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sábado, 15 de junio de 2013

JOSÉ LUÍS MÉNDEZ LA FUENTE, GOLPISTAS, INFILTRADOS Y OTROS DESESTABILIZADORES

En estos ya catorce largos años de gobierno chavista, nunca términos del lenguaje como “infiltrado”,   “desestabilizador”, “saboteador” o “conspirador”, con sus equivalentes en criollo,“guarimba”,  “guarimbero”, o “candelita”, se habían usado tanto y tan seguido, dentro del discurso político de quienes tienen la responsabilidad de conducir el destino del país.

Expresiones como  “infiltrados de la CIA con planes desestabilizadores”, la “oposición conspira contra Chávez o contra Maduro” o  “candelita que se prende, candelita que se apaga”, forman parte del léxico diario de ministros, diputados, gobernadores, dirigentes del PSUV, embajadores ante organismos internaciones, el propio Presidente de la República y lo más, en mi opinión llamativo, generales y demás oficiales de las Fuerzas Armadas Bolivarianas. Hasta los estudiantes,  en boca por supuesto, de la Federación Bolivariana de Estudiantes de Venezuela, ha denunciado en varias ocasiones el inicio de un plan desestabilizador en liceos y universidades, a nivel nacional, orquestado por sectores “guarimberos” de la oposición.

Si a este vocabulario le incluimos palabras como “magnicidio”, “golpista” o “fascista”, todas muy de moda últimamente, tenemos que el espectro político-comunicacional de Venezuela, en la última década, ha sido el de una población atiborrada de mensajes agiotistas, belicistas, alteradores de la paz familiar, resquebrajadores de la armonía social e invasores del orden civil que debe tener una sociedad abierta, dentro de un Estado republicano y democrático.

Basta con revisar los medios de comunicación impresos o audiovisuales, del año 1999 para acá, para darnos  cuenta de cómo la verborrea sobre conspiraciones, planes de sabotaje en la empresas del Estado (PDVSA, Red Eléctrica Nacional, etc), guarimbas y golpes de estado de la oposición contra el gobierno, intentos de magnicidio y desestabilización del orden económico o político, es una constante y un mecanismo permanente de agitación de la ciudadanía. Hasta los empresarios, que yo pensaba invertían su dinero en el país para obtener lo que todo capitalista persigue como es hacer más dinero, pareciera que en estos catorce años se han dedicado a conspirar contra la revolución dejando de producir bienes y servicios en contra de los intereses de su propio bolsillo.

Ni siquiera en un  país como Colombia, donde la guerrilla, los paramilitares y las FARC  ocupan un lugar protagónico en la violencia política contra el Estado, el discurso de  los dirigentes políticos está tan surcado de planes desestabilizadores, infiltraciones, sabotajes  o  conspiraciones, como en Venezuela, donde no hay ni organizaciones guerrilleras, ni clandestinas de ningún tipo, actuando contra el gobierno. Donde tan solo existe   una   oposición    política,   fragmentada  en  pequeños   partidos,  y sin un verdadero líder capaz de aglutinarlas a todas, hasta no hace mucho, más allá del escenario electoral. Conceptos o términos  aquellos, que si nos damos cuenta, son  más de uso militar que civil, más propios de una propaganda de guerra, que de un discurso político civilista.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra desestabilizar significa “comprometer la estabilidad de una situación política o  económica”, lo cual quiere decir  que el hecho de que haya oposición, más allá de que se haga o no, alguna o ninguna oposición, puede ser, de por sí, comprometedor.

Si tan solo una pequeña parte de los planes desestabilizadores, de las conspiraciones, golpes, o de los sabotajes que afirma el régimen ha habido en su contra en estos catorce años y medio, fuesen ciertos, la sociedad venezolana debería estar comprometida o involucrada en su totalidad o en una muy buena parte, pues hasta los organismo del estado y el propio PSUV parece que también están infiltrados por  genta de la oposición, tal como lo ha reconocido recientemente el propio Presidente Nicolás Maduro. Es decir, que la nuestra es una sociedad llena de saboteadores de oficio, de golpistas y de conspiradores, que los cuerpos de seguridad del Estado no han sido capaces de limpiar en estos catorce años y medio. Por lo que habrá que esperar otros cuantos más para que se depure. La contrarrevolución es permanente en nuestro país,  inagotable; todo conspira contra el gobierno. Tal como dijéramos en un artículo anterior, la realidad en si misma es subversiva.

Pero como para explicar la historia, se debe echar mano de la historia, para poder entender a este  gobierno y su parloteo desmedido sobre magnicidios, golpistas, infiltrados y demás, debemos remontarnos a los años 90 del siglo pasado y recordar al Teniente Coronel Hugo Chávez, a la intentona de Golpe de Estado contra Carlos A. Pérez y al surgimiento del chavismo como fuerza política unos años después. Pero ésta claro está, es otra historia.

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