La
democracia en Egipto se pospuso 10, 15 o 20 años. Algunas almas buenas no saben
si lo del miércoles pasado fue un golpe de Estado. Hombre, si tiene cara de
pato, nada como pato y grazna como pato, es un pato.
Por si acaso, los primeros en saludar el
graznido fueron el rey Abdalá de Arabia Saudita y Bashar al Asad, el carnicero
de Siria. Bonita compañía.
El ministro de Defensa de Egipto, Abdel-Fatah El-Sisi, |
Pese a la aparente espontaneidad con la que
las multitudes invitaban al Ejército a intervenir contra Mursi, todo indica que
el golpe fue objeto de una larga preparación. No de otra manera se entiende la
redondez de la puesta en escena, en la que extrañamente participaron los
salafistas del partido Al Nur, la extrema derecha religiosa suní. Se argumenta
que los militares no tenían otra opción, cuando justamente tenían la obvia de
dejar que el conflicto siguiera su curso. Un año, incluso vivido en medio de
una tremenda crisis económica, es un plazo ridículo si de estrenar democracia
se trata.
¿Por qué no intentaron los enemigos de los
Hermanos Musulmanes ganar las elecciones posteriores, en vez de dar un golpe de
Estado supuestamente light?
Es difícil entenderlo. Lo primero quizás sea
recordar que Egipto es una sociedad altamente estratificada en la que los
militares están muy cerca de la cúpula, apenas por debajo de los
multimillonarios. A la hora del cuartelazo los generales se llenaron la boca
con la retórica del heroísmo, pero lo que de veras pesaba para ellos eran sus
intereses corporativos y, más importante todavía, la condición privilegiada del
Ejército como única institución estatal sólida.
En contraste, la Hermandad es una
organización popular fundada hace 85 años, cuya principal base social son los
muchísimos pobres que hay en Egipto. Me decía un amigo de la zona que la
arrogancia de los egipcios educados es proverbial, y su descripción concuerda
con lo que se ve en televisión, donde la élite angloparlante se declara
demócrata, siempre y cuando se trate de una democracia por el estilo de la
suiza. En cambio, que el partido de los creyentes pobres maneje el país les
parece impensable.
Otro factor que quizás haya pesado es la
sombra de Jomeini, según la cual un grupo religioso fuerte puede secuestrar con
éxito y durante décadas una revolución de origen democrático. Esta analogía,
sin embargo, resulta anacrónica, pues hasta donde se sabe el modelo iraní se
agotó en 1979 después de un único éxito.
Todavía más escalofriante es el
paralelo con Argelia, donde un golpe de Estado tras las elecciones en 1992,
ganadas por los islamistas, desembocó en una guerra civil sin tregua que a la
fecha acumula 200 mil muertos. En todo caso, es muy difícil construir una
democracia donde los demócratas son una pequeña y espantadiza minoría.
Lo que viene para Egipto está lleno de
paradojas: la Hermandad, que iba camino a una catástrofe electoral casi segura
debido a la pésima administración de Mursi, podría salir fortalecida, además de
que recurrirá a la oposición desde la clandestinidad, lo que mejor sabe hacer.
Casi con seguridad el ala radical asumirá el mando, en particular ahora que
empezaron a caer decenas de víctimas.
Y así sigue su curso la primavera desatada
por Mohamed Buazizi con su inmolación en Túnez. Revoluciones justas y
necesarias, como la egipcia de hace dos años, desbaratan los países en los que
suceden. Otro cantar es volverlos a armar, tarea que en ningún caso es
conveniente confiar a los militares.
andreshoyos@elmalpensante.com
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