El sacerdote y helenista Alfonso ORTEGA CARMONA, adscripto a la
Universidad de Salamanca [España], hace más de dos décadas me envió uno de sus
más consultados libros que difícilmente pierden vigencia: Retórica [Editado en
Madrid, España, bajo el sello de la citada institución académica, el año 1989].
A su juicio, «[…] en Europa el arte de hablar bien ha sido siempre el
instrumento más importante de la cultura y de la formación del hombre...» [Ob.
cit., p. 11].
Se cree que Aristóteles (Estagira,
384-322) «legitimaría» la «Retórica»
porque fue quien –de hecho- la utilizó metodológicamente para impartir conocimientos: cuestionar los
sucesos sociales y políticos de Grecia, e igual para prodigar sus ideas al
Vulgo.
Es indiscutible que la «Retórica» se fortalece en los pueblos en los cuales la
democracia impera, y sucumbe ante regímenes totalitarios.
En este tiempo y realidad, muchos indeseables
del ambiente político presumen –íntima e infamemente- que no es cosa
distinta al don de hechizar: la fase
superior de la –para ellos- necesaria dosis de mentira, demagogia o
histrionismo.
Cierto es que la auténtica praxis democrática
no es ni la oficialización del discurso timador ni la coacción del
librepensamiento. Leamos lo que piensa ORTEGA CARMONA:
«[…] Sin la facultad de hablar libremente,
exponiendo el propio parecer para la mejor decisión y deliberación acerca del
bien común, no puede existir verdadera democracia [Idem., p. 17]
Aristóteles pasó a la Historia considerado
como el más admirable de los discípulos de Platón. Inicialmente, se había
dedicado al estudio e investigación de la Biología. Durante aproximadamente
veinte años, asistió a la Escuela Platónica. Luego de la muerte de su maestro
[año 347], marchó de Atenas para convertirse en asesor e instructor del
Príncipe Alejandro DE MACEDONIA.
Regresó, más tarde, para fundar lo que trascendió
bajo el nombre de Liceo: claustro donde inmortalizaría sus ideas filosóficas.
La Política comenzaba a ser considerada como una de las nuevas ciencias: […]
«... debía ocuparse de las formas de gobierno reales, a la vez que de las
ideales, y debía enseñar el arte de gobernar y organizar estados, cualquiera
que fuese su forma, del modo que se desease...» –afirma George SABINE, en su
Historia de la Teoría Política («Fondo de Cultura Económica», Bogotá, Colombia,
1976, p. 77). Es probable que cuanto en aquellos días se definía mecánica
política no fuere sino la «Retórica», el método de praxis de una disciplina
cada vez más compleja y propensa a ser malintencionadamente utilizada. En
Atenas, los filósofos fueron los primeros políticos profesionales porque estuvieron
más cerca del poder que quienes ejercían actividades no intelectuales, aun
cuando vinculadas a los gobiernos. Novedosamente, esos pensadores fueron los
primeros en platicar sobre la factibilidad o no de abolir la Propiedad Privada
y la Familia (tesis que Platón defendía).
Ellos impulsaban las leyes, eran consultados para la redacción de las normas o
para eliminar las existentes. Ejercer la «Retórica» era ejercer la crítica: de
una postura específica o de acontecimientos provocados por los hombres.
Aristóteles difería de su maestro en lo relacionado con el Estado Ideal y,
frente a ello, formularía –respetuosamente- su argumentación personal. Lo hacía
con técnicas, lucidez e información científica.
En mi opinión, «Retórica» es el
discernimiento o debate público de las ideas opuestas: morales, filosóficas,
políticas o de cualquier otra disciplina del conocimiento humano (1) Sesudo,
Alfonso ORTEGA CARMONA lo dilucida perfectamente e infiere «[…] que la mayoría
de las decisiones políticas, dentro de las instituciones democráticas, son, a
su vez, resultado de un debate en el que la propuesta y defensa de los mejores
argumentos corre también la suerte de las mas brillante y persuasiva
exposición» [Cfr., p. 17]. Imprescindible para los (defensores o acusadores) «oradores» o «exponentes» en los juicios y
los adeptos del mitin o meeting, añado. Don Alfonso sostiene que ya en los
textos clásicos La Odisea e Ilíada se advierte respecto al «arte de hablar en
público», lo que habría precedido a la intencionalidad aristotélica.
La
importancia de dominar el discurso, la argumentación y hasta la
gestualidad determinaría el éxito político de un personaje.
En esa etapa iniciática de la «Práctica
Retórica», la investigación, ponderación
y coherencia fueron cruciales y ulteriormente conducirían a un extraordinario pensador (Sócrates) a inventar
la «Mayéutica» (2):
«[…] Muchos retóricos antiguos vieron ya en
Homero al padre de la Retórica, y, con
frecuencia, citaron ejemplos suyos para
la confirmación de técnicas persuasivas. Bastaría recordar que tres cuartas
partes de la Ilíada, un poema de guerra, están constituidas por
conversaciones y discursos...» [Ob. cit., p. 20].
