No me explico cómo le pudo haber salido tan
bien al impostor Maduro y a la inteligencia cubana el manejo de la muerte de
Chávez, sobre todo después de tantos errores y misterio. Ahora entendemos una
de las pretensiones que se estaban jugando durante la agonía del caudillo.
Crear una atmósfera de inmensa expectativa respecto de la suerte del líder, de
tal manera que el anuncio de su muerte por una falla del sistema cubano de
salud o una septicemia, nunca fuera la noticia oficial sino su lucha
sobrehumana contra la enfermedad.
Durante la agonía hubo tiempo para preparar
una sucesión sin sobresaltos, asegurar la lealtad de la fuerza armada, acallar
las ansias de poder de otros dirigentes y conjurar la división. Por supuesto,
los cubanos necesitaban la continuidad de las ayudas y de las Misiones, por eso
dejaron el cadáver embalsamado o el enfermo en estado vegetativo en La Habana,
para organizar a Maduro, pulirlo, comprometerlo y alinearlo plenamente e idear
la manera de obtener réditos en la presentación del desenlace.
Indiscutible que Chávez fue una figura de la
política venezolana e internacional, pero no se debe exagerar su gestión. Su
liderazgo se debió ante todo a sus generosas donaciones y favores en dinero a
los gobernantes amigos, por sus dimes y diretes salidos de tono, desafiantes y
humillantes contra sus rivales, por haber alineado a varios países en contra de
un imperialismo yanki ausente que ya no es tal o que ya ni nos mira ni tiene
como su patio trasero. Chávez con su verborragia desenfrenada creó un enemigo
absoluto, condición necesaria a todo fanatismo. Supuestamente venció a sus
rivales: el imperialismo, el neoliberalismo, el capitalismo, el sistema, la
rancia oligarquía, la pobreza. La política que le granjeó mayores respaldos, la
lucha contra la pobreza, fue popular mas no eficaz porque no liberó de la
miseria a millones sino que las abrumó de dádivas, regalos, subsidios, promesas
e ilusiones en vez de trabajo productivo. No forjó un sistema económico
socialista sino una economía entre estatista y capitalista debilitada y en
franca bancarrota como bien ilustra Anastasia O’grady “En los 12 meses previos
a la elección presidencial de octubre del año pasado, el gasto fiscal en
Venezuela aumentó 40% interanual en términos reales, según Francisco Monaldi,
profesor visitante en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de
Harvard... El gasto total en 2012 fue equivalente a un asombroso 51% del PIB y
generó un déficit fiscal de 17% del PIB, el mayor en la historia del país... De
cara a la elección, el mandatario simplemente inundó la economía con
clientelismo y otros favores para sus partidarios, como lo había hecho en 2004
y 2006. El Estado venezolano obtuvo más US$60.000 millones en ingresos
petroleros en 2011, haciendo del oro negro su principal fuente de
financiamiento para las estratagemas clientelistas de Chávez.” (The Wall Street
Journal, New York, 5/03/2013)
Chávez no es Perón pero algo de su tufo
populista si exhibió, con óptimos resultados. Tenía mucho de Perón y también de
Evita, la santa elevada al cielo por los justicialistas argentinos, milagrosa e
intocable (Véase la genial versión novelada de su consagración de Tomás Eloy
Martínez en Santa Evita). Ha ingresado Chávez al panteón de los mitos, cual
Bolívar, aunque no haya liberado ningún país de un dominador extranjero ni haya
montado a caballo ni siquiera una veintena de kilómetros en comparación con los
miles que anduvo Bolívar. Trató, hasta hacer el ridículo, de parecerse al
libertador, adoptando una nueva iconografía del caraqueño.
El culto a la personalidad de Chávez
impulsado por el servicio secreto cubano ha sido una obra magistral que emula
con el que se le profesaba al “padrecito” Stalin, sentirían envidia Beria y
Goebbels, maestros del engaño vía propaganda. Las imágenes de la multitud en
las calles de Caracas son espectaculares, estremecedoras. Un halito religioso
creado y estimulado por un poderoso aparato publicitario ha tenido eco. De algo
ha servido el reparto de millones de dólares de las arcas del petróleo a sus
aliados cubanos hoy fuerza ocupante y determinante en Venezuela.
El balance no podía haber sido mejor: un
nuevo mártir, héroe de la patria, asesinado por sus enemigos. El culto a la
personalidad del neolibertador que ha entrado al terreno acrítico de la
leyenda. Un legado que servirá de manto a sus sucesores, previamente ungidos,
como en toda dictadura. El socialismo populista, derrochador. Un fenómeno de
masas forjado en el verbo desbordado, en el abuso de su carisma en la pose
victimista, de la que tanto abusan los revolucionarios: perseguidos siempre por
algún monstruo.
Nada que decir sobre el daño que le hizo a la
democracia al controlar calculadamente todos los poderes públicos, convertir
las elecciones en fabulosas piñatas que temerosos e irresponsables secretarios generales de la
OEA fueron incapaces de denunciar. Daño a la Fuerza Armada Nacional al
comprometerla con un programa de gobierno, con un partido y con el ideal de una
revolución convertida en dogma de toda Venezuela. Daños irreparables a la
economía nacional que ha dejado en situación calamitosa, con la deuda externa
más abultada de su historia. Daño a las expectativas de los pobres a los que
acostumbró a una actitud mendicante ante el todopoderoso líder y el providente
estado.
Cabalgando sobre el desastre labró su gloria,
su fama y su grandeza. A pesar de que hoy Venezuela no es más democrática ni
más próspera ni más segura ni más tolerante ni más liberal ni más garantista
con la prensa.
En un acto de extrema arbitrariedad se
pretende imponer a toda la población venezolana la figura sacralizada de
Chávez. Un abuso contra más del 45% que se opusieron a su reelección el pasado
7 de octubre. Sus émulos rayan en lo grotesco al embalsamar su cuerpo y hacer
proselitismo con su cadáver. Y, como
dijo Emilio Figueredo “Pretender convertir a Chávez en un ídolo cuasi religioso
es una regresión a lo más primitivo de nuestra historia.” (Revista Analítica,
Caracas, 6/06/2013).
Es probable que Chávez les sirva al fin de
perpetuarse en el poder, pero al convertirlo en santo guía vendrán, tarde que
temprano las disidencias, las corrientes chavistas verdaderas, las auténticas,
las purasangre, las moderadas, las conciliadoras, las centristas, las
radicales, las revisionistas. Aunque también puede llegar a ocurrir que se
torne en icono inofensivo como el del Ché Guevara. Nunca obtendrá el consenso
alcanzado por la figura incuestionable de Bolívar fundador de repúblicas.
Maduro, el usurpador, se vestirá con el traje de la unción, pero los semiólogos
nos explican que ni el carisma ni las dotes de mando son transferibles. Maduro
no pinta nada mejor que su padrino, ha pelado el cobre y los colmillos, ha
recurrido al insulto y a la amenaza contra la Oposición, su discurso orbita
cansonamente como una letanía alrededor de Chávez impregnado de un hálito
belicoso propio de campos de batalla donde no hay rivales sino enemigos. Es
factible que le sonría el triunfo, por ahora, porque sus principales
contendientes esperan dentro de su propio partido, agazapados. La ambición de
poder será el mortífero veneno de todos los que se consideran auténticos
herederos del comandante.
Dario Acevedo
rdaceved@gmail.com
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