Quizás la palabra “diálogo” le eriza la piel
a muchos, considerando la historia que hemos vivido en los últimos catorce años
en los que ese vocablo fue usado con frecuencia pero sin que el gobierno lo
honrara. Todos recordamos bien el desastre de los conversatorios y las mesas de
acuerdos y negociaciones, instrumentos que acabaron siendo trampajaulas y redes
para atrapar nuestra decencia y buenos deseos y democráticas intenciones
Pero, para entender bien el asunto, quien
irrespeta a la larga termina perdiendo más que el irrespetado, aun cuando no lo
parezca.
Nicolás tiene que promover una tregua. No le
queda de otra. Porque así como va lleva las de perder. Tiene que entender que
si mantiene activados los agentes de perturbación y acoso, si persiste en su
verbo ofensivo y denigrante, si insiste en una política de confrontación, si
continúa ofendiendo a cuanto menos la mitad de la población, su situación será
cada vez más tambaleante.
Abrió demasiados frentes (dentro y fuera de
las fronteras) y sus abanderados no le están resultando en lo absoluto
eficientes. Lo están hundiendo en un lodazal. En una circunstancia como la que
existe y que no se puede tapar con discursitos y cuñas mal hechas, la única
válvula para liberar tensiones es cambiar este funesto “mientrastanto” por un
mucho más inteligente “entretanto”.
El sabe –y si no lo sabe toca que lo vaya
sabiendo- que la oposición tiene una agenda que no va a abandonar. Que el
camino escogido no es el de los rutilantes gritos sino uno más difícil pero
harto más sólido: el de las impugnaciones, las defensas legales de los miles de
penalizados por el delito de disentir, la develación de la verdad y el
concierto de cacerolas.
Nicolás sabe que sus errores (y de sus
apoyadores) le han costado ya mucha popularidad. El ve encuestas. Sabe que sus
números van palo abajo y que su gobernabilidad se va desmoronando cual casa
construida con bloques de arena.
Entonces, un frenazo en el modo de tregua es
su única oportunidad que quedar más o menos bien en todo este melodrama.
Claro, esto exige ciertos gestos, por
ejemplo, demostrar que tiene liderazgo y dar la orden de sacar del juego a
personajes como el gordo feroz ese que atacó a Julio Borges y a la catira
platinada que literalmente agarró por los moños a Ma. Corina y le escachapó la
nariz.
Tiene que ordenarle a Diosdado que se deje de
comportamientos atrabiliarios. Eso de andar exigiéndole a los diputados
rendirle pleitesía para aceptar dar el derecho de palabra es una tremebunda
pachotada, un expediente impresentable.
Y tiene que ponerle preparo a cuatro
personajes que le están poniendo el caldo muy morao´: el “yernísimo” Arreaza,
el frustrado Jaua, bola de billar Rodríguez y el enloquecido Villegas, a cual
peor.
Si Nicolás no acepta promover una tregua,
hará cada vez más evidente su condición de perdedor. Hasta sus mismos votantes
ponen hoy en duda su triunfo. Piensan que aquí hubo manos peludas que parieron
votos ilegales. Y eso les disgusta, porque una cosa hay que entender, que a los
chavistas les gusta ganar y restregarle en la cara a los opositores un triunfo
por paliza, con catarata de votos, no una partida amañada con un “pa´que
cuadre”.
Si Nicolás no pone orden en esta borrachera,
todo se le irá poniendo color de hormiga amazónica en celo y esto terminará en
que hasta en las casas rojas rojitas en todo el país sonarán las cacerolas.
smorillobelloso@gmail.com
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