Para evitar ser como los mentirosos de la
política, Descartes fundamentó toda su filosofía sobre cuatro reglas:
“La
primera regla es no aceptar como verdad nada que yo no conozca como
evidentemente así: eso es, evitar cuidadosamente la precipitación y el
prejuicio, y aplicar mis juicios a nada sino a aquello que se mostró a sí mismo
tan claramente y precisamente a mi mente que nunca debería tener ocasión de
dudarlo.
La segunda era dirigir a cada dificultad que
debía examinar en tantas partes como fuera posible, y como se requiriera para
mejor resolverla.
La tercera era conducir mis pensamientos de
manera ordenada, comenzando con lo que era más simple y más fácil de saber, y
subiendo poco a poco al conocimiento de lo más complejo, hasta suponiendo un
orden donde no hay precedencia natural entre los objetos de conocimiento.
La última regla era hacer una enumeración tan
completa de los nexos en un argumento, y pasar todos tan completamente bajo
revisión, que yo pudiera estar seguro de no haber errado en nada.”
Descartes estaba contento con su método, ya
que sus cuatro reglas le aseguraban el uso de su razón, si no perfectamente al
menos en lo que tenía al alcance de su poder. No era el atropello y la
improvisación con que proceden ciertos gobernantes, obviamente, ya que
Descartes tenía la honradez de reconocer su ignorancia y de prepararse para
obtener mejor conocimiento.
“No es suficiente, antes de comenzar a
reconstruir la casa en que uno vive, simplemente derrumbarla, proveer
materiales de construcción y arquitectos, o convertirse uno mismo en el propio
arquitecto, y, además de todo esto, tener un cuidadoso plan previsto para la
nueva construcción, sino que uno debe tener algún otro lugar conveniente en el
cual residir mientras el trabajo de construir se adelanta; y, de la misma
manera, para poder permanecer irresoluto en mis acciones mientras la razón me
obligaba a suspender mi juicio, para continuar viviendo tan feliz como pudiera,
yo tracé una moralidad provisional para mi mismo, compuesta de sólo tres o
cuatro máximas…”
Figuraba primero entre sus máximas la
obediencia “a las leyes y costumbres” de su país y –pese a que llegaría a ser
el “gran innovador”- quería gobernarse a si mismo “en todo de acuerdo a las
opiniones más moderadas”, aquellas menos dadas al exceso y comúnmente aceptadas
en la práctica “por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que
vivir”, seguro de que no había nada mejor que eso. Por ello es que para conocer
sus sentimientos reales observó “sus acciones en vez de sus palabras”, no sólo
por la corrupción de maneras y costumbres, también porque la gente no declaraba
aquello en que creían y “porque muchos no lo saben ellos mismos”.
Creyendo en las opiniones más moderadas,
Descartes veía que era más fácil ponerlas en práctica y que tenían así más
posibilidades de ser mejores, “ya que todo exceso es generalmente malo”, y se
extraviaría menos del “camino correcto”. Descartes incluía entre las formas del
exceso “todas aquellas promesas mediante las cuales nos privamos de algo de
libertad”. No veía en el mundo nada que permaneciera igual, y se esmeraba
constantemente en incrementar sus poderes de juicio, no empeorarlos.
Así, su segunda máxima era ser firme y
resoluto en sus acciones, “imitando a los viajeros perdidos en el bosque” que
no deberían deambular de uno a otro lado ni quedarse estancados en un solo
lugar, sino ir derecho hacia adelante en la misma dirección, ya que de otra
manera, aún cuando no llegara a su destino, llegaría a algún lado mejor que el
medio del bosque.
Cuando no se está en capacidad de distinguir
las más ciertas opiniones, debemos elegir las más probables, y si no hay
posibilidades entre ellas, debemos elegir las que sean más verdaderas, las más
ciertas, y de tal manera evitamos los ataques de arrepentimiento y
remordimiento que comúnmente agitan a los espíritus débiles mal balanceados,
que practican inconsecuentemente como bueno lo que después juzgan como malo.
(Constituye esto último una de las características del chavismo actual en su
proceder absolutista e improvisador, incapaz del proceder coherente.)
La tercera máxima cartesiana era intentar
siempre el dominio sobre si mismo en vez de depender de la fortuna, intentar
alterar los deseos en vez del curso del mundo, acostumbrarse a la creencia de
que no hay nada que esté totalmente bajo nuestro poder excepto nuestros
pensamientos, para que –habiendo hecho el mejor esfuerzo con lo que nos es
externo- consideremos lo que fallamos en lograr como absolutamente imposible.
La idea aquí era que si vemos los bienes externos fuera de nuestro poder, no
lamentaríamos pérdidas como “estar en posesión de los reinos de China y
México”; haciendo una virtud de la necesidad, no desearíamos estar bien cuando
enfermos ni libres cuando en prisión, ni desear “cuerpos tan incorruptibles
como diamantes, o anhelar alas para volar como un pájaro”.
Para ello se requiere de una constante
meditación, la capacidad de los filósofos de la antigüedad para sustraerse del
imperio del “chance”, tristeza y pobreza, para reclamar la felicidad de los
dioses, con pensamientos que los hacían más ricos, más poderosos, más libres y
felices. Perseverar en la razón y el conocimiento de la verdad requiere de un
método con las tres máximas que para Descartes eran “toda la riqueza que por
siempre estarían a mi alcance”; porque la voluntad siempre busca (o evita) lo
que el entendimiento califica como bueno o malo, y “es suficiente juzgar bien
para hacer el bien, y juzgar tan bien como uno pueda para hacer lo mejor que
uno pueda, para adquirir… todas las virtudes junto con todos los demás bienes
que seamos capaces de adquirir. Y cuando uno tenga la certeza de que todo esto
es verdad, uno no puede fallar en ser feliz”.
“Pero todo este entendimiento es arduo, y una
cierta indolencia me lleva imperceptiblemente de vuelta a mi ordinario estilo
de vida. Al igual que un esclavo, felizmente soñando que es libre, teme ser
despertado en cuanto sospeche que su libertad no es más que sueño, y conspira
con su deliciosa ilusión para prolongar el engaño, y así me recuesto sin saber
de mis viejas opiniones, y temo ser despertado de mi sopor a no ser que las
laboriosas vigilias que deben seguir a este tranquilo descanso, tan lejos de
traer luz a mi mente en su búsqueda de la verdad, probaran ser inadecuadas para
disipar toda la oscuridad causada por las dificultades que acaban de ser
planteadas”.
A veces nos sentimos como en las luchas
interiores de Descartes, pero a la vez conscientes de que sin pensar y
dilucidar los dilemas no podríamos salir adelante…
chinorodriguez1710@yahoo.com
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