Es necesario alzar la voz para refutar arbitrariedades cometidas en nombre de posturas políticas que desdicen de enunciados que honran categorías democráticas.
Cuando
se clausura la voz a un periodista, están asfixiándose derechos tan vitales
como sagrados. Quien arrogándose un poder desmedido, pretende asfixiar la
información que orienta el rumbo de una nación, está negándole la respiración a
una sociedad que busca inhalar el mayor volumen de aíre para asentir su
desarrollo. Y tan esencial necesidad, decanta en los derechos fundamentales
entre los que se exaltan las libertades de opinión, expresión, prensa,
pensamiento, comunicación e información, claves no sólo para la sustentación de
la democracia. También, para el desenvolvimiento social, política, cultural y
económica de esa sociedad.
Es
ineludible considerar los principios sobre los cuales descansan los acuerdos
que hacen posible la convivencia de un pueblo. Es así como la Carta Magna sobre
la cual gravita la concepción de Estado-Nación, se inspira en doctrinas
sociales y políticas respetuosas de la dignidad del hombre y de las necesidades
a partir de las cuales se establecen proyectos de vida que respondan a
esperanzas liberadoras y condiciones de independencia forjadas en la voluntad y
capacidades de cada quien. Resulta entonces absurdo justificar cualquier
barbaridad que pueda cometer un gobernante abusando de facultades más allá de
las permitidas legal e institucionalmente o que le fueran conferidas por la
voluntad del pueblo soberano en un momento electoral. Cualquier oscuridad
resultante de proyectos ideológicos imbuidos en resentimientos, egoísmo y
represión, sólo incita violencia e injusticia. Asimismo, quebranta valores
morales desde los cuales se edifica la familia y se cimientan instituciones.
No
hay duda de que el país vive situaciones difíciles. Por tanto, es necesario
alzar la voz para refutar arbitrariedades cometidas en nombre de posturas
políticas que desdicen de enunciados que honran categorías democráticas. De
hecho, con tan banales excusas, el régimen ha acentuado su insolencia a fin de
asestarle un duro golpe a esas libertades que son terrenos de la democracia.
Recientemente, ha impugnado a periodistas comprometidos con la verdad. Es el
caso de Leonardo León Avendaño y Horacio Contreras, en Mérida, o de Nelson
Bocaranda Sardi y Leocenis García, en Caracas, por nombrar algunos. Sus
trabajos, ajustado a “principios de ética profesional y a la defensa de los
derechos humanos, de la paz, de la libertad de expresión al servicio de la
verdad y de la pluralidad de las informaciones”, es demostrativo de su
condición de periodistas honestos.
Ante
tanto asedio gubernamental contra quienes ejercitan y promueven libertades que
permiten “expresar libremente ideas u opiniones de viva voz, por escrito o
mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de
cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse
censura”, hay que protestar. Acciones de tan torcida naturaleza, lejos de
coadyuvar a dirimir incomprensiones propias del discurrir político, sólo
plantean confundir razones y desarreglar propuestas que deben conducirse dentro
del espacio que inspiró a constituyentes en 1999 cuando describieron que Venezuela
“es irrevocablemente un país que favorecerá el desarrollo de la persona y el
respeto a su dignidad y su gobierno garantizará el cumplimiento de los
principios, derechos y deberes que consagra la Constitución de la República”.
Pisotear
libertades asociadas a opiniones y expresiones que critiquen o cuestionen el
autoritarismo empleado como forma política de hacer gobierno, es una forma
abierta de predicar el fascismo a través de descarnadas ejecutorias. Así no
sólo está afectándose el ámbito político alrededor del cual se apuntala el
devenir democrático de la sociedad. También, está restringiéndose el concepto
de que Venezuela se constituye en un “Estado democrático y social de Derecho y
de Justicia”. Pareciera ser que la consigna del régimen es: ¡muerte al civismo!
