El mal momento de las negociaciones de paz
que se adelantan en La Habana está relacionado con muchos factores. Una agenda
más amplia de lo que se cree. Vamos para ocho meses de trajín y ni siquiera se
ha podido evacuar el primer punto, si el tema agrario ha sido duro, qué decir
del que trata de la participación política que muchos “gestores de paz”
despachan como si el gobierno estuviera conversando con los integrantes del
coro de niños cantores de Viena.
Una actitud insolente de los delegados de la
guerrilla que va desde su desafiante discurso de Oslo hasta la negación de
víctimas a resarcir, y exigencias fuera de foco como la de convocar una
constituyente, reducir el tamaño del ejército, abolición de los TLC y cambio
del modelo económico.
Nada conmueve a los delegados de las Farc.
Parece que la vieja consigna que señala como máximo objetivo la toma del poder
por la vía armada sigue vivita y coleando. En el imaginario colectivo
persisten, con toda razón, los malos recuerdos del Caguán. Ni siquiera la
benevolencia del Fiscal General y de los jefes políticos de la U y del
liberalismo, que les prometen cero prisión y amplias facilidades para la
participación en política. Ninguna exigencia como si se tratara de un préstamo
bancario para comprar carro.
Descontemos las anteriores circunstancias en
el entendido de que se trata del lógico tejemaneje de un pulso entre dos
desiguales que el presidente Santos igualó sin mayor reato. Entonces, ¿qué
otras cosas están gravitando sobre esas conversaciones para que no avancen? La
cara de aburrimiento del doctor De la Calle al final de esta ronda da cuenta no
solo de un malestar, sino de “mamera” con lo que no camina al ritmo esperado.
Pero, ¿por qué? si ni siquiera al “furibundo furibismo”, como le dicen, se le
puede achacar la responsabilidad de resultado tan desconsolador.
En el vecindario podemos hallar alguna clave.
La situación del chavismo ha adquirido niveles preocupantes. Ni Maduro ni
Diosdado pueden mantener el control y asegurar la pervivencia del proyecto,
mientras la oposición liderada por un crecido Capriles avanza en su tarea de
demostrar la farsa de las elecciones. Maduro no da la talla, no sale de dos o
tres frases de cajón, de repetir una consigna y abrumar con insultos a sus
adversarios. Maduro, la cabeza de un gobierno ilegítimo e impostor, montado
gracias al fraude y al apoyo truculento de la inteligencia cubana, trata a más
del 50% de los venezolanos como enemigos, los amenaza con medidas de fuerza
como las que ya utiliza el tenebroso Diosdado en la Asamblea Nacional
venezolana: linchamiento físico y moral, al mejor estilo fascista.
Y es esa la fuerza política que se supone
está ayudando a la paz de Colombia, mediando y presionando a las Farc para que
firmen la paz. Si internamente en su suelo están propiciando la violencia, la
intolerancia y el fusilamiento moral de más de la mitad de su pueblo, ¿cómo
tener fe en su buena voluntad para ayudar a la paz de los colombianos? El insulto
de Maduro al expresidente Uribe al acusarlo de estar al frente de un plan para
asesinarlo, es una clara demostración del desespero en que se encuentran. Están
tratando de crear una artificiosa situación de amenaza para justificar su
arremetida contra la democracia y las libertades. La ordinariez y la temeridad
de Maduro deberían dar lugar a una enérgica protesta de la Cancillería
colombiana, pero dudamos que vayan a poner en riesgo su proceso habanero.
El chavismo, pues, vive su momento de mayor
debilidad en sus catorce años de gobierno y ello debe tener pensativa a una
guerrilla que en gran medida tiene allá refugio, apoyo y protección del régimen
chavista. ¿Para que apresurarse a firmar tratados de paz en una situación de
incertidumbre en su patio trasero?
En síntesis, las Farc muestran temor al
futuro, es decir, a la paz, a lo que implica dejar las armas, de ahí la
divagación y la incapacidad para concretar acuerdos. También miedo ante la
fragilidad de Maduro y la incertidumbre que reina en Venezuela. Por último,
aprovechamiento sagaz de la urgencia del gobierno por una firma lo más pronto
posible. La torpeza oficial les ha servido en bandeja de plata el pretexto
ideal para dilatar, verbo que conjugan a las mil maravillas, las
conversaciones. Ocho meses un año, dos –como sugirió Piedad Córdoba y aceptó
con poca fortuna el presidente- son insuficientes para concluir un conflicto de
medio siglo, afirman sin sonrojarse. Como quien dice, siéntense a esperar el
día del juicio final, porque además, habrá que esperar la resurrección de las
almas y el advenimiento del paraíso para que cesen “las causas objetivas del
levantamiento”.
rdaceved@gmail.com
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