La filosofía política ha discutido a largo
las diferencias entre la política y lo político. Es así como podemos considerar
que la teórica de la “democracia radical” Chantal Mouffe ha sido una de las más acuciosas sobre este
tema al señalar como “política” a las prácticas de la actividad tradicional y
como “político” el o los modos en que se instituye la sociedad, esto, la
primera pertenecería al nivel “óntico” y el segundo al nivel “ontológico”.
En medio de esta situación venezolana de
pre-violencia andarse con digresiones teóricas parece carecer totalmente de
sentido, pero es necesario recordar que la política es conflicto, pero es
esencial a su existencia el pluralismo y permanente el recuerdo que es
absolutamente indispensable impedir se destruya la asociación política. De
manera que lo que vivimos en Venezuela bien puede ser definido con palabra gratas a Mouffe: “antagonismo”,
“agonismo”, para luego transformar este en un modelo adversarial, una concepción
agonística y no antagónica de la política, que logre mantener la relación
adversarial sin que ésta se transforme en una relación amigo-enemigo radical.
Hannah Arendt advirtió que la política es
estar juntos partiendo de un caos absoluto de las diferencias, pero también
recordó que sin ética –perdida absolutamente por buena parte de los
protagonistas del combate político venezolano- lo que llega es lo que nosotros
llamamos devaluación de un cuerpo social. Sin embargo, la ética es un asunto
personal y no colectivo, lo que quiere decir que cada quien es un delincuente o
un ciudadano respetuoso, pero las prácticas políticas cotidianas van
conformando, desde esa acción individual, lo que denominamos crisis y que puede
terminar de los modos más imprevistos o desde la simple repetición de las
tragedias ya conocidas.
Convertir el conflicto –siempre al borde de
lo terminal- - en un modo irresoluble y sin reglas del combate político es
convertir a la política en un fusilamiento de las ideas. Nadie puede, en estos
términos, hablar con seriedad de un proyecto país y la cotidianeidad se
convierte, no más, en un proceso aniquilador de toda concepción válida y de
toda posibilidad de sobrevivencia de un cuerpo nacional procesador eficaz del
caos natural de las oposiciones que le son inherentes.
Inmersas en el conflicto las partes no ven
más allá de sus narices y toda la “reflexión” que se produce se relativiza a
encarnizarse con el “enemigo”. Eso constituye un aire irrespirable que a su vez
construye una inviabilidad. Eso es exactamente lo que está sucediendo con
Venezuela: se hace inviable.
He dicho muchas veces que no se trata de una especie de elevación
mística que nos haga desconocer la gravedad del presente y mucho menos tratar
de conjurarlo con un acto de escamoteo mental calificable por la psiquiatría.
Lo que he hablado –y ahora mismo hablo-, es de buscar un modelo adversarial que
permita restaurar lo político y ello sólo es posible con pensamiento complejo
que permita la reconstrucción de la política.
Es también comprensible que en medio de la
brutalidad manifiesta -pensemos nada más en las agresiones en la Asamblea
Nacional venezolana- resulte todo en una obcecación reducida a conservar el
poder o a desplazar a sus titulares de circunstancia y que veamos la absoluta
ceguera reflejada en las redes sociales como imposibilidad para intentar una
elevación de la mirada. El presente se hace así todopoderoso con olvido de la
mirada del día siguiente, una que bastante ayuda siempre a no ver las
realidades, por más dañinas que sean, como inmutables.
El aire venezolano es irrespirable, el
maniqueísmo la norma de comportamiento, la insuficiencia teórica más que
manifiesta, la incapacidad de las miradas más que obvia. Podríamos reseñarla
como el de un país sin una política de aliento y de un accionar político de
entelequia. Eso conduce al hartazgo y cuando el hartazgo llega se producen las
rupturas, los quiebres, unos generalmente determinados por el azar y por la
acción del más audaz o por la fortuna de ser el primero en llegar. La
conclusión/diagnóstico se aleja cada día de un cuerpo social a flote en la
vulnerabilidad lo que significará que decidir puede ser un verbo en proceso de alejamiento para
convertirnos en un país a merced.
Para entender la diferencia entre antagonismo
y “agonismo” planteada por Mouffe es necesario recurrir a la bioquímica. Un
“agonista” puede unirse a un receptor celular y provocar una respuesta de la
célula para estimular una función, específica o adversa, mientras que un
antagonista se une a un receptor al que no solamente no activa sino que lo
bloquea.
Es ese el pensamiento de fondo de la
pensadora belga sobre este tema: “convertir el antagonismo en ‘agonismo”,
superando la ilusión de una sociedad reconciliada por una salida racional que
implica el reconocimiento de los oponentes en cuanto a partícipes de una misma
asociación política y de un mismo espacio simbólico.
En el caso venezolano cada parte tiene “su”
verdad y el tratamiento que se dan es el de enemigos, llegándose al extremo de
tratar el conflicto como un enfrentamiento del bien contra el mal, e implicando
elementos religiosos de alta peligrosidad, con olvido de la contingencia de las
creencias. Es, pues, probable, que necesitemos no más que un consenso
conflictual.
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