VENTANA
DE PAPEL
“VENEZUELA
NUNCA EXISTIÓ”
No
sería sorprendente que cualquier venezolano llegue a confesar que no tiene idea
en dónde está ni para dónde va. Las que fueron sus referencias para ubicarse en
el país, desaparecieron. O como alguien describe por la Internet, “es como
volar en la niebla sin radio y sin instrumentos”. Aunque puede haberse nacido
aquí, no luce raro oír a alguien diciendo: “ya no soy venezolano pues no me
encuentro a mi mismo en este lugar hoy convertido en relleno sanitario y
manicomio poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía”.
Esa
misma persona que alcanzó a recorrer casi todo el país, que lo sintió, lo
incorporó a su ser y se hizo parte de él, llega a contrariarse cuando,
extrañamente ni lo reconoce, ni lo encuentra. Se convierte en extranjero en su
propio país.
Ni
siquiera las generaciones de antepasados venezolanos, son capaces de ayudar a
“sentirse en casa”. O como afirma quien también desde las redes escribió: “nos
cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos,
las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras
palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de
vivir el amor, los negocios, la parranda, y hasta la amistad”. A decir de sus
anotaciones, los venezolanos quedaron “sin identidad y sin pertenencia”. Debió
ocurrir una forma muy ocurrente de expatriar al venezolano sin necesidad de
expulsarlo del país. Pareciera que Venezuela está agonizando en algún exilio. O
mejor dicho, en un incilio sin tiempo ni espacio.
El
país desapareció de la memoria de las cosas universales. No existen unidades o
instrumentos capaces de medir su anormal ausencia. “No hay un cadáver que
sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se
perdió en un críptico agujero negro”.
Más que una muerte, esto ha sido una
dislocación en el espacio/tiempo. Podría pronto alguien preguntarse:
¿Venezuela?. Tendrá entonces que responder. A decir por lo percibido, pareciera
que “Venezuela nunca existió”.
¡QUÉ
VERGÜENZA!
La
condición de país admirable que en otrora expuso Venezuela, ha decaído.
Tanto
es así, que hoy está en el lodazal, en el foso. Para orgullo de un socialismo
que distribuye miserias, es el tercer país de Latinoamérica donde sus
ciudadanos perciben mayor corrupción pública. Así lo deja ver el Barómetro
Global de la Corrupción, estudio éste realizado por Transparencia Internacional
entre 107 países, donde fueron consultados 114 mil 300 ciudadanos. En el cuadro
regional sobre Índice de Percepción de Corrupción, sólo Argentina y México se
ubican por encima de Venezuela entre los países cuyos funcionarios tienen una
pésima imagen. Aunque la peor parte recae sobre funcionario policiales. Pese al
aislado esfuerzo procurado, pesa la escasa probidad y honestidad en el
desempeño de sus funciones.
En
una escala del 1 al 5, donde 5 es “extremadamente corrupta”, estos funcionarios
de seguridad ciudadana alcanzaron un 4.4 de percepción. Seguido a ellos, está
el resto de empleados públicos, con una calificación de 4,3. El sector
representado por el Poder Judicial, alcanza 4.1 en la respectiva escala de
corrupción. Sigue, la Asamblea Nacional. De la misma no escapan las FF.AA. Tan
dantesco cuadro, evidencia la gravedad de la situación nacional la cual suma
graves consecuencias a la salud social y económica del país. Ni hablar de
moralidad, pues de todo ello se desprende que de ética pública este régimen no
quiere saber nada.
A
nivel de discurso, busca presumir de lo que tristemente carece el país. Es
decir, de honestidad y decencia. Se hace mucha alharaca en medio de realidades
bastantes complicadas. Gracias al desparpajo de estos gobernantes bolivarianos
que lejos de combatir la corrupción, comenzando por atrapar los “peces gordos”,
la emprenden contra funcionarios de bajo rango que sólo se “alimentan de vacas
flacas” sólo para hacer creer que están librando una “dura batalla contra la
corrupción” cuando es todo lo contrario. ¡Qué vergüenza!
“No es posible pensar una sociedad sin ciudadanos. Tampoco, imaginar un país sin universidades con la autonomía suficiente y necesaria para coadyuvar a la solución de los problemas nacionales”.
antoniomonagas@gmail.com
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