En aquellos días, la preponderancia de la
«Retórica» influiría [todavía, en diversos aspectos de la vida universitaria e
intelectual posmoderna] en el establecimiento de los tribunales del pueblo:
organismos mediante los cuales [se asegura] los griegos eliminaron la
corrupción judicial.
Si meditamos un poco, descubrimos que en los
actuales «juicios orales» [ya en tardía práctica en lo que denomino
ultimomundano] el talento discursivo de los abogados suele salvar de la Pena de
Muerte a los reos acusados de haber cometido delitos graves.
Los tribunales del pueblo en la Antigüedad
eran integrados por numerosas personas, lo que obligaba a los defensores y
acusados al afinamiento de sus intervenciones. En pocas palabras, a fortalecer
su oratoria. Curiosamente, Platón [pese
a su gran reputación filosófica] no pudo evitar que a su amigo Sócrates
lo condenasen a muerte bajo la absurda acusación […] «... de haberse ocupado en
exceso de la investigación de lo subterráneo y lo celeste, convertir en fuerte
el argumento débil y enseñar a otros estas mismas prácticas» (Platón: Defensa
de Sócrates, Edición de «Aguilar», Madrid, España, 1973. P. 21). El filósofo
«delincuente» no lograría salvarse tras utilizar la Mayéutica con la cual,
asombrosamente, deslumbraba e iluminaba las mentes de sus discípulos. Y
confundía a sus detractores con lucubraciones que los develaban como los
auténticos culpables.
La Mayéutica se basaba en la incesante
interrogación que, por instantes, lucía inquisición. Hubo algo inusitado que,
en una de las innumerables y acomodaticias reformas del Código Procesal Penal
del país en el cual infaustamente nací y que, por ejemplo, luce mediocre
reminiscencia de las leyes que imperaban en la Grecia Antigua, aquí se ha
establecido en los juicios orales [no se sabe por cuánto tiempo ni por virtud
de cuáles legisladores desquiciados o ebrios] lo siguiente: la selección por
sorteo de jurados o escabinos sin la necesaria formación jurídica o
conocimiento de la Constitución y Leyes y que, aparte, no tienen la voluntad
personal, la razonable curiosidad y sensibilidad humanas, la determinación o
formación intelectual para indagar los detalles de los casos penales para
decidir quién es inocente o culpable de haber cometido el [los] delito [s] que
se le [s] imputan.
Sospecha Ortega CARMONA que la aparición de la
«Retórica» sería contemporánea a la decadencia de la «Sofística», de la que se
inferiría que fue la primera Ilustración Europea:
«[…] Su concepción de la Verdad, de la Vida y
del Hombre, en antítesis con la época precedente, dará lugar a otra profunda
revisión filosófica en Platón y Aristóteles, influidos por Sócrates. El clima
espiritual que precede a la Sofística alienta a una fe inquebrantable en
poderes sobrehumanos que rigen, sin posibilidades de protesta, los destinos y
todo fenómeno cósmico...» [Ibídem., p. 23]
Quienes propugnan el empleo del mitin o
meeting [en la actualidad, francamente en declive y desprestigio] cometen
impresionantes esfuerzos de oratoria para mantener atento al imbecilizado
enjambre que los escucha. Lógicamente, los políticos de la Antigüedad no
gritaban porque se dirigían a pequeños grupos de personas cultas y por ser
intelectuales. Sabios, portadores de La Verdad.
Por
virtud de políticos sin instrucción filosófica, la «Retórica» ha degenerado en
formas intimidatorias: amenazantes, en mensajes apocalípticos y de trasfondo
vulgar: se ha envilecido con la vindicta, agitación bélica y el tremendismo.
Los oficiantes de intervenciones
públicas justifican su mediocridad bajo el alegato según el cual, en pro de la
supervivencia de los «actos de masa», el mensaje debe estar despojado de
intelectualismos (3)
NOTAS.-
(1) Definición personal que inserté casi al
final de mi libro Dictados contrarrevolucionarios («Edición de la Universidad
de Los Andes», Mérida, Venezuela, 2008. p. 201).
(2) Cuando me instruí sobre esa fascinante práctica
discursiva, experimenté una inconmensurable felicidad: de modo empírico, yo
hacía tiempo que la ejecutaba.
(3) STUART MILL, John, dijo en su Diario «[…] que todo empeño intelectual, o, en
cualquier caso, todo empeño científico cae bajo el popular estigma de ser
insensible» [p. 45]. También infirió que […] «… ser popular es adular a todas
las personas diciéndoles que son lo que más desean ser» [Supra., p. 45.
«Alianza Cien», Madrid, España, 1996]
(@jurescritor/jimenezure@hotmail.com/urescritor@hotmail.com)
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