“Dos cosas me sorprenden: la inteligencia de las bestias y la bestialidad de los hombres” Flora Tristán
Desde que salió a la luz pública el informe
rendido por Mario Silva a su superior en el G2 cubano, mucho se ha escrito y
mucho se ha errado. Entre otras cosas porque no trajo nada nuevo. Tanto desde
las distintas tendencias de la llamada oposición como desde las discretas
fuentes del chavismo. Todos han tratado de manipular el evento pero nadie ha
dado una explicación satisfactoria del porqué ni el cómo de ese interesante
suceso. Se han tejido versiones rocambolescas de su origen y de las intenciones
de su parto. Ninguna satisface porque ninguna tiene base. La experiencia en
estos escándalos me ha enseñado que se producen simplemente porque les tocaba
aparecer, como los embarazos indeseables, los tornados, terremotos e
infidelidades costosas.
Si a ver vamos, el autor del desaguisado,
Mario Silva, no tiene la entidad para justificar el desconcierto que le ha
sucedido, y decimos sucedido porque parece que no aparecerá más entre los
vivos. Mario Silva carece de valor político, ciudadano o público para
conmocionar algo; junto con Juan Barreto, Elías Jaua y otros de su calaña, no
es más que un accidente zoológico producto de la tempestad de maldad inducida y
agravada por Hugo Chávez en esta temporada de odio, rabia y resentimiento
social y familiar que ya dura los demasiados 15 años que hemos vivido. Él no es
importante en este episodio, es casual, pasajero y lamentable hasta para su
familia. Recuerda la historia, sin paredón ni perdón, de los “jimagua” La Guardia, sin los ribetes
de temeridad que festonearon esas tragedias vividas en Cuba. Lo que nos debe
preocupar del “Manifiesto Silva” es su confesión de venezolano por nacimiento
al poder castro comunista, su sumisión, su entrega de espía por convicción, no
barata, como la de tantos alrededor de Chávez y al servicio férreo de Fidel:
Alí Rodríguez Araque, José Vicente Rangel y tantos con cédula venezolana. Lo
que nos debe llamar la atención es la dominación de los cubanos sobre
Venezuela, o lo que queda de ella. Lo que nos debe llamar la atención es la
pobre fibra de tantos de uniforme o sin él que sirven a Cuba sin querer a
Venezuela.
Según se confirma en la grabación, hay en el
poder dos bandas. Una, de generalotes y almirantes corruptos insaciables que se
aprovechan de la invasión castrista para hacerse ricos y escalar posiciones
sociales en desmedro de su origen y su juramento a la patria. Otra, la que
encarna Nicolás Maduro, de cipayos sumisos a Fidel Castro, formados en la
escuela superior del partido comunista cubano “Ñico López” de La Habana, donde
coincidieron en los 80 Mario Silva y Maduro. Hombres de Fidel y, lo que es más
grave, sus fichas.
En nuestra historia republicana, nacida con
Páez en 1830, hemos tenido toda clase de presidentes, entre los cuales algunos
del mal gusto de los imperios de su época y otros de su conveniencia. Cipriano
Castro, el atrabiliario y lujurioso “Cabito”, fue un incordio de los imperios
europeos, un fastidioso provocador del gigante yankee y quizás por eso
entusiasmaron a Gómez para que lo capara como al gato de Doña Zoila. Olfato que
tuvieron los gringos con su doctrina Monroe hacia el petróleo que resumía en La
Alquitrana, quizás. Pero no llegaron hasta designar a su sucesor. Es casi
seguro que al ver el follón que se les venía con los soviéticos y la pronta
guerra fría, presionaron para derrocar a Isaías Medina Angarita, que se había
atrevido a reconocer el PCV y establecer relaciones con la naciente URSS. Pero
nunca en Venezuela el presidente lo había escogido y designado un gobierno
extranjero como es el caso de la sucesión, candidatura y proclamación de
Nicolás Maduro por el gobierno cubano de Fidel Castro. Lo que vivimos es un
caso único en la historia de América Latina desde la rebelión de Caracas de
aquel 19 de abril de 1810. Quizás la excepción pudiéramos verla en el México
del austriáco afrancesado Fernando Maximiliano de Halsburgo-Lorena, fusilado
patriotamente y casi a su gusto en el Cerro de la Campana, Querétaro, en 1867.
Desde la Argentina de Perón hasta el Caribe de Trujillo y Centroamérica de
Somoza, los gringos en el siglo XX metieron sus manos para tumbar gobiernos, y
sus patas para sostener dictadores pero esos sustitutos los escogían sus
pueblos; por primera vez, el presidente de Venezuela lo escogieron en La
Habana, Fidel Castro y su corte agonizante. Vergüenza mayor para los
venezolanos, y en especial sus FAN –“Herederos del Ejército Libertador…- , no
habíamos sufrido nunca.
Pues bien, de la confesión-informe de Mario
Silva podemos concluir en lo que ya sabíamos, lo cual es una paradoja llena de
cinismo insoportable.
Podemos afirmar que nos debatimos entre dos chavismos y
dos oposiciones. Dos chavismos que se reparten las riquezas de los venezolanos,
unos para crear una grosera boliburguesía, recostados de generales y
almirantes, mientras otros desangran a Venezuela para alimentar a Fidel Castro:
a los pocos días de asumir ilegítimamente la presidencia, Maduro viajó a Cuba
para conceder un crédito al gobierno de la isla esclava por 2.000 millones de
dólares, y tan solo días más tarde celebrar una gira por Uruguay y Brasil para
rogar una “ayuda alimentaria y energética”. Vicente Emparan no lo hubiera hecho
mejor para la corona española de Fernando VII aquel 1810…
Mientras tanto, la
sociedad venezolana, preñada de aires libertarios, se debate entre una juventud
que salió a sacrificarse ese 15 y 16 de abril, protestas cívicas repetidas e
imparables, con universidades que se encuentran en rebeldía por su subsistencia
y por Venezuela, y una “oposición” que llamó a suspender su marcha del 17 de
abril al CNE y pide hacer caso a un TSJ de mentira. Toda una incongruencia
histórica que no es soportable a corto plazo.
En esta perspectiva se nos ocurren preguntas
¿Cuánto va a esperar la sociedad venezolana por la solución a su problema
vital? ¿Qué papel está dispuesto a jugar la Iglesia Católica? ¿Emulará al
Arzobispo Rafael Ignacio Arias Blanco?
¿Van las FAN a conformarse con ser una tercera pandilla de saqueadores o
volverán a luchar por un país libre y soberano? ¿Tiene la juventud militar de
Venezuela el coraje que los cadetes del Coronel Quevedo manifestaron la
madrugada del 23 de enero de 1958? Los
estudiantes y obreros están dispuestos ¿Se quedarán solos otra vez?
Más que preguntas son angustias, angustias
que no podemos más que desahogar.
Luis Betancourt
lubeot@gmail.com
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