adivino la respuesta
¿Y si en un país fuerzas
antidemocráticas se hacen del poder por medios legítimos pero alteran las
instituciones, imponen una moral medieval y preparan el camino hacia una nueva
dictadura? ¿En nombre de cual falso democratismo vamos a ser tan bobos como
para oponernos a un golpe de estado que salvará las libertades elementales?
Quiero dejar establecido que hoy no
argumentaré en nombre de lo que debe ser políticamente correcto por muy difícil
que sea entender a gente que elevan la incorrección política al grado de
virtud. Sólo me limitaré a abordar el tema por el lado de la razón práctica la
que, para alguien como Kant, es la base de toda razón moral.
Por sus frutos los conoceréis, dice el
postulado religioso. Si es así, los resultados del golpe de estado egipcio, a
pocos días de su ejecución, no pueden ser más catastróficos para las fuerzas
que lo impulsaron.
Cuando los militares usurparon el poder, las
fuerzas de Morsi estaban fragmentadas. El descontento social era enorme, y la
hegemonía de "los hermanos" se encontraba por los suelos. Incluso el
partido islámico moderado NUR abandonó el gobierno. Pronto tendrían lugar
elecciones generales, y si la oposición lograba unirse, la derrota de Morsi iba
a ser total. El único problema era que la oposición, sea por egoísmos
partidarios o personales, sea por su propia heterogeneidad, no estaba en
condiciones de presentarse unida a las elecciones. En esas circunstancias el
golpe de los militares de Mubarak ocurrió no tanto en contra del gobierno de
Morsi, sino por la incapacidad de la oposición para unirse en torno a objetivos
comunes y de este modo electorizar el enorme descontento social.
Mientras escribo estas líneas, Egipto está al
borde de una guerra civil. Morsi, desde su prisión, aparece ante las grandes
masas no sólo como líder mártir sino, además, dotado de una legitimidad que
nunca gozó como presidente. En otras palabras, Morsi ha recibido como regalo de
la soldadesca el sustento político, social e incluso moral que antes no tenía.
Y si hay elecciones, como los militares prometieron (siempre lo prometen), el
vencedor será nuevamente Morsi. Los grandes ganadores del golpe han sido los
hermanos musulmanes.
Para los latinoamericanos, habitantes de un
continente donde los golpes han sido la norma, no debería haber sorpresa. Por
eso extraña que aparezcan comentaristas dispuestos a suscribir, aunque sea de
modo indirecto, la horrorosa frase de Pinochet: "La democracia debe ser
lavada cada cierto tiempo con sangre".
Como en Egipto, la gran mayoría de los golpes
de Estado ocurridos en Latinoamérica no sólo no han derrotado a quienes
intentaron derrotar sino, todo lo contrario, les han dado nueva vida. No es
casualidad, para volver al caso chileno, que Chile sea uno de los pocos países
democráticos en donde los comunistas están organizados en un partido que
merezca ese nombre. Pronto formarán parte del gobierno de Bachelet. Es cierto
que en su historia local -pese a que en la internacional han apoyado a muchas
dictaduras- han tenido un comportamiento democrático casi ejemplar. Pero el
sitial que hoy ocupan se debe al hecho de que, sobre todo para sectores
juveniles, el comunista fue el partido-mártir de la dictadura. De ahí que votar
por los comunistas es para ellos protestar en contra de un abominable pasado.
Lo mismo se puede decir del caso uruguayo.
¿Cuántos no votaron por Mujica no pese sino gracias a que fue un tupamaro, es
decir, como venganza frente al pasado militar? ¿No fue también el pasado de la
ex-guerrillera Rousseff un punto a favor y no en contra de su triunfo
electoral? Y en Argentina, cuántos ex-montoneros ocuparon altos puestos
públicos durante los gobiernos de Menem y de los Kirchner, gracias al
martirologio a que los sometió Videla?
Pero no vayamos tan lejos en el tiempo.
Pensemos en Honduras. ¿No fue debido a la torpeza de desalojar por medios
militares a Mel Zelaya la razón por la cual hoy el zelayismo volverá,
representado por Xiomara Castro, esposa
del demagogo latifundista? O pensemos en Paraguay. ¿No significó la imbecilidad
sin nombre que llevó a la destitución del prolífico ex obispo Lugo la razón por
la cual la autocracia venezolana aparece hoy presidiendo los destinos de
Mercosur, mientras Paraguay quedó afuera? En fin, cada golpe militar en
cualquier lugar del mundo porta el signo de su fracaso. La razón es simple. Ni
aquí ni en la quebrada del ají los militares son representantes de la
restauración democrática, y mucho menos de las libertades públicas. No saberlo
después de tantos ejemplos, es simple necedad.
El desgraciado golpe militar de Egipto ha
dado incluso pábulo para que determinados medios hayan creído llegada la hora
de reivindicar "la función histórica" de dictadores como Pinochet. No
puedo sino compartir en ese sentido la indignación del destacado analista
Andrés Oppenheimer cuando leyó en la Editorial de The Wall Street del 4 de
Julio, el siguiente párrafo
“Los egipcios serán afortunados si sus nuevos
generales gobernantes siguieran el ejemplo del chileno Augusto Pinochet, quien
asumió el poder en medio del caos, pero reclutó a reformistas partidarios del
libre mercado y generó una transición hacia la democracia”.
No es primera vez que leo ese tipo de
homenajes póstumos. Dejando de lado la mentira de que Pinochet preparó la
transición a la democracia (es sabido que entregó el poder gracias a la presión
de la calle y por cierto, de los generales que la escucharon) no hay nada que
compruebe que el desarrollo económico ocurre gracias a la existencia de
dictaduras. Por el contrario: hubo y hay países latinoamericanos que pueden
mostrar tan buenos, o aún mejores números que Chile, sin haber pasado por el
infierno de una dictadura.
Ni en México ni en Colombia hubo dictadura.
El gran desarrollo económico experimentado por Brasil sucedió bajo los
gobiernos democráticos de Cardoso y de Lula. Y en Perú no ocurrió como
consecuencia del momento antidemocrático de Fujimori, el que comparado con lo
que pasó en Chile fue un juego infantil. Pero si aún la mentira que alaba a la
dictadura como motor del desarrollo fuera cierta, habría también que alabar a
Hitler, pues terminó con la desocupación laboral, reindustrializó la nación y
triplicó los salarios. No sé si los actuales defensores de golpes llegarán a tanto.
Pienso que si no lo hacen es porque, escondidos detrás de los fusiles son,
además de necios, cobardes.
La profesión militar es muy digna. Pero su misión es resguardar la soberanía nacional y nada más. En política no tienen nada que hacer. Esa y no otra es la cien veces repetida lección que nos deja el caso egipcio. Quizás alguna vez, de tanto repetirse, será aprendida.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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