La
política exterior venezolana, en la mal llamada “Revolución Bolivariana”, estuvo siempre al servicio del
proyecto personal de Hugo Chávez: transformarse en el nuevo líder
latinoamericano de ese proceso radical de izquierda que fue incapaz de expandir
la revolución militarmente, en la década de los sesenta, bajo la conducción de
Fidel Castro, al tener que aceptar las limitaciones que le impuso la Unión
Soviética después del repliegue de Nikita Kruschev en su intento de establecer bases
misilísticas en Cuba. Esa política nunca consideró los intereses nacionales…
Esta verdad, en el caso de Colombia, tiene características de suma gravedad que
no es fácil de valorar en la actualidad, pero que puede tener delicadas
consecuencias en el futuro.
Las relaciones entre los dos países han
sido siempre muy complejas, pero en los últimos años de los gobiernos
democráticos se logró un interesante equilibrio que le permitió a Venezuela
avanzar en la consolidación de su fundamental objetivo estratégico: garantizar
nuestra soberanía sobre el golfo de Venezuela. Este avance se inició después
del delicado fracaso que tuvo el gobierno del presidente Barco y su canciller
Londoño al ordenar a la corbeta Caldas penetrar en aguas territoriales
venezolanas y mantenerse allí hasta nueva orden. La eficiente operación militar
y la decisión política del presidente Lusinchi de ir a la guerra obligó al
gobierno colombiano a retirar dicha corbeta y aceptar que Venezuela no iría
jamás a una negociación de asuntos vitales con presencia de terceros.
Este avance se consolidó con la firma
por los presidentes Barco y Pérez del Acta de San Pedro Alejandrino, el 6 de
marzo de 1990, en la cual se
establecieron la bilateralidad y la globalidad como principios básicos de las negociaciones
entre los dos países, se definieron los asuntos prioritarios en las relaciones
bilaterales y se crearon las Comisión Presidencial Negociadora y la Comisión de
Asuntos Fronterizos. La firma de este acuerdo entre Colombia y Venezuela
significó un importante triunfo de nuestra diplomacia ya que al aceptarse los principios de la
bilateralidad y la globalidad se consolidaba la posición venezolana y se dejaba
a un lado la permanente amenaza colombiana de llevar esta discusión a la Corte
Internacional de Justicia de la Haya.
La estrategia aplicada por Venezuela se
basaba en lograr un importante fortalecimiento en todos los aspectos de las
relaciones entre los dos países, con el fin de transformar la delimitación de
las areas marinas y submarinas en un aspecto secundario para Colombia ante los
otros intereses, entre ellos los económicos, que se crearían a través de un
importante proceso de integración. Lamentablemente, la aventurera política
internacional diseñada e implementada durante el gobierno de Hugo Chávez y
ahora continuada por Nicolás Maduro, ha sometido a las relaciones con Colombia
a tan grandes tensiones políticas y económicas que han destruido el esfuerzo de
integración que se había logrado en los últimos años de los gobiernos democráticos.
El reciente enfrentamiento entre
Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos no es fácil de entender. Comienza con la
audiencia del presidente Santos a Henrique Capriles. Las destempladas
declaraciones de Nicolás Maduro transformaron una visita sin mayor trascendencia
en un escándalo que ocupó la primera página de importantes diarios
internacionales y nacionales. No
contento con ese absurdo, el ministro Miguel Rodríguez Torres denunció que
fueron arrestados un grupo de paramilitares, “con un plan orquestado en
Colombia para asesinar a Nicolás Maduro y desestabilizar su gobierno”. Lo más
curioso fue el armamento presentado: una escopeta de 12, un AK47 y dos
granadas. Un atentado a un jefe de Estado exige un armamento y un apoyo
tecnológico altamente sofisticado.
El colmo de los colmos, fue la
acusación de José Vicente Rangel: “venezolanos de la oposición firmaron un
contrato de compra de 18 aviones de guerra
que serán llevados próximamente a una base militar de Estados Unidos en
Colombia”, llegando a dar hasta las coordenadas de la base militar. Es tan
absurda la acusación que pareciera un problema de edad de José Vicente Rangel,
pero casi de inmediato fue invitado a
formar parte del Consejo de Estado,
convocado por Nicolás Maduro para recibir recomendaciones ante la crisis con Colombia. Lo preocupante de
todo este escándalo es la inmensa ridiculez de las acusaciones. Pienso que sólo
busca hacer olvidar la ilegitimidad del
gobierno de Nicolás Maduro y la inmensa crisis interna que vive Venezuela…